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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

viernes, 20 de abril de 2012

La historia de la Ira


Por muy imposible que parezca, apenas recuerdo nada de cómo llegué a este mundo. Todo estaba tranquilo y en paz hasta que de pronto, y sin venir a cuento, el jefazo de arriba inició la Creación y me estampé contra el suelo. Oh, bueno, espera... Esa es la versión chachi. En realidad eso sucedió, porque lo recuerdo, pero no me desperté en medio de un bonito valle con flores y unicornios rosas por doquier siendo como soy ahora. Tras la famosa Creación pasé un tiempo en estado inerte, siendo consciente de mi existencia pero sin poder hacer absolutamente nada. No tenía un “cuerpo” propiamente dicho, hasta que un día, nací. Vagamente recuerdo nada de ese momento, pero sé que hacía frío, mucho frío, hecho que me enfureció terriblemente por primera vez como ser carnal.
Vine al mundo en una pequeña tribu de las poquísimas que habían logrado llegar al norte de lo que después sería Europa. Siempre me miraron con extrañeza porque su apariencia era parecida a la de unos seres salvajes, llenos de pelo por todas partes y con facciones duras y prehistóricas; yo, en cambio, no tenía pelo apenas y mis cabellos eran claros, además de que mis ojos eran azulados. Francamente, esas miradas casi de desprecio hacia mí, me irritaban. Ese sentimiento naciente de la mezcla de rabia y odio me dominaba, siempre estaba ahí, día y noche sin descanso.
Debieron creer con el paso del tiempo que yo era maligno (acertado, ciertamente), porque una mañana, muy temprano, con todo el suelo cubierto de algo blanco muy frío, me sacaron a rastras de la cueva donde dormitábamos y me lanzaron a las heladas aguas de un caudaloso río. La corriente me arrastró varios kilómetros abajo, pero una fuerza dentro de mí me impulsó a seguir con vida. En una curva conseguí agarrarme a las raíces de un gran árbol y salí del agua tiritando como nunca más he vuelto a hacerlo. Ahora en mi cabeza sólo existía un algo a lo que no le pude poner nombre, porque entonces no existía, pero que ahora llamaríamos venganza. Sí... recuerdo cómo mis ojos ardían y cómo su color había cambiado cuando miré mi reflejo en un charco. Eran rojos. Dejándome llevar por mí mismo, por la ira, caminé y caminé hasta que volví a la cueva donde estaban todos. Tomé una piedra del suelo que servía para curtir pieles y empecé a abrir pechos y a rebanar cabezas hasta que sólo quedé yo. Estaba empapado en sangre. El líquido rojo me resbalaba por la cara y goteaba de mi cabello. Cuando llegó a mis labios, la lamí y su sabor fue algo que me atrapó por completo. La hice entonces mi única amiga y me marché de aquel lugar envuelto en un manto carmesí aún caliente. Aprendí a sobrevivir por mi cuenta y empleé lo aprendido en la tribu acerca de matar animales y, en caso de poderse, arrancar pieles para abrigarme. Empero, ese sentimiento de rabia y de odio jamás me abandonó. Jamás.
Un día conocí a Guerra y desde entonces, por compartir tantas cosas, nos hicimos inseparables y juntos recorrimos la Historia del Mundo. He visto pasar por delante mis ojos todas y cada una de las civilizaciones que han existido en este planeta, sus auges, sus guerras y sus desapariciones ¿Qué me vas a contar que no sepa yo ya?