Me siento tan sola que sería capaz de
cualquier cosa. Cualquier cosa. Y en realidad, no tengo miedo de lo
que pueda ser capaz de hacer, en realidad no tengo miedo de nada. No
se puede tener miedo a nada cuando a causa de un gran sufrimiento has
estado tan cerca de la muerte y has visto cosas que pocas personas
han visto. Vives tan sepultado en las sombras y los recuerdos que
termina dándote igual estar enterrado bajo pesadumbre. Simplemente,
deja de importarte estar vivo. Lo ves todo desde un cuerpo que
únicamente te sirve de herramienta para hacer todo aquello que algo
incorpóreo no podría hacer, con falta de sensaciones. Y en
detrimento de éstas, se acrecentan las emociones. Comes, ríes,
andas, aprendes... pero siempre estás deseando volver a casa y
quedarte a solas para poder llorar tranquila. Sin saber cómo ni
porqué eres capaz de sentarte en una silla mirando al infinito y
quedarte así todo el día. Y no te importa, porque ya nada importa.
¿Qué puede tener importancia cuando has perdido las ganas de vivir?
Nada de afectos morales, nada de “hay que hacer lo que hay que
hacer porque esto es lo que hace todo el mundo”. El primer paso
para no ser un ignorante es saber, aceptar y asimilar que todos somos
diferentes. Que cada persona es un mundo y que cada ser humano posee
cualidades y defectos más o menos definidos a razón de las
circunstancias pertinentes en cada momento de su vida. Aquí no vale
que te hagan “ver las cosas como son”. Precisamente porque nadie
puede responder a esa pregunta. Inténtalo tú. ¿Cómo son las
cosas? ¿Como las ves tú? ¿Y por qué no puedes estar equivocado y
el que tiene razón es tu peor enemigo? ¿Por qué si tienes un dolor
en el pecho que te aprieta empiezas a escuchar cosas como “ya va
siendo hora de que lo superes”, o “en mi opinión ya deberías
haber salido de ahí”? O mi preferida: “estás exagerando, no me
lo creo”. ¿Quién coño eres tú para decidir cómo y cuándo debo
tomar decisiones y vivir de nuevo? ¿Quién, salvo yo misma, es dueño
de mi decisión de abrir los ojos cada mañana? ¿Quién? Lo lamento,
pero tú precisamente, no. Déjame en paz si eres incapaz de
comprender esto. Y olvídame si te niegas a aceptar que las cosas no
siempre son como tú crees que deben ser y que lo que tú superas en
dos meses otro lo supera en dos años, por la razón que sea. E
incluso, hay quien no llega a superarlo. Si alguna vez te sientes así
pero realmente quieres volver a vivir, húndete. No, no es una broma,
húndete, húndete del todo en el dolor y la miseria para que así
toques fondo y puedas impulsarte hacia arriba. No hay nada peor que
quedar atrapado en un vacío que no te deja avanzar ni retroceder.
Si, por el contrario, te quedas sin fuerzas para luchar, limítate a
observar. Quizá así algún día aprendas a volar en tu abismo y
asciendas otra vez.
¿De dónde nacen los sentimientos si no del corazón y del alma? Este pequeño apartado lo consideraré mi hogar en las ocasiones en las que me sienta en la necesidad de gritar por escrito lo que siento.
Datos personales
- Espejo
- Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.
viernes, 30 de noviembre de 2012
miércoles, 28 de noviembre de 2012
A la mierda
Estoy harta. Me he cansado de la gente
y de todos vosotros. Me he cansado de ser una persona buena y
simpática que siempre intenta estar bien y hacer que los demás se
sientan bien. Estoy hasta los cojones de tragarme horas y horas de
problemas y gilipolleces sin abrir la boca para rechistar, siempre
escuchándolo todo y dando los mejores consejos que puedo porque sé
que cada persona afronta los problemas a su manera y cada cual
necesita su tiempo, sea cual sea. Estoy cansada de que siempre me
busquen a mí para desahogarse y soltar las penas y después si te he
visto no me acuerdo. Estoy harta también de que se empeñen en
despreciarme para todo y de que sólo se me busque cuando se necesite
algo. Lo reconozco, me gusta ser buena persona y me gusta ser buena
amiga. Y lo mejor de todo es que NUNCA he pedido nada a cambio ni
nunca le he dicho a nadie que se callara la puta boca de una vez
porque ya me tenía hasta los ovarios, aun cuando muchas veces
siempre era el mismo tema. Nunca he hecho eso. Nunca. Por eso me
parece de ser muy hipócrita que para una vez que yo tengo un
problema busque un apoyo en alguien y me encuentre con que a las dos
veces de prestarme atención, si quiera escucharme, se me mande a la
mierda y encima quede yo como la mala por X razones. En serio, me
tenéis harta. Iros todos a tomar por culo. Y, por supuesto, que se
dé por aludido quien quiera.
sábado, 24 de noviembre de 2012
Resurrección
No puede decirse que todo lo que nos atormenta tenga una razón de ser exacta y verdadera, pero lo realmente cierto es que siempre hay algo que nos oprime el pecho, y más aún cuando se vive tanto tiempo, y más aún incluso cuando se ha sufrido tanto como yo. Me llamo Raxa, aunque otrora mi nombre fuese Sirkka, y esta es mi historia. La escribo desde lo más profundo de mi ser, afrontando los demonios que me atormentan al recordar y al revivir viejos momentos que me marcaron para siempre pero que desearía olvidar. La escribo porque siento que es la única forma de desahogarme y de dejar constancia de mi paso por el mundo y del por qué de este paso tan longevo. Todavía me queda algo pendiente antes de saber si me dejo caer en los brazos de la vida eterna, pero antes tengo que saldar cuentas con un viejo conocido: mi conversor.
Nací una fría mañana de diciembre de 1347 en la que fue la todavía vigente noche quien me acogió en sus brazos. No lo recuerdo, pero por lo que me contaba mi madre, lloré tanto que creyeron que no sobreviviría. A mi padre nunca le importé demasiado. Siempre fui una niña alegre y despierta, pero eso fue hace mucho tiempo. Toda mi infancia y pre-adolescencia la recuerdo llena de temor, apagada, oscura, llena de llanto y de dolor. Cuando miro al pasado todavía puedo sentir el dolor de los golpes de mi padre por todo el cuerpo, blanco de su constante puntería. Nunca me dijo por qué, nunca me dio una razón, nunca confesó por qué nos odiaba tanto a mí como a mi madre, quien también recibía lo suyo, aunque de una forma más sexual. Ella siempre me contó que mi padre era un buen hombre que había acabado loco por culpa de las batallas, del frío y del hambre. Yo por aquel entonces desconocía el significado de batalla, pero lo aprendí rápido cuando las palizas se acrecentaron y mi sola supervivencia ya era una lucha constante. Empecé a escaparme de casa para evitar más golpes, pero siempre me encontraban y... el castigo es más que obvio.
Recuerdo una noche en la que volví después de pasar fuera toda la tarde, evadiéndome, aliviándome. Tenía una herida en el costado de una paliza reciente y todavía no estaba curada del todo. Al llegar, mi padre me esperaba sentado en mi cama, con un cinturón en la mano y mi madre amordazada a una silla, a su lado. En ese momento ya supe que la noche no acabaría bien. De hecho, lo sabía desde que salí de casa, pero lo necesitaba tanto... Le pedí perdón a mi madre por dentro una y mil, pero antes de darme cuenta estaba desnuda y con la sangre resbalando por mi piel. El bastardo aquel me vio esa herida y no se le ocurrió otra cosa que pateármela hasta que me desmayé del dolor. Yo ya no lo vi, pero cuando desperté mi madre tenía la cara tan morada que parecía haberse estado a punto de ahogar. No volví a escaparme. Y a partir de entonces entendí que mi única posibilidad de sobrevivir era pasar inadvertida y callarme como una furcia.
Tiempo después, una noche, a mi padre le dio por llevarnos al teatro. Creo que nunca había visto a mi madre usar tantísimo maquillaje. Todo fue más o menos bien hasta que llegamos a la puerta del edificio, nos bajamos, y antes de poder dar dos pasos unos hombres nos acorralaron. Tenían el rostro cubierto, pero sus armas eran bien visibles. Creo recordar que mi madre me abrazó, no estoy muy segura, todo pasó muy deprisa. De lo que sí lo estoy es de que yo no parecí importarles demasiado, pues se abalanzaron sobre mi padre, degollándolo de un tajo, y después sobre mi madre, a la que le hicieron lo mismo. ¿A mí? A mí me cogieron y me subieron en un caballo que empezó a galopar cada vez más deprisa y que se perdió entre la niebla del norte.
No recuerdo cuánto tiempo pasó a partir de entonces, pero me encerraron en un torreón oscuro y húmedo durante años. Sólo un hombre venía todos los días a traerme comida e intentaba no tener contacto alguno conmigo. Pero una noche... me arrepentí de haber nacido. Tantas palizas, tantos insultos... y ahora eso. Una noche vino un hombre diferente al de siempre. Su olor era extraño, y su presencia incluso molesta. Intenté esquivar su mirada, pero me la encontró y desde entonces comencé a perder fuerza, a sentirme débil y sin ganas de nada. No sabía qué pasaba, pero ahora sí: me controlaba a su voluntad. Recuerdo vagamente (y con asco) como en pocos minutos mi espalda se pegó al suelo, él a mi cuerpo y cómo lloré durante toda la noche con el dolor más infernal que he sentido nunca entre las piernas. Pasé la noche mirando la luna y rogándole que aliviara mi dolor, pero nunca me escuchó.
Noches como aquellas se repitieron durante muchas más, ya que nunca pude oponer resistencia. Una vez, incluso, me controló para que le correspondiera. Juro que en mi larga vida me he sentido más humillada, ni he sentido tanto asco de mí misma. Sin embargo, a pesar de todo, aún puedo agradecer no haber sido madre. Porque no habría podido soportarlo.
Ese hombre era puro veneno. Desde la primera noche que abusó de mí empecé a sentirme extraña. No sabría explicarlo, pero, no había ni rastro de inocencia en mí. No tenía compasión por nada, todo me daba igual, incluso llegué a desearle. No supe por qué entonces. Tampoco lo sé ahora. Quizá el resto que dejaba dentro de mí me fuese consumiendo poco a poco hasta convertirme en un ser sin alma. Lo desconozco por completo.
Una noche dije basta. Ese hombre, que nunca hablaba y cuyo nombre desconocía, no volvería a tocarme. Qué ingenua... Entró en la oscura habitación con deseos de lo evidente, y como siempre no pude resistirme. Sin embargo (tal vez fuese mi fuerza de voluntad, o que él ya daba por hecho que no me opondría) tuve fuerzas para jugársela. Conseguí asestarle una patada en su zona noble y aproveché que se retorcía en el suelo para levantarme y correr hacia la puerta. De pronto, y casi sin darme cuenta, lo volví a tener encima otra vez, esta vez de espaldas, mientras me sujetara para que no huyera. Durante el forcejeo pude asestarle un golpe en el rostro. Empezó a sangrar, y entonces se quitó el capuchón. Me quedé paralizada. Ese hombre tenía los ojos grises como la niebla y unos colmillos puntiagudos y sobresalientes por entre el resto de sus dientes. No me hizo falta pararme a pensar. De niña siempre me gustaron las historias sobre seres sobrenaturales. Me ayudaban a sobrellevar a la bestia de mi padre. Un vampiro. Dios santo, un vampiro. Por eso el control, por eso no pude quedarme embarazada y por eso su presencia únicamente por las noches. La sangre brotaba de su nariz. Me miró, sonrió malévolamente y me agarró la mandíbula con una mano, girando mi rostro para tener mi cuello a la vista, y me mordió. Solté un grito tan agudo que me dañé la garganta. Después, con ayuda de la otra, se incorporó hacia adelante y dejó que su sangre cayera en mi boca. Me sentí confusa, conmocionada, inerte. Sabía lo que aquello significaba. Y sabía que ya solamente me quedaba una oportunidad para huir.
Fingiendo debilidad, le asesté más golpes hasta que por fin pude correr. Nada más atravesar la puerta me sentí libre, pero poco iba a durar esa sensación. Mi cuerpo empezó a arder y me sentía tremendamente mareada. Mi instinto de supervivencia me decía que corriera y corriera, y, como pude, eso fue lo que hice. Conseguí llegar hasta los establos y me subí, a duras penas, a un caballo que estaba fuera, atado a un poste. Lo hice galopar tan rápido como pude y salí de allí sin volver la vista atrás. Poco después, mi mente se quedó en blanco, mi cuerpo “murió” y a partir de entonces ya no recuerdo nada más.
Desperté en una habitación completamente oscura alumbrada sólo por unas velas. En la mesita que había al lado de la cama había una copa con sangre y una tarjeta al pie que decía algo así como “Bebe, te hará falta”. Me repugnaba esa idea, pero mi boca estaba tan seca que no pude evitar tragar como una desesperada. La copa me duró apenas dos tragos, pero en seguida me revitalizó. Me levanté y empecé a buscar una puerta, pero no estaba acostumbrada a tanta oscuridad. De pronto, ésta (a los pies de la cama) se abrió y entró alguien. Sin acercarse a mí, un hombre con acento oriental me explicó que estaba a salvo y que no tenía que preocuparme por nada. Pero, que si quería empezar de cero, tenía que confiar en él e ir con él a una tierra donde las vacas eran sagradas. No tenía muchas opciones. Y ese hombre me trató tan bien que me sentí hasta incómoda, acostumbrada al desprecio. Acepté.
Me llevó a una tierra llamada India, en el que la vida no era para nada parecida al frío norte. La gente era amable, hospitalaria y siempre estaba ofreciendo cosas. Y también recuerdo calor, un calor sofocante que nunca antes había sentido. Y eso que viajábamos de noche. Cuando llegamos a nuestro destino, Calcuta, nos hospedamos en una casa que, al parecer, era suya. Recibí una habitación ancha decorada de forma anormal para mí, pero muy bella y bien cuidada. Durante el viaje hablamos poco, y una noche se presentó en mi alcoba y habló tendida y detalladamente. No dio apenas información sobre el hombre que me violaba casi todas las noches, pero me explicó qué era un vampiro (la realidad no se ajustaba del todo a lo que yo imaginaba), que no podía volver o me mataría y que mi única posibilidad era quedarme allí o irme, pero nunca volver. Sin darme cuenta me encariñé de él poco a poco, y con el paso del tiempo, me quedé. Con él.
Junto a Sadhil, que asís e llamaba, fui feliz unos años preciosos de mi vida. Él me enseñó el verdadero significado de la palabra mujer y que no todos los hombres eran iguales. Llegué a amarlo más que a mi vida, y por suerte, pude disfrutar junto a él una existencia larga y fuerte. Sin embargo, un día murió. O al menos eso me hicieron creer. Simplemente, un día desapareció. Aquello terminó de rematarme y lo empecé a odiar cada día más, porque el Sadhil que yo conocía no hubiera muerto. Ninguna explicación, ninguna señal, nada. Simplemente me dejó en herencia todo lo que tenía. Ahora yo era “libre” y tenía una venganza pendiente, hecho que una fortuna como la que ahora tenía podía facilitar considerablemente. Me fui, yo también, y desde ese momento comencé a llamarme Raxa, como me llamaba Shadil de cariño Raxa. La palabra que en hindú significa Diablesa.También cambié mi apellido por uno que siempre me gustó: Kerola. Me llevé el dinero que pude y empecé una nueva vida recorriendo Europa por mi cuenta e informándome de cosas y creando contactos. No tardé mucho.
A pesar del dinero y del poder que poseía, poco a poco me fui dando cuenta de que por más que buscaba no lograba encontrar nada. Continué mi camino hasta que un día me crucé con otro inmortal como yo llamado Daniil. Su vida tampoco había sido fácil, y nos encariñamos mucho el uno del otro. Y una vez más, me quedé con él. Pero a él no lo amé. Lo quise mucho, pero no me enamoré. Lo veía, de algún modo, como el padre cariñoso y comprensivo que nunca tuve.
Un día, me ofreció algo enorme. Me regaló un título de Princesa de su país, Rusia. No pude negarme. Tenía un buen liderazgo y pensé que teniendo mucho más poder que antes lograría encontrar al bastardo que me violó y torturó durante años. Sí... Mi verdadera venganza comenzaba ahora.
Le prometí a Daniil que defendería mi título a muerte y que siempre sería una buena soberana, y en señal de lealtad adopté su apellido. No pienso defraudarle. Y, ay, las casualidades (o no tan casualidades) de la vida. Terminé siendo la princesa de un país vecino en lugar de serlo del mío propio. Con el paso de los años aprendí mucho de Daniil, sobre cómo tomar las mejores decisiones y en qué momentos aparcar el orgullo. Un día, simplemente, se fue. Todos creen que fue por cobardía, pero yo creo que en realidad se fugó con la mujer a la que amaba y a la que no quería perder por un simple título. Entonces, al ser la única princesa, heredé el cargo de Reina. Era mucho más duro que el de princesa, pero mucho más jugoso.
La vida me ofrecía una nueva oportunidad, e iba a aprovecharla hasta que los dioses decidiesen que ya era hora de acabar con mi eterna existencia.
Ahora que me he desahogado, creo que queda claro qué es ese algo pendiente que tengo. Juro por mi vida que acabaré con él cuando lo encuentre, porque lo haré. Y, quién sabe... Tal vez esté más cerca de lo que parece.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Semblante
Hay personas que, tocadas
por la mano del destino, nacen diferentes a las demás. Son
especiales, hasta el punto de poder llegar a sentir cosas que el
resto no, y por lo general, por eso mismo suelen ser marginadas en
lugar de escuchadas. Yo sufrí en mis carnes el longevo rechazo de un
pueblo sumido en la ignorancia, una parada errónea que me pasó una
de las mayores facturas de mi vida. Caí en picado desde lo más alto
de los cielos hasta estrellarme contra un duro suelo que pareció
enamorarse de mí y que no me dejaba ir. Tardé mucho tiempo en poder
levantarme, y aun a día de hoy dudo de que haya podido hacerlo
completamente. Vagué sola por senderos tan olvidados que terminaron
siendo alimento de los mitos y las leyendas. Pero son reales, porque
yo los recorrí. El problema es que nunca he conocido a alguien que
también lo haya hecho, y ese afán de encontrar a alguien que tan
sólo me escuchara, aunque no me comprendiera, fue mi perdición.
Ahora, perdida en un
dolor que quizá nunca tenga fin, vuelvo a recordar los tiempos en
los que el frío era mi abrigo y la soledad mi mejor amiga. Los
tiempos en los que yo, sin darme cuenta, más crecí.
La Promesa del Vampiro, 6; último capítulo.
CAPÍTULO
6.
Morgana
estaba sorprendida. Era la primera vez que alguien le hablaba sin
hacer visible el más mínimo gesto de desprecio, y fue algo que
agradeció. Tampoco solían tratarla con tanta confianza: hablaban
como si se conocieran de toda la vida. Era como si fuesen dos
personas destinadas a encontrarse, pero que no lo sabían…
Águeda
era una muchacha muy simpática, de pelo rizado pelirrojo a media
melena, una cara fina con unos ojos de color marrón chocolate y una
divertida boca que siempre sonreía. Tenía una voz melodiosa y solía
gesticular con las manos.
Le
contó a Morgana distintos aspectos de su vida en general, lo que dio
a conocer que llevaba una vida algo agetreada: sus padres eran dueños
de una cadena de hoteles y viajaban con relativa frecuenacia,
dejándola sola en casa o, como es ese caso, la mandaban con sus
hermanos mayores, que estudiaban en Ivendor.
Aunque
la estaba escuchando, Morgana no entendía porqué era Águeda tan
confiada con alguien que no había visto en su vida. Realmente le
sorprendía…
El
tren hizo su primera parada. Inmediatamente, el maquinista fue
entrando en todos los vagones anunciando a los viajantes de que al
ser la primera parada, daban de tiempo aproximadamente una hora para
así poder, quien tuviera que realizar un largo trayecto, ir a buscar
o comprar algo que les hiciera falta durante el viaje.
Pero
por supuesto, Morgana seguía inmersa dentro de su cabeza, y todo el
bullicio se escuchaba como si fuera un suave sonido de fondo.
-
Voy a bajarme, necesito algunas cosas. - informó Águeda. Y bajó
del tren. -
Morgana,
seguía mirando por la ventana. Continuaba pensando que aquel viaje
no tenía sentido: la habían dejado sola muchas veces, incluso
aveces por largos perdiodos de tiempo, y ahora, la enviaban con su
tía.
“Tal
vez todos sus viajes eran un aperitivo…” - pensaba -.
También
recordó la expresión de su padre al darle la noticia. Era triste,
pero al mismo tiempo era como si se lo estuviese pidiendo como el más
grande y glorioso de los favores. Verdaderamente, no tenía sentido.
¿ Qué significaba aquello ? Pensó, y cerró los ojos.
Águeda
volvió minutos más tarde, con un par de bolsas en las manos.
Creyendo que dormía, no le dijo nada.
Como
un potro que apenas empieza a andar, el tren fue arrancando poco a
poco, transformándose minutos más tarde en un poderoso corcel tan
rápido, fuerte y resistente, que le dio a Morgana la sensación de
estar montando al mejor caballo del mundo, el único capaz de saber
llevar a su jinete a la batalla de principio a fin, y cuyo corazón
estaba entregado a un solo y único dueño.
Pasaron
tres horas hasta que el tren realizó su segunda parada. Morgana
abrió los ojos y se dio cuenta de que había una estación algo más
grande que la de Velturn, y en cuyo cartel de recepción podía
leerse en letras grandes: “Bienvenidos a Ivendor”.
Pero
entonces, al ir a salir al pasillo, se percató de que esta vez, era
Águeda la que sí se había quedado dormida.
-
Águeda. Águeda, despierta…
-
Mmm… ¿ qué ocurre ?
-
Hemos llegado, vámos levántate.
-
¿ Cómo ? ¿ Ya… ?
-
Si, ya. Fin de este viaje. - y pronunció esta última frase con
cierto toque de ironía -.
Águeda
fue la primera en bajar, y fuera en el andén se quedó esperando a
Morgana que tenía que recoger su equipaje del vagón de carga.
Cuando lo hizo, se quedó unos momentos quieta, observando como el
tren se alejaba como un potro, el potro que después debía
convertirse en corcel.
-
Morgana, yo me dirijo hacia el norte de la ciudad. - empezó Águeda
-.
-
Yo hacia el este. - respondió ella. -
-
Entonces puedes acompañarme hasta mitad de camino.
Se
miraron, y Morgana echó a caminar carretera arriba, dando a conocer
que no tenía intención de hablar sobre nada.
Al
fin llegaron a un cruce en donde se despidieron con un suave
movimieto de cabeza, e instantes más tarde, Águeda se volvió para
decirle a su acompañante que la buscaría más tarde.
Tuvo
que atravesar algunas calles que le llamaron la atención por su
peculiar antigüedad, nada parecida al estilo modernista de la parte
nueva. Las casas y calles de la parte nueva estaban directamente
relacionadas con el urbanismo moderno, con todo tipo de servicios y
comodidades: tiendas de todo tipo, parques, bancos, puestos
ambulantes de golosinas, etc. En fin… lo normal en un lugar
moderno.
Pero
no entendía el trecho que separaba los dos barrios, el nuevo y el
viejo: en medio de los dos se extendían algunas largas y estrechas
calles que no tenían aspecto de viejas y olvidadas, pero tampoco
tenían pinta de ser jóvenes.
Desgraciadamente,
hubo algo que no le gustó al entrar en el viejo: una sensación. Una
sensación de bienestar, pero seguida de otra de repulso, como si
algo dentro de ella quisiera apartarla de aquel hermoso lugar donde
solo reinaba la paz. No lo entendió, pero intentó creer que era por
culpa de su falta de información sobre todo aquel asunto, y se
tranquilizó un poco.
Finalmente,
tras cruzar algunas calles, encontró por fin la casa que buscaba.
Era una casa antigüa, quizá la más antigüa de todo el barrio.
Podría datarse de entre los siglos XVII y XVIII, pero no pudo
asegurarlo porque el letrero estaba casi borrado y solamente podían
leerse algunas letras como la X o la X seguida de una V. El caso fue
que, cuando subió la escalinata ( eran cinco escalones de color
blanco y circulares, como un abanico ), permaneció unos instantes
mirando la puerta, antes de decidirse a llamar.
Poseía
una fachada de lo más hermosa, la cual era de un color grisáceo con
ciertos toques anaranjados, que dejaban al descubierto unos cuantos
ladrillos. También era alta, a primera vista dejaba ver que tenía
dos plantas, aunque en lo alto asomaba lo que parecía una terraza.
Tenía
tres balcones, el central algo más alargado que los dos laterales, y
antes de llegar a la entrada, había unas puertas de hierro con un
pequeño camino que conducía a la puerta principal, rodeando antes
una fuente de la cual no caía la más mínima gota de agua.
Morgana
se enamoró nada más verla.
Llamó
a la puerta y abrió una mujer mayor, rondaría los cincuenta y
tantos, y preguntó qué deseaba.
-
Estoy buscando a la señora Silvia, ¿ es esta su casa ? - respondió
Morgana -
Y
antes de que la anciana pudiese responder, unos pasos se oyeron a su
espalda y una voz fémina y jóven que se dirigieron a la puerta.
-
Matilde, ¿ quién es ? - preguntó la voz -
-
Una muchacha que pregunta por usted, señora.
-
¿ Cómo… ? ¿ Una muchacha ? No será… ¡ Morgana !
Al
ver a su sobrina se le iluminó la cara y en ella se dibujó una gran
sonrisa de oreja a oreja, y salió inmediantamente para abrazarla.
-
¡ Cómo has crecido, parece mentira ! ¿ Cómo estás ?
-
Bien, gracias.
-
¿ Cómo están tus padres, bien también ?
Tardó
unos momentos en responder.
-
Van haciando, ya sabes…
-
Ah, ya… - la sonrisa se borró de su rostro y bajó unos
centrímetros la mirada, como si supiese algo que Morgana ignoraba -.
-
¿ Cómo estás tú, tía ?
-
Ahora que has llegado, mucho mejor. Pero anda, pasa, ya me contarás
más adelante.
Entraron.
Si Morgana se había enamorao del exterior de la casa, el interior la
había embrujado: el largo pasillo era oscuro con cuatro puertas, dos
a cada lado; éste se bifurcaba en dos: por un lado seguía su curso
y por el otro se acababa en una sala grande donde había dos
estanterías llenas de libros, dos sofás, una mesa con sus
respectivas cuatro sillas, otra mesa de mayor alzada con una
televisión en lo alto, y el suelo de tercipelo.
Siguieron
el pasillo que ahora se erguía en unas anchas escaleras, de las
cuales brotaba una alfombra de color rojo apagado, que iba subiendo
conforme lo hacían las escaleras. Éstas terminaban la primara
planta, la cual Silvia describió a su sobrina.
-
¿ Ves el primer pasillo ? Conduce a las habitaciones de los
empleados y a dos habitaciones para invitados. El segundo pasillo
lleva a una jardín con una pequeña fuente en medio.
Morgana
escuchaba, pero también estaba prestando especial atención a una
puerta vieja, la más vieja quizás de todas las que había visto
hasta ahora en toda la casa.
-
¿ Qué hay detrás de esa puerta, tía ?
-
Oh, esa puerta… em… nada. Nada de interés turístico, la verdad.
- y rió por lo bajo como si esperase que su sobrina lo hiciese
también - Bueno sigamos…
Continuaron
subiendo y llegaron a la segunda planta, aunque las escaleras no
acababan ahí. Tenía ésta un solo pasillo, que se alejaba y después
daba la vuelta y regresaba al punto de partida. Caminaron por él y
se detuvieron en la primera puerta.
-
Esta la tenía reservada para ti - informó Silvia - la he mantenido
limpia y ordenada para cuando llegase este momento.
La
chica se sorprendió al escuchar eso, no entendía que quería decir
con aquello.
-
¿ A qué te refieres con “para este momento” ? - preguntó
intrigada -
-
Pues… para… para cuando decidieses venir a visitarme, claro está…
Lo
que sí estaba claro era que la tía Silvia o estaba algo loca, o
sabía algo que no debía saber
Morgana
pero que a menudo se le escapaba.
Abrieron
la puerta. Era una habitación enorme, con una ventana y uno de los
balcones. Junto a la ventana estaba situada la cama, que parecía de
ensueño: como la de una princesa, un colchón a media altura que,
sostenido por cuatro baldas, mostraban en lo alto un baldaquino hecho
de madera, del cual caían unas bambalinas de color negro con los
bordes blancos, y bajo ellas, unas finas cortinas que llegaban al
suelo también del mismo color. Morgana no podía apartar la vista de
aquel maravilloso mueble, pero se volvió a ver el resto de la
habitación: junto al balcón se alzaba una gran vitrina con estantes
vacíos que pedían a gritos que los libros los ocupasen, al lado de
ésta un armario de madera brillante cuyo interior no era nada
pequeño, y finalmente, lo que parecía un escritorio con su
correspondiente silla corredera.
Morgana
creyó estar en el paraíso.
-
Es… - intentó decir sin poder pronunciar palabra - …es preciosa
tía, no he visto nada igual en mi vida… Gracias.
-
No hay de que, cielo. Sabía que te gustaría.
-
Gracias, de verdad.
-
Ahora acomódarte, llamaré a Matilde para que te ayude.
-
De acuerdo.
Cuando
la anciana Matilde llegó, encontró que Morgana ya había llenado
medio armario.
Estuvieron
poco rato, ya que la habitación permanecía limpia y ordenada como
ya había dicho tía Silvia, así que solo colocaron la ropa que
quedaba y adornaron un poco la estancia con objetos de Morgana.
-
Niña Morgana, creo que ya es sufuciente.
-
Si, yo también. Gracias.
La
anciana le dedicó una leve reverencia y se marchó. Cuando lo hizo,
Morgana sacó de la maleta el dibujo de Edgar, y lo colocó debajo de
la almohada. Se quedó sentada en la cama un rato y después se
tumbó. Intentaba no pensar en él, pero le resultava imposible.
Apenas no lo habíha visto desde el día anterior, y ya sentía que
algo le oprimía el pecho lo bastante como para hacerle daño, pero
no lo suficiente como para matarla. Se le perdió la mirada y empezó
a llorar.
-
“¿ Por… qué… ?”. - suspiraba - ¿ Por… qué…?
Pasada
una hora, Silvia, al ver que su sobrina no volvía, decidió subir a
inspeccionar. Cuando entró en la habitación, la encontró en la
cama dormida en posición fetal, protegiendo algo entre sus brazos
apretados contra el pecho. Sin hacer ruido, se aproximó y se sentó
en el borde. Comenzó a observarla, y se dio cuenta de lo que
estrechaba. Al hacerlo, se percató que los óvulos inferiores de sus
ojos estaban negros, lo que solo podía significar una cosa…. Con
cuidado lo extrajo y lo miró. Lo comprendió al momento.
-
Tranquila cielo, tranquila… - susurró mientras le acariciaba la
cabeza suavemente con sus frías manos - …verás como todo sale
bien.
Se
levantó y salió de la habitación sin hacer ruido.
Morgana
volvió a tener aquel sueño… pero esa vez la imagen no le llegaba
desde sus ojos, sino que se veía a ella misma como si fuese otra
persona quien la mirara. Era como si estuviera en el cuerpo de otra
pesona que la estuviese mirando a ella.
Se
vio entrar a la casa desde una ventana pequeña con barrotes en los
que pudo distinguir que estaban retorcidos como escaleras de caracol.
Se volvió y empezó a caminar hacia la puerta de la habitación, que
estaba vacía, únicamente habitada por ella y una vieja silla con la
anea rota y descolocada. Avanzó hasta llegar a ella e intentó
abrirla, pero al parecer estaba cerrada con llave. Miró a un lado y
a otro en busca de otra salida, pero en vano. De repente, como si de
una alucinación se tratase, la imagen comenzó a retorcerse, las
paredes se iban estrechando y todo daba vueltas cada vez más
deprisa. Súbitamente cayó al suelo y justo antes de golpearse la
cabeza, se despertó. Estaba cansada y le costaba respirar y al
llevarse una mano a la cabeza descubrió que tenía la cara empapada
en sudor. Intentó tranquilizarse y se fue al baño a echarse un poco
de agua.
Al
levantar la cabeza vio en el espejo reflejada, una delgada figura que
no se movía. Asustada se dio la vuelta rápidamente, pero allí no
había nadie. Estaba completamente sola, con las únicas compañías
del sonido del agua cayendo del grifo y el batir de alas de algunos
pájaros fuera. Trató de explicarse que sucedía y llegó a la
conclusión de que todo era producto de su imaginación, alterada aún
por el extraño sueño.
En
aquel momento llamaron a la puerta y Morgana abrió. En el pasillo
depié se encontraba el cuerpo de un hombre de unos cuarenta o
cuarenta y tantos años que inclinó la cabeza en cuanto abrió. El
hombre, mostrando todos sus respetos, se presentó:
-
Señorita Morgana, soy Paul, el mayordomo de esta casa. La señora
Silvia me manda decirle que baje a la sala de estar, alegando que
desea hablar con usted.
-
Me agrada conocerle señor Paul. Dígale a mi tía que bajo
enseguida.
-
Como guste la señorita.
Cuando
el señor Paul se alejó unos pasos:
-
Señor Paul - éste se giró para atenderla -, por favor, no me llame
“señorita”, se me hace muy cursi…
-
Gusta más que la llame “niña Morgana” ?
Morgana
se lo pensó unos segundos, pero al final respondió afirmativamente
con la cabeza.
-
Si, eso está mejor. Gracias.
El
señor Paul siguió su camino y no pudo evitar que se le escapase un
sonrisa de los labios, ya que era la primera vez que alguien lo
llamaba “señor Paul” y que lo hacía con educación, y también
era la primera vez que le decían “gracias” por haber contentado
a otra persona. Mientras bajaba las escaleras, soltó una corta y
traviesa carcajada.
Morgana
encontró a Silvia sentada en uno de los sofás de la sala. Tenía
una sonrisa dibujada, pero no sabía muy bien por qué, tenía la
pinta de ser forzada. Llamó a la puerta y Silvia le hizo un gesto
para que pasara dentro. Cuando lo hizo, sintió algo extraño: notó
como una brisa cálida la rodeaba, pareciendo una mano de alguien
querido que le estaba dando la bienvenida. Avanzó unos pasos, se
sentó en frente de ella, y la miró fijamente a los ojos.
-
Buenos días - bromeó tia Silvia -
-
Buenos días - respondió Morgana - El señor Paul me ha dicho que
querías hablar conmigo.
-
Así es, quería disculparme.
-
¿ Por qué ?
-
Por no ir a recogerte a la estación, de verdad, lo siento, no he
podido.
-
No pasa nada, un descuido lo tiene cualquiera.
-
Supongo que si… - Esto último lo dijo bajando la cabeza, en señal
de que iba a continuar hablando, aunque su expresión y tono de voz
pasaron a más serios - Morgana… también quería hablar contigo
acerca de algo. Posiblemente las normas de esta casa no sean a las
que estás acostumbrada en la tuya.
-
Eso me lo había imaginado, sé que voy a tener que amoldarme.
-
Está bien que pienses así, pero… puede que algunos aspectos del
día a día aquí te parezcan extraños, tal vez creas que son
sobrenaturales.
-
Sobrenaturales - repitió estupefacta -
-
Sé que no suena cuerdo, pero es la verdad. Muchas cosas que para ti
son lo más normal del mundo, no lo son aquí, incluso puede que
algunas de ellas nisiquiera se conozcan.
-
No entiendo - aclaró moviendo la cabeza, confusa -
-
Esa es una de las principales y más básicas normas de este lugar:
no prestes atención a lo que a primera vista te impresione.
-
¿ Puedo saber por lo menos a qué se debe tanto misterio ?
Silvia
separó los labios para decir algo, pero quedaron abiertos sin que de
ellos proviniese el menor sonido. Al fin se cerraron con una lentitud
moderada y unos minitus más tarde volvieron a despegarse para esta
vez sí decir algo.
-
Verás… no es fácil para nadie vivir así, ¿ sabes ? Siempre en
tensión, con los nervios a flor de piel, sin poder tener seres
queridos cerca porque sabes que en cualquier momento puedes hacerles
daño…
-
Tía, ahora ya no se ni de qué me estás hablando - la muchacha
parecía alo enfadada -
-
Te estoy hablando de aquello a lo que tú deberías tener… - no
concluyó la frase. Era algo que percibió en la cara de su sobrina
nada más comenzarla. No sabía a qué se estaba refiriendo - ¿ qué
no sabes de qué te estoy hablando ? - su voz ahora se volvió casi
un susurro, incapaz de ser reconocido -
-
Lo siento, pero no, no lo sé.
Titubeó
unos instantes. Acto seguido se levantó y se dirigió al armario, y
de él extrajo un cajón que parecía lleno de papeles.
-
Acércate un momento - pidió a su sobrina -
Morgana
lo hizo y se colocó al lado del cajón. Efectivamente: estaba lleno
de papeles, pero también había fotografías. Silvia pasó la mano
dando vueltas por encima de todos aquellos papeles, como si buscara
uno en concreto. Finalmente la detuvo encima de un sobre blanco, en
cuya parte delantera podía leerse la palabra “Bathblood”. Silvia
abrió el sobre y de él extrajo tres fotografías que, a pesar de su
supuesta antigüedad, se conservavan en perfecto estado.
Hizo
una seña a Morgana para que se sentara a su lado en el sofá de
nuevo, y antes de cedérselas para que las examinara ella misma, le
fue explicando algo de cada una.
-
Ya que no sabes de qué trata todo esto, cielo, trataré de irte
aclarando lo que no sepas. Y si tienes alguna duda, no dudes en
preguntarme.
-
De acuerdo.
-
¿ Ves esta ? - preguntó mostrándole la primera de las fotografías
- Aquí se ve la casa desde una perspectiva algo más alta de la que
podría ver una persona. Eso es porque la tomaron desde un árbol. -
Morgana no recordaba haber visto ningún árbol, por lo menos no uno
que estuviese tan cerca -
-
¿ Quién es la niña de la foto ? - preguntó. En la puerta de la
casa, había una niña pequeña vestida con lo que parecían un
vestido y una chaqueta. No sabía de que color, puesto que la foto
era en blanco y negro -
-
Esa soy yo, cuando tenía cinco años. ¿ No te parece ridículo ese
lazo de la cabeza ? - Morgana advirtió que efectivamente, su tía
tenía rodeada en el cabello una especie de cinta con un lazo enorme
en lo alto de la cabeza. Y no pudo contenerse…
-
Me parece horroroso.. - dijo con voz ronca y cortante -
-
¡ Menos mal ! A mi también.
-
Aunque… mirándolo mejor, estás muy mona - ambas riéron a la vez
-
Morgana
se sorprendió, pero no dijo nada. Acababa de darse cuenta de algo:
era la primera vez que se reía desde hacía mucho tiempo.
-
¿ Po… podemos pasar a la siguiente foto ? Me ha picado la
curiosidad…
-
Claro, mira. Aquí salimos tu madre y yo en nuestro cumpleaños -
olvidé mencionar que tanto Silvia como Érika, aunque no eran
gemelas, nacieron el mismo día -
-
¿ Todos esos paquetes eran regalos ? - preguntó asombrada,
apuntando la foto con el dedo -
-
Algunos. Otros eran solo adornos para la foto y la fiesta.
-
¿ Y cómo sabíais cuéles eran los que podíais abrir ?
-
No lo sabíamos. Muchas veces, tu madre o yo cogíamos uno y lo
abríamos, y a menudo nos llevávamos la sorpresa, nunca mejor dicho.
-
¿ Y por qué hacían eso los abuelos ?
Silvia
permaneció pensativa unos momentos, después contestó.
-
La verdad, nunca lo pregunté.
Se
sorprendieron riendo de nuevo.
-
Pasemos a la última foto, es mi favorita - advirtió Silvia -
-
¡ Pero si soys las dos ! Pero… ¿ estáis en un evento especial ?
-
Em, si. Era la boda de un primo nuestro y bueno… - aparecían las
dos hermanas vestidas con una faldita lisa con los bordes en flores y
una camisa con cuello de pico y botones en forma de estrella -
creeme: prefiero ésta a la de la fiesta.
-
Si: creo que yo también. - Y rieron por tercera vez -
Cuando
terminaron de verlas volvieron a guardarlas en el sobre, pero esta
vez Morgana tuvo que preguntar.
-
Tía Silvia, perdona la curiosidad, pero… ¿ qué es esa palabra
del sobre ?
Silvia
enmudeció de repente. Se quedó sin saber qué decir, no supo
responder.
-
Morgana… - respondió con voz pausada - ya te he dicho antes que
algunas de las normas que deberás acatar aquí serán diferentes.
-
Si, lo recuerdo.
-
Pues bien. Entre esas nuevas normas se encuentra la siguiente: no
preguntar, investigar o curiosear sobre nada de lo que no te hayas
enterado por mi misma. ¿ Entendido ?
Morgana
palideció aún más tras escuchar a su tía. ¿ Qué le ocurría ? ¿
Estaban riéndose, conociéndose un poco más la una a la otra y de
repente, le hablaba así ?
-
Yo… lo siento tía, no pretendía… no pretendía ser indiscreta,
ni molestar, yo solo… lo siento…
-
Si yo lo considero oportuno te enterarás de algunas cosas, sino, no.
¿ Queda claro ?
-
Si, claro… - la pobre muchacha se había quedado parada de tal modo
que incluso se le olvidó que estaba allí sentada. En cuanto volvió
en si se levantó y empezó a andar y dudó si girarse para decirle
algo a Silvia, pero prosigió su camino -
La Promesa del Vampiro, 5.
CAPÍTULO
5.
Aquella
noche Morgana volvió a tener el extraño sueño: se encontraba a las
puertas de un viejo edificio, junto a un muchacho de rostro
desconocido y el viejo libro entre sus manos. Pero esta vez pudo
distinguir perfectamente el débil sonido de una voz femenina que la
llamaba. Le estaba pidiendo ayuda. ¿ Le pedían ayuda en un sueño ?
¿ Qué significaba todo aquello ?
Cuanto
más parecía que soñaba, menos entendía la situación.
Antes
de entrar en el edificio, se giró y el muchacho todavía seguía
allí, pareciéndole a ella que la estaba esperando. Pero no se
movía, ni decía nada. Únicamense se limitaba a observar. Mientras,
la voz seguía vigente, y a medida que avanzaba, se iba haciendo más
fuerte.
Caminó
hasta llegar a un oscuro pasillo en el que pudo percivir la presencia
de la llama de una vela. Si dirigió hacia ella, y a medida que se
acercaba, ésta más se alejaba.
Al
final se detuvo delante de una gran puerta de madera con encajes
metálicos y un gran candado. Pero no había llave… Tomó el
candado en sus manos para observarlo y descubrió que la llave que
necesitaba tenía forma de flecha.
No
pudo averiguar más, puesto que un ruido la despertó. Era el sonido
que causan los nudillos de la mano al llamar a una puerta.
-
Morgana, ¿ estás despierta ?
-
¡ Ahora sí ! ¿ Qué quieres ?
-
Abre, hija. Tenemos que hablar.
-
¿ Otra vez ? ¿ Qué pasa ahora ?
Se
acercó a la puerta y abrió. Ricardo tenía una expresión de
tristeza en el rostro, pero a la vez de satistfacción.
-
Hay una buena noticia, hija.
-
Me das miedo…
-
Tranquila. Tu madre y yo hemos estado meditando y hemos decidido
acerte caso: nos vamos al hospital.
Morgana
se quedó de piedra. ¿ Por qué esa decisión de repente ?
-
¿ Y cómo que habéis cambiado de opinión así, de pronto ?
-
Ya te lo he dicho… estuvimos meditando.
-
¿ Sólo eso ? ¿ Y esperas que me lo crea ? ¿ Seguro que no es otra
de vuestras salidas de excursión turística por sepa quién dónde
?
-
No. Esta vez es en serio. Pero solo hay un pequeño problema: no
puedes venir.
-
De todas formas no iba a ir…
-
Morgana…
-
Lo siento. ¿ Por qué ?
-
Porque eres menor de edad, ya te conté que los tratamientos suelen
ser muy largos, y aparte tienes que estudiar.
-
De acuerdo. Que os lo paséis bien.
-
Pero hay otra cosa… esta vez no podrás quedarte en casa. Te vas
con tu tía.
-
¿ Qué ? ¿ Tu hermana ? ¡ Imposible !
-
Ella te quiere mucho, cariño, te tratará tan bien que no querrás
volver.
-”
Eso no hace falta que lo jures, papá…” - pensó - No hay otro
remedio ¿ verdad ?
-
Me temo que no, hija. Prepara las maletas. Te vas mañana por la
mañana.
“¿
Mañana por la mañana ? ¿ Tan pronto ? Pero… ¿ por qué ?… no
entiendo… ¿ Qué va a pasar con Edgar ? ¿ Que pasa con él ? ¿
Dónde está ?…”
No
podía hacer nada. La única solución sería escaparse, pero… ¿ a
dónde iría ?
“Por
mucho que insista, no voy a conseguir nada, mejor lo dejo así y que
sea lo que el destino quiera…”
Pasó
casi todo el día haciendo las maletas, eran muchas las cosas que
debía llevarse, no podía olvidarse nada… nada. Tras abrir la
quinta, se quedó inmóbil mirando la pared, la pared que estaba
detrás del escritorio. Cogió su carpeta, a la que ella adoraba. La
cubrió con una funda para que no dañarla, y la metió en la maleta.
Le costó bastante soltarla.
Terminó
de empaquetar y se sentó en su mercedora, que estaba situada mirando
hacia la ventana, y se quedó mirando el paisaje todavía nevado.
“Antes
de nada, tengo que hacer algo…”
Salió
a la calle en dirección a la biblioteca. Cuando llegó, Lucrecia
todavía estaba en el mostrador.
-
Hola Lucrecia.
-
Hola, Morgana. ¿ Cómo estás ? Ya hace tiempo que no vienes. - la
saludó dedicándole una cálida sonrisa -
-
Lo se, perdóname. He estado en mi casa, ya sabes… Esto… venía a
despedirme. - dijo Morgana agachando la cabeza -
-
¿ A despedirte ? ¿ Por qué ? - Lucrecia se quitó las gafas y
adoptó una expresión rota -.
-
Me voy. Me voy con mi tía por una quizás, larga temporada.
Morgana
le contó la historia sobre la enfermedad de su madre.
-
No me lo puedo creer, ¿ De verdad estaba tan mal ?
-
Eso parece, y como según ellos, no puedo ir, me mandan fuera. Que
fastidio… Aquí por lo menos tendría esto…
-
Lo cierto es que si, pero míralo por el lado bueno: alhomejor allí
conoces gente nueva, gente que se parezca a ti, con la que tu te
sientas agusto y puedas conversar o hacer algo.
-
Si te digo la verdad me da igual, tengo una maleta y media solo llena
de libros. Aunque… no se, puede que tengas razón.
-
Ya verás como si. - diciendo esto Lucrecia derramó unas pocas
lágrimas -
-
¿ Por qué lloras ? Ni que me fuera para siempre…
-
Ya lo se, pero… es que me caes bien, se que no tienes amigos y no
se porqué, porque eres una bellísima persona… Te echaré de
menos. Y la biblioteca también.
-
No sabía que yo era esto para ti ¿ por qué no me lo habías dicho
?
-
No se… suponía que si no tenías amigos era porque no los querías,
así que pensé que tal vez era mejor callarlo.
Morgana
se sintió fatal. Había tenido una amiga ahí, delante de sus ojos y
no había sido capaz de verla.
-
Gracias, Lucre, de verdad. Yo también os echaré de menos.
Morgana
también empezó a llorar y se abrazaron.
Cuando
se despidieron y se fue, lo primero que hizo fue intentar buscar a
Edgar, no podía irse sin hablar con él.
No
lo dudó un instante: debía ir al cementerio, donde siempre se
habían visto. Llegó y se sentó en su banco de piedra. Pero aquella
vez Edgar no apareció.
Morgana
esperó bastante tiempo, pero no hubo ni rastro de él. Supuso que
quizá el hecho de ir allí y que de pronto apareciera, podía haber
sido simple casualidad. Pero no lo era…: Edgar si se encontraba en
el lugar, pero escondido tras unos arbustos.
Pasó
un rato observándola, pero no se atrevía a salir… Al final, tras
darle muchas vueltas, lo hizo, y se colocó delante de ella.
-
Hola - saludó -
-
Hola… - respondió Morgana, con evidente tristeza en el tono -
-
Es increíble, cada vez que venimos nos encontramos…
-
Si… ¿ será casualidad ?
-
Puede ser… - “o quizás no”, pensó - ¿ Qué te pasa ? ¿
Estás triste ?
-
Si. Tenía que hablar contigo sobre algo, algo importante.
-
¿ De qué se trata ?
Morgana
tuvo que contarle a él también todo lo que había pasado (
ignorando, por supuesto, que ya lo sabía ).
-
Madre mía… es sorprendente, ¿ y dices que no te lo contaron
porque sabían que los odiabas ?
-
Así es. Al principio me quedé helada, pero luego ya comprendí que
era inevitable.
-
Bueno, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado y me has contado, si,
lo es.
-
Pero aún queda lo peor… quieren que me vaya.
Edgar
podía ver algunas cosas que estaban ocurriendo en ese mismo momento
en cualquier lugar, pero no todo, y esa confesión no había podido
conocerla, hasta que ella se la contó. De no ser por culpa de su
secreto, seguramente le habría dicho que se marchara con él, pero
desgraciadamente no podía…
-
Es… no puede ser, ¿ por qué esa decisión tan drástica ? ¿ No
hay otra forma ?
-
Según mi padre, no. Y no puedo llevarle la contraria cuando se pone
así de testarudo, es capaz de imponerme unas reglas más severas
aún.
-
Tu padre es un hombre de cuidado, después de todo.
-
Si, nunca lo había visto tan decidio como hoy.
Se
sentó junto a ella y se cogieron la mano, quedándose mirando al
frente con la mirada perdida y sin decir una sola palabra que pudiera
asesinar el silencio.
Estaba
ella tan agobiada por su marcha que, inevitablemente, sus ojos
empezaron a dar a luz a unas lágrimas que nacían con apenas
fuerzas, se fortalecían en una corta cascada, y morían cayendo al
abismo. Pero sin llanto.
Él
no podía llorar. Así que se limitó a dejarla desahogarse en su
pena, pero haciéndola sabedora de que la estaba acompañando.
Entonces,
aunque le costó mucho trabajo convencerse de ello, Edgar creyó que
aquel momento, era el adecuado:
-
Morgana, tal vez no sea este el momento más propicio, pero yo
también tengo algo que contarte.
-
Habla, te escucho.
-
Antes de nada, quiero que sepas que eres muy importante para mi, y
que lo seguirás siendo pase lo que pase. Me ha resultado muy
complicado llegar a esta decisión, pero es lo mejor para los dos,
creeme… No podemos volver a vernos.
Silencio.
Silencio siguió habiendo. Silencio hubo porque ninguno de los dos
tuvo valor para decir nada. Solo Morgana tuvo fuerzas para
intentarlo:
-
¿ A qué te refieres ? ¿ Por qué ?
-
No puedo decírtelo.
-
Ya entiendo. ¿ Tú también vas a venirme con el “fué bonito
mientras duró” ?
A
Morgana se le echaron sus propias lágrimas a reír. ¿ Qué
significaba aquello ?
-
Lo único que puedo decirte es que debo guardar un secreto, y contigo
no podría, porque tu… eres para mi, algo muy grande, y no
soportaría la idea de engañarte.
-
Confiaba en ti, ¿ sabes ? Tuve razón sin saberlo. Debí haberle
echo caso a mi intuición cuando me advirtió que me estaba
enamorando… no lo hice, y ahora voy a pagar por ello.
-
No quiero que pienses así, ya te he dicho que me ha costado mucho
trabajo llegar hasta esta decisión. Yo tampoco quiero separarme de
ti, pero prefiero ser yo quien lo haga, a esperar a que sea otro.
-
¿ Qué quieres decir con “otro” ?
-
No puedo explicártelo. Por favor, debes conformarte con saber que
nunca te dejaré, aunque acabemos uno de los dos en el fin del mundo…
-
Bonitas palabras, caballero. Pero creo que es la primera vez en mi
vida, que no entiendo nada.
-
Por favor, perdóname. Te parecerá egoísta, pero quiero pedirte una
última cosa: ten siempre presente que no lo hago por voluntad
propia, y recuerda, que nunca te olvidaré.
Edgar
se levantó y se colocó frente a ella. Morgana no podía levantar la
cabeza, no tenía fuerzas.
-
Perdóname otra vez. Adiós…
Habiendo
dicho tales palabras, se alejó caminando despacio, hasta que llegó
a una esquina y al tomarla, desapareció.
Morgana
quedó inmóvil bastante rato, hasta que se cansó de remover el
asunto y alzó porfin la cabeza, mirando esta vez hacia el cielo.
“Perdóname
tú a mi. - pensó - Lo siento, pero no puedo perdonar algo que no se
lo que es, ni por qué está causado. Adiós…”
Se
levantó llena de rabia e impotencia y empezó a caminar con rumbo al
que por desgracia, tenía que llamar su hogar.
Con
los ojos aún húmedos se dispuso a entrar en la casa. De repente, se
percató de algo bastante peculiar: esa fachada, esas ventanas, esa
antigua puerta… no era por el echo de haber estado viviendo allí
tantos años, pero la imagen externa de aquel habitáculo le
resultaba familiar…
Entró
y descubrió a sus padres sentados en el sofá, pero de una manera
algo extraña: cada uno estaba en un extremo, dejando el espacio de
en medio vacío. Comprendió en seguida lo que significaba, aunque no
le hubieran dicho nada.
Cuando
se sentó, pasó un rato hasta que hablaron. Morgana emepzó a
mirarlos alternativamente y a ejecutar pequeños suspiron que daban a
conocer el pésimo estado de ánimo que en aquellos momentos la
acompañaba.
-
Morgana, - empezó su padre - sabemos que esto te duele, o como
mínimo te incomoda, pero tambie´sabemos que es lo mejor para todos.
Nadie
respondió, nadie dijo nada, nada se oyó, salvo el sonido del reloj
de cuco que estaba colocado en la pared, algo más elevado que la
estantería. Sonaba porque sus agujas marcaban las ocho de la noche.
-
¿ Sabéis ya cuánto tiempo vais a estar fuera ?
-
Estuvimos esta mañana echando cuentas - intervino por fin su madre -
y solo el primer tratamiento, el de antes de la operación, puede
llegar a durar como mínimo, dos años.
-
¿ Y qué pasa ? ¿ No es mejor así ? - preguntó, pero mirando solo
a su padre - Por lo menos estaréis seguros de que todo sale bien y
acaba definitivamente.
-
Pero es mucho tiempo, hija. Acuérdate que después habrá que
iniciar el tratamiento de recuperación.
-
¿ Cuánto tiempo puede durar ?
-
Tal vez igual, o incluso más que el primero…
Meditó
unos momentos antes de responer. Sabía que aquello era la bandera de
tregua que le brindaba una oportunidad de escapar de aquel Infierno
en el que vivía, pero al mismo tiempo echaría de menos a Lucre. Y,
siendo consciente también de que no podría arrancárselo jamás del
corazón, a Edgar.
-
No importa. No te preocupes por mi, estaré bien. Ahora… si me
disculpais, tengo que revisra el equipaje, no quiero olvidarme nada.
-
Está bien cariño, iré a verte más tarde.
Subió
de nuevo a su habitación y cerró la puerta con llave. Aunque le
hubiesen mostrado verdaderamente que lo que querían era lo mejor
para ella, ya no confiaba en nadie.
Era
una sensación de miedo mezclada con dolor y rencor, sobretodo el que
sentía hacia su madre. Había entendido siempre la situación y sus
reacciones a todo y a todos. Pero nunca la actitud que tomó hacia
ella.
-
Quizás vaya siendo hora de que nos hagamos a la idea… - susurró
para sus adentros -.
Mientras
tanto, abajo en el salón, todo seguía igual que los últimos diez
minutos: cada uno sentado en un extremo del sofá, mirándose de vez
en cuando, y preocupados.
-
¿ Crees que deberíamos decírselo antes de su marcha ? - preguntó
Ricardo -
-
No, no, aún no. Es demasiado pronto, y ella muy jóven. No sabría
entenderlo.
-
Tampoco debemos esperar mucho. Recuerda que si se enteraran antes que
ella, su vida correría peligro…
-
Si, lo sé… Pero es que tengo la sensación de que todo está bien,
tranquilo. Nunca nos ha dado ningún disgusto y ha confiado siempre
en nosotros, hasta que tuvimos que hacerle creer aquello…
-
No puedes basarte solo en eso, Érika, no olvides que a pesar de su
verdad, también es humana… y tiene sentimientos.
-
Supongo que el hecho de que me vea como una madre, no significa que
yo haya sabido adoptar ese cargo…
-
Querida, lo has hecho muy bien, has hecho lo que has podido, y yo
también.
-
Sabes bien que no. Me he introducido tanto en el papel que me
otorgaron, que se me olvidó que solo era eso, un papel.
-
Pero ten en cuenta que es mejor así… ahora tal vez no lo
entendería, pero estoy seguro de que a la larga sabría apreciar
porqué lo hicimos.
-
Ojalá, Ricardo. Ojalá…
El
reloj de su muñeca marcaba casi las once de la noche. Había pasado
ese rato repasando todo el equipaje y asegurándose de que no se
olvidaba nada. Pero de repente se acordó de algo…: el collar, su
collar.
Era
una joya hermosísima que había adquirido de una forma un tanto
extraña: hacía cosa de dos meses, una noche se fue a dormir. Soñó
que estaba a orillas de un gran lago que era el resultado de la
caída final de una enorme cascada que caía tres veces. De ella
caían unas aguas cristalinas extremadamente bellas. Estaba mirando
aquel divino paisaje cuando de repente notó unas suaves manos que le
rodeaban el cuello y le hacían entrega de un objeto. También una
voz le susurró al oído, diciéndole:
“No
tengas miedo. Y sé fuerte, muy fuerte…”
Al
despertar, lo tenía colgando.
No
sabía que era lo que había ocurrido, ya que supuestamente solo se
trataba de un sueño, pero no sintió nada negativo hacia él, y optó
por no contárselo a nadie.
“ ¿
Para qué ? Si nadie creerá la historia…”
Lo
sacó de un cofre que estaba situado en el centro de la mesita de
noche. A amobs lados de éste y al filo de los bordes de ésta, había
dos velas blancas, posadas sobre unos candiles sencillos de plata,
con el soporte trenzado y el saliente en forma de flor. No se lo
ponía nunca, puesto que ya llevaba uno, su cruz egipcia, pero le
tenía cariño.
Sentada
en la cama lo estubo observano en silencio. A pesar de todo, no
lograba distinguir qué era o qué quería representar: era una
especie de rombo estirado con la parte inferior y las dos laterales
acabadas en punta, y la superior, por donde pasaba la cadena que iba
al cuello, más redondeada.
Cerró
la mano y la apretó con fuerza. Lo volvió a guardar en el cofre y
éste lo introdujo en la maleta.
Miró
de nuevo su reloj, eran casi las doce y media. El tren salía a las
ocho de la mañana, así que bajó sin hacer ruido y se preparó un
vaso de leche. Cuando se lo terminó subió de nuevo, y se acostó.
Tardó un rato en dormirse, pero al final lo hizo.
Ya
en el coche de camino a la estación, Ricardo le explicó de nuevo
una y mil veces el porqué de aquel viaje. También le recordó que
si necesitaba algo, no tenía nada más que pedrírselo a su tía.
Morgana
creía que aquello iba a ser algo temporal, sencillo. Pero en
realidad iba a cambiar, para bien o para mal, el resto de su vida
para siempre…
Cuando
llegaron, el tren aún no se encontraba en la estación. Estubieron
un rato esperando, hasta que lo vieron llegar a lo lejos.
-
¿ Sigues enfadada, verdad ?
-
No estoy enfadada. Simplemente, no entiendo nada.
-
Hija, recuerda que te dije que ha sido todo muy repentino… Ni yo
mismo podía imaginar que esto llegaría a tal extremo.
-
Y como no sabéis solucionarlo me enviáis fuera, para tener el
camino más despejado.
Mientras
decía esto, el tren iba poco a poco frenando frente al andén lleno
de gente, con otras tantas personas más en su interior que se
disponían a apearse.
-
Morgana, lo siento, de veras. - suspiró bajando la cabeza -
-
Pues yo no.
Ricardo
se aproximó a su hija con el propósito de despedirse de ella
dándole un fuerte abrazo, pero Morgana lo rechazó girándole la
cabeza al ver venir su intención.
-
Tengo que irme. Voy a perder el tren.
Ricardo
se quedó petrificado, ahí depié, como una estatua, dolido y al
mismo tiempo agradecido.
“Menos
mal que no lo sientes, hija. Menos mal…”
Morgana
por su parte, se había acomodado en un asiento al lado de la
ventana. Le gustaba ver el paisaje. En aquel momento, veía como poco
a poco se iba alejando de Velturn, el pueblo donde había vivido
desde hacía seis largos años, y del que ahora se marchaba por culpa
de un error adoptado por sus padres.
Velturn
fue menguando cada vez más, hasta que llegó un momento en el que
solo se veían los tejados de las casas más altas, y del que más
tarde, no quedó rastro visible.
De
repente, del vagón de al lado, entró una muchacha con una gran
maleta y una bolsa de mano. Entonces vio que el asiento compañero de
Morgana estaba libre.
-
Perdona… - preguntó - ¿ te importa si me siento a tu lado ? Si te
molesta no claro, pero es que el tren está lleno.
-
Claro, siéntate. No me importa. - respondió ella con la voz apagada
y pausada que tenía. -
-
Gracias. Esto de viajar en fiestas es un suplicio.
Morgana
sonrió, pero sin apartar la vista de la ventana.
-
Por cierto, me llamo Águeda. ¿ Y tú ?
-
Morgana. Me encanta tu nombre.
-
Gracias… no suelen decírmelo a menudo. A mi también el tuyo, es
precioso.
-
Gracias tu también. No me lo dicen mucho tampoco. “De echo, esta
es la segunda vez…”
-
Por cierto, ¿ puedo preguntarte a dónde te dirijes ?
-
Claro. Voy a pasar una temporada con mi tía, en Ivendor.
-
¡ Estarás de broma !
-
¿ Por qué iba a estarlo ?
-
Porque yo también me dirijo hacia allí.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)