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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Comienzo

Mientras llegaba, todo parecía igual. Mientras me apeaba de mi caballo

logré recordar. Cuando me hallé frente a mi tumba, frente a mi verdad,

supe que todo había cambiado. Ya no resultaba difícil. Solamente debía

desearlo, y podía pasar de un lado a otro con solamente cerrar los ojos y

echar a andar. Con desearlo, me refiero a desearlo de corazón.

Cada vez que miro la lápida, es como si leyera un nombre diferente,

porque nunca consigo acordarme.

Recuerdo, en cambio, una vez que estaba frente a la tumba, sentada,

observando y vi llegar a alguien. No sé por qué me escondí tras el árbol,

al fin y al cabo ya no podía verme.

Se arrodilló justo en el lugar en el que me había sentado yo, y empezó a

mover los labios, pero yo ya no le entendía. Después, comenzó a llorar.

No sé por qué, pero en ese momento sentí un escalofrío. ¿Estaba

llorando por mí? ¿Qué o quién era yo para esa persona?

Me quedé de piedra, cuando me di cuenta de que pude entender sus

palabras.

 Aunque fueron entre sollozos, las palabras decían algo así: “Te echo de

menos”.

Comprendí que debía hacerle saber que estaba bien, de modo que llamé

al viento, y le pedí que le rodeara con algo que yo amara y esa persona

supiera.

Viento, cargó con mi esencia, y luego bajó hasta el suelo para hacer

remolinos de aire con tierra y hojas secas. Luego los llevó hasta él. Pude

ver que era un chico cuando levantó el rostro al percibir el aire y la

fragancia que traía. De repente, recordé: él era el chico que fue mi

primer amor. Con lágrimas en mis ojos traspasé más segura que nunca

la frontera entre vivos y muertos y me coloqué detrás de él. Él pareció

darse cuenta, y se volvió. Al principio puso ojos como platos, pero luego

se relajó. Su sollozo calló, y dio paso al silencio. Segundos más tarde, se

acercó y nos abrazamos. Con ternura acarició mi espalda, y luego mis

alas.

Aquello, si no fuese porque estoy muerta, me hubiera matado.

Recordaba cada uno de sus besos, pero no me atrevía a darle otro, por

miedo a quedar desterrada de ambos mundos, y entonces no volver a

verle, sabiendo ahora que él existía.

Pero a él eso no pareció importarle, (hago referencia a lo que él sabía,

me introduje en su mente) y me besó.

Yo no podía creer que volvería a sentir.

Y estaba preocupada porque yo ya no podía volver a vivir, pero él,

seguro de lo que hacía, me pidió aquello que tanto yo temía, y que tanto

deseaba.

Nos abrazamos de nuevo, y una luz resplandeciente nos envolvió. Noté

nacer sus alas. Noté su espíritu liberándose.

Comenzamos a ascender y nos convertimos en aires, pero en aires entrelazados, tranquilos, de esos que da gusto que te acaricien el rostro.

Eso fue hace mucho tiempo.

Ahora, estamos siempre volando, viajando y conociendo lugares

nuevos, de ambos mundos. Somos felices. Y así, hasta que el final

venga, será.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Vago y tangible recuerdo


Era dura, fría como una piedra e impenetrable. Sin embargo, sí había una que lograba hacerla ceder. Y lo descubrí porque una noche las sorprendí a las dos en la más perfecta intimidad, tocándose y sintiendo de manera sincronizada y perfecta. Los ojos de mi pequeña brillaban con un fulgor transparente que en seguida intuí, pero no pude cerciorarme de nada, aunque lo sospeché. La otra, la que tenía la habilidad de volverla tierna, se le metía dentro, en lo más profundo, y la hacía sentir. Pero nunca supe qué era exactamente eso que había en sus ojos. Ella tocaba y la otra respondía. Ella. La otra que era capaz de algo que ni yo mismo había podido... Se llamaba música. Y ahora sé mejor que nadie lo que digo, porque esa noche estaba lloviendo y ella tocaba el piano afuera en la terraza, empapándose sin importarle lo más mínimo. Ahora, tanto tiempo después, se la conoce como la mujer que lloraba a escondidas, porque para evitar ser descubierta, lloraba tocando bajo la lluvia.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El primer beso entre dos mundos distintos

Habían pasado apenas dos segundos desde que había cerrado los ojos, pero en esos dos segundos Daze pudo imaginarse millones de cosas que invadieron dulcemente su mente. Las que más se repetían, eran imágenes de Sou y de él fundiéndose en uno solo, sin miedos, sin temores… y también sin pudores. Las escenas le arrancaron un sonrojo que tiñó sus mejillas al momento, haciéndole apartar la cara para evitar que su maligno compañero e inconsciente amante se percatara de lo sucedido no sólo en sus mejillas, sino también en otras partes de su cuerpo. Respiró hondo y, sin saber cómo ni de dónde, sacó fuerzas para volver a alzar su noble mirada y buscar sus ojos con los suyos. Volvió a hinchar su pecho y simplemente esperó a que las palabras afloraran solas de su garganta, ya que ni él mismo era capaz de pensar en ese momento. Pero sin embargo nada sucedió, ninguna palabra, sólo un gesto que quizá fue la chispa que hizo estallar todo el fuego que Daze albergaba dentro. Fue un simple fruncimiento de ceño por parte del oriental, quien ahora lo miraba con ojos diferentes, Daze lo notaba. ¿Qué sentía Sou en aquel momento? ¿Qué era lo que había hecho flaquear por un momento aquella alma inquebrantable? ¿Su rendición a él? ¿Su actitud humilde y sincera? ¿O por fin se había percatado de que Daze estaba tan profundamente enamorado de él que era incapaz de confesarlo por miedo a un rechazo que sabía por descontado? Ni él mismo lo supo. Tan sólo, y sin darse cuenta de ello, se dejó llevar y se acercó al muchacho robándole un hondo e intenso beso que intensificó con el más dulce de los abrazos existentes. Entonces el mundo se resquebrajó a su alrededor y en ese momento sólo existieron ellos dos, el amor de Daze y la incertidumbre de Sousuke. Daze se vio tan sorprendido por aquel imposible acto de Sou que se quedó con los ojos abiertos unos segundos, sin saber qué hacer ni lo que estaba sucediendo. Pero inmediatamente su corazón, que había estado esperando casi sin esperanza tal acto, se adueñó de él y Daze correspondió ese beso de la única forma en la que él podría haberlo hecho. Se acompasó a sus labios casi de forma automática y sus manos comenzaron a recorrer tímidamente, con más descaro después, la espalda y la nuca del oriental. Ahora sólo existían una palabra en su cabeza, Sou, y el idioma del corazón, a lo que Daze estaba completamente dispuesto a entregarse sin dudarlo. Y por unos momentos, Daze se permitió el delito de imaginarse en los brazos de aquel hombre, enredados cuerpo con cuerpo y entre las sábanas que deberían cubrirlos. Pero por desgracia, cuando Daze bajó más las manos a las caderas de su amante repentino y las acercó contra las suyas, presionando levemente sus nalgas, éste se apartó rápidamente, mirándolo con la respiración entrecortada. Su mirada había cambiado. Ahora escondía un reproche evidente. Empero Daze no podía mentir, así que no dijo que lo sentía, ni se disculpó, porque para él, no había pasado nada malo, sino todo lo contrario. Lo único que hizo fue bajar la cara y cegar su mirada cerrando los ojos, esperando el castigo ejemplar que aquella acción debería haber requerido. Pero no había sido Daze el que había dado el paso. Había sido Sou quién se había acercado. Y tal vez por eso fue que simplemente se relamió los labios y se dio la vuelta, marchándose despacio y con un ardor en los labios indescriptible.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Algo espontáneo

Yo sí sabía aquello de que debería tener miedo a llegar a la muerte y no haber vivido. Pero no me importaba hacerlo. Era extraño, pues debería haberle temido a irme de la vida sin haberla conocido más profundamente, pero, al contrario de las tipologías, yo me encontraba en una perfecta calma a la espera de que ésta llegara y viniera a por mí. Reconozco que era extraño ver los días pasar sin nada que hacer. O bueno, quizá sí había cosas, pero eran tan cotidianas e insignificantes que no reparaba en ellas y, por tanto, no les prestaba atención, olvidándoseme todo.
Hubo un tiempo en el que temí volverme loca. Sí, no había mayor temor en mí que el de abandonar la ya poca cordura que en mí se integraba.
Comprendí una vez también que, aquello de todo lo que me quejaba o calificaba de actitud extraña, a veces también era partícipe de ello. Conversaciones de personas más mayores que yo escuchaba, y decía "vaya tontería", por ejemplo. Con el paso del tiempo pude percatarme de que en ocasiones presenciaba y protagonizaba algunas de estas actitudes, quedándome en shock cuando lo hacía. Bueno, en realidad me molestaba mucho pertenecer a aquello que siempre había calificado no de extravagante, pero sí de aburrido y desaprovechable.

lunes, 24 de octubre de 2011

El último aliento.

“Él miraba hacia arriba y esperaba con su copa de vino en una mano, mientras que la otra yacía suspendida en el aire, cuales ramas y hojas de un sauce llorón.
Su corazón aguardaba impaciente el momento para poder despertar y desbocarse, haciendo surgir en el resto del cuerpo un escalofrío placentero que culminaría con la embriaguez absoluta de todos y cada uno de sus sentidos.
Imaginaba, planificaba qué harían cuando estuvieran el uno frente al otro, intercambiando sus miradas y fusionándolas, haciendo que no sólo sus ojos fuesen uno, sino que sus cuerpos enteros también lo fueran.
Recordaba la primera vez que la vio sonreír. Aquel que a primera vista parecía un simple gesto le devolvió las ganas de vivir. Su mente volvió a funcionar de nuevo la primera vez que escuchó su dulcísima voz, casi en un susurro. Tan convencido se hallaba de ello, que arriesgó su propia vida con el fin de demostrarle que la amaba; que cada vez que pensaba en ella un sinfín de imágenes atropellaban sus retinas haciéndolas dar a luz a unas vacías pero rabiosas lágrimas, o por el contrario, le obligaban a mover sus labios quedando el movimiento finalizado con éstos en forma de media luna con apariencia de cuna; que su cuerpo y mente se evadían del entorno terrenal para trasladarse a otro sobrenatural en el que la pasión era la reina, y el amor, el esclavo.
Mientras su amado aguardaba su aparición, ella se mostraba a si misma frente a un espejo, observando su delicada y pálida imagen cubierta por sus oscuros y hermosos cabellos.
En su interior, su corazón ya sin fuerzas y cansado, le gritaba rogándole su decisión, pues no le quedaba mucho tiempo. Ella, sin saber qué hacer, observó su rostro por última vez y al levantarse comenzó su corto camino hacia las escaleras con paso lento, pero decidido.
Él había bajado la cabeza, y al levantarla de nuevo, allí estaba ella: erguida en una fina y linda figura, y su cuerpo oculto bajo un hermoso vestido negro y blanco se encontraba. Ella así lo había querido: blanco para destacar la poca vida que le quedaba, y negro para darle la bienvenida a la Muerte.
Sujeta a la baranda de las escaleras, inició su descenso por ellas, mientras él su copa de vino en una bandeja dejó para situarse frente a las descendientes, y esperar a tenerla a ella por fín entre sus brazos.
Cuando el momento llegó, él la besó en la frente y le propuso salir al jardín, donde estuvieron bailando una lenta pero hermosa música que hacía las veces de soporte con el esperado buen fin, y la preparación para saber y poder afrontar las desgracias que llegarían de un momento a otro.
Pasado un tiempo tras aquella hermosa noche en la que ambos forjaron su destino, las puertas de la Muerte se abrieron para llevársela a ella, y las del Dolor para acoger el alma de él,  rota por este mismo y sangrante por la impotencia.
Carente de fuerzas, decidió  pasar el resto de la eternidad junto a su amada, ahora convertida en un blanco y puro ángel que con toda seguridad, sería quien velara por él.
Tomó el frasco entre sus manos.  El mismo frasco que se llevó a los labios y cuyo contenido, que era el puente hacia un lugar que carecía de retorno, empezó a caer por su garganta. No tardó en protagonizar la extrema agonía sintiendo cómo la poca y sin sentido vida que le quedaba en su cuerpo, se le escapaba entre llantos y lamentos que se vieron algo apaciguados gracias a las cálidas manos que sostuvieron su cuerpo, mientras poco a poco iba quedando seco por dentro.
Debe suponerse que ahora yacen en algún lugar. Al fin juntos. Por fin felices. Para siempre.”    

miércoles, 31 de agosto de 2011

Fragmento de "Paseo por el camino de la niebla"

Era una noche estrellada en cuya niebla se perdían los sonidos del tiempo. Sus sonidos se propagaban a través del aire llegando a los corazones de las pobres almas en pena que habitaban el lugar purgando sus pecados con la penitencia de las lamentaciones eternas. Lágrimas bañadas en sangre lloraban algunas incluso, por culpa expiatoria o por dolor. Las más afortunadas sufrían el tormento del rencor, consumiéndose poco a poco. Unas almas que no eran capaces de llegar a la luz porque ellas mismas se tapaban los ojos con el miedo de su pasado. Almas que se fundían con aquella intensa niebla que servía de hogar a los temores. Almas cerca de su morada, cerca de tumbas y de lápidas con nombres grabados en ellas, nombres borrosos, olvidados e inmortales como ellas.
Algunas llevaban cadenas en los pies terminadas en una gran y pesada bola de hierro que les impedía avanzar. Estiraban los brazos y abrían la boca clamando ayuda, pero ningún sonido salía de ellas salvo el del silencio. Abandonadas después de haber creído que eran algo en vida, abandonadas tras haberlo dado todo y haber luchado hasta la saciedad. Solas. Sin nada. Tan sólo dejando y viendo la eternidad pasar, día tras día, sin poder interactuar de otra forma que callándose y pasando desapercibidas…


* * *

viernes, 5 de agosto de 2011

Presentación

Las bienvenidas nunca nos aseguran que algo será eterno ni que permanecerá ab eternam a nuestro lado, pero sí que si alguna vez algo se pierde permanecerá por siempre en el recuerdo, porque existió y fue real para nosotros.

Cuando ese algo nos marca de verdad y deja una huella imborrable en nuestro pecho, es cuando realmente cobramos conciencia de cuanta ha sido la importancia de su paso por delante de nuestros ciegos ojos.  Y es entonces cuando vienen las lamentaciones por no haber sabido ver toda la belleza que teníamos delante, y la desesperación que nos carcome por dentro al saber que ese algo nunca más volverá a nuestro lado porque se perdió en las sombras marchitas del olvido, un olvido que nos arrancó de las mismísimas entrañas de la ilusión aquello que nos latía por dentro sin que nos diésemos cuenta.

En ese tramo inerte de nuestra existencia nos percatamos de que lo único que hacemos es ver la vida pasar. Respiramos, nos movemos, comemos, hablamos... pero en realidad no interactuamos. Somos presas de una enorme bola de cristal llena de una nada tan espesa que nos dificulta terriblemente el movimiento. Nos deja ver, pero no podemos hacer nada salvo llenarnos de más desesperanza. Viene aquí entonces que, arrepentidos, dejamos de apoyar las manos y los ojos en las paredes de la bola y retrocedemos hasta su centro, quedándonos completamente quietos cuales estatuas. A partir de ahí nos dedicamos única y exclusivamente a observar, analizar, saber formar un pensamiento y, como no, aprender.

Finalmente un buen día, que no uno cualquiera, la bola se rompe y el cristal se resquebraja ante nosotros. Caemos al suelo una vez más arrolladas por los afilados trozos que salen disparados en todas direcciones y terminamos sangrando. Pero no nos ocurre nada malo. Cuando abrimos los ojos nos sorprendemos porque algo dentro del pecho nos está haciendo pum-pum, pum-pum. El corazón. Ese algo que habíamos dejado olvidado en el regazo de la perdición vuelve a nosotros porque sabe que es en nuestro pecho donde debe estar. No atiende a razones, tan sólo lo sabe, y busca su objetivo. No nos perdona nada, porque para él nunca hemos hecho algo malo, tan sólo aprender de un error. Respiramos y un aire completamente nuevo y fresco nos llena los pulmones y se extiende por todo nuestro cuerpo, levantándonos hacia las nubes. Entonces nuestros ojos recobran el brillo perdido y nuestra garganta su aliento exiliado en la inexistencia. Y entonces, sólo entonces, volvemos a ser nosotros mismos y sonreímos porque nos damos cuenta, gracias a ese nuevo latido, de que ahora sabemos quiénes somos.


La primera vez siempre es especial, por eso hay que guardarla fieramente en lo más profundo de nosotros.