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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Promesa del Vampiro, 6; último capítulo.


CAPÍTULO 6.

Morgana estaba sorprendida. Era la primera vez que alguien le hablaba sin hacer visible el más mínimo gesto de desprecio, y fue algo que agradeció. Tampoco solían tratarla con tanta confianza: hablaban como si se conocieran de toda la vida. Era como si fuesen dos personas destinadas a encontrarse, pero que no lo sabían
Águeda era una muchacha muy simpática, de pelo rizado pelirrojo a media melena, una cara fina con unos ojos de color marrón chocolate y una divertida boca que siempre sonreía. Tenía una voz melodiosa y solía gesticular con las manos.
Le contó a Morgana distintos aspectos de su vida en general, lo que dio a conocer que llevaba una vida algo agetreada: sus padres eran dueños de una cadena de hoteles y viajaban con relativa frecuenacia, dejándola sola en casa o, como es ese caso, la mandaban con sus hermanos mayores, que estudiaban en Ivendor.
Aunque la estaba escuchando, Morgana no entendía porqué era Águeda tan confiada con alguien que no había visto en su vida. Realmente le sorprendía…

El tren hizo su primera parada. Inmediatamente, el maquinista fue entrando en todos los vagones anunciando a los viajantes de que al ser la primera parada, daban de tiempo aproximadamente una hora para así poder, quien tuviera que realizar un largo trayecto, ir a buscar o comprar algo que les hiciera falta durante el viaje.
Pero por supuesto, Morgana seguía inmersa dentro de su cabeza, y todo el bullicio se escuchaba como si fuera un suave sonido de fondo.
- Voy a bajarme, necesito algunas cosas. - informó Águeda. Y bajó del tren. -
Morgana, seguía mirando por la ventana. Continuaba pensando que aquel viaje no tenía sentido: la habían dejado sola muchas veces, incluso aveces por largos perdiodos de tiempo, y ahora, la enviaban con su tía.
Tal vez todos sus viajes eran un aperitivo…” - pensaba -.
También recordó la expresión de su padre al darle la noticia. Era triste, pero al mismo tiempo era como si se lo estuviese pidiendo como el más grande y glorioso de los favores. Verdaderamente, no tenía sentido. ¿ Qué significaba aquello ? Pensó, y cerró los ojos.
Águeda volvió minutos más tarde, con un par de bolsas en las manos. Creyendo que dormía, no le dijo nada.
Como un potro que apenas empieza a andar, el tren fue arrancando poco a poco, transformándose minutos más tarde en un poderoso corcel tan rápido, fuerte y resistente, que le dio a Morgana la sensación de estar montando al mejor caballo del mundo, el único capaz de saber llevar a su jinete a la batalla de principio a fin, y cuyo corazón estaba entregado a un solo y único dueño.

Pasaron tres horas hasta que el tren realizó su segunda parada. Morgana abrió los ojos y se dio cuenta de que había una estación algo más grande que la de Velturn, y en cuyo cartel de recepción podía leerse en letras grandes: “Bienvenidos a Ivendor”.
Pero entonces, al ir a salir al pasillo, se percató de que esta vez, era Águeda la que sí se había quedado dormida.
- Águeda. Águeda, despierta…
- Mmm… ¿ qué ocurre ?
- Hemos llegado, vámos levántate.
- ¿ Cómo ? ¿ Ya… ?
- Si, ya. Fin de este viaje. - y pronunció esta última frase con cierto toque de ironía -.
Águeda fue la primera en bajar, y fuera en el andén se quedó esperando a Morgana que tenía que recoger su equipaje del vagón de carga. Cuando lo hizo, se quedó unos momentos quieta, observando como el tren se alejaba como un potro, el potro que después debía convertirse en corcel.
- Morgana, yo me dirijo hacia el norte de la ciudad. - empezó Águeda -.
- Yo hacia el este. - respondió ella. -
- Entonces puedes acompañarme hasta mitad de camino.
Se miraron, y Morgana echó a caminar carretera arriba, dando a conocer que no tenía intención de hablar sobre nada.
Al fin llegaron a un cruce en donde se despidieron con un suave movimieto de cabeza, e instantes más tarde, Águeda se volvió para decirle a su acompañante que la buscaría más tarde.

Tuvo que atravesar algunas calles que le llamaron la atención por su peculiar antigüedad, nada parecida al estilo modernista de la parte nueva. Las casas y calles de la parte nueva estaban directamente relacionadas con el urbanismo moderno, con todo tipo de servicios y comodidades: tiendas de todo tipo, parques, bancos, puestos ambulantes de golosinas, etc. En fin… lo normal en un lugar moderno.
Pero no entendía el trecho que separaba los dos barrios, el nuevo y el viejo: en medio de los dos se extendían algunas largas y estrechas calles que no tenían aspecto de viejas y olvidadas, pero tampoco tenían pinta de ser jóvenes.
Desgraciadamente, hubo algo que no le gustó al entrar en el viejo: una sensación. Una sensación de bienestar, pero seguida de otra de repulso, como si algo dentro de ella quisiera apartarla de aquel hermoso lugar donde solo reinaba la paz. No lo entendió, pero intentó creer que era por culpa de su falta de información sobre todo aquel asunto, y se tranquilizó un poco.
Finalmente, tras cruzar algunas calles, encontró por fin la casa que buscaba. Era una casa antigüa, quizá la más antigüa de todo el barrio. Podría datarse de entre los siglos XVII y XVIII, pero no pudo asegurarlo porque el letrero estaba casi borrado y solamente podían leerse algunas letras como la X o la X seguida de una V. El caso fue que, cuando subió la escalinata ( eran cinco escalones de color blanco y circulares, como un abanico ), permaneció unos instantes mirando la puerta, antes de decidirse a llamar.
Poseía una fachada de lo más hermosa, la cual era de un color grisáceo con ciertos toques anaranjados, que dejaban al descubierto unos cuantos ladrillos. También era alta, a primera vista dejaba ver que tenía dos plantas, aunque en lo alto asomaba lo que parecía una terraza.
Tenía tres balcones, el central algo más alargado que los dos laterales, y antes de llegar a la entrada, había unas puertas de hierro con un pequeño camino que conducía a la puerta principal, rodeando antes una fuente de la cual no caía la más mínima gota de agua.
Morgana se enamoró nada más verla.
Llamó a la puerta y abrió una mujer mayor, rondaría los cincuenta y tantos, y preguntó qué deseaba.
- Estoy buscando a la señora Silvia, ¿ es esta su casa ? - respondió Morgana -
Y antes de que la anciana pudiese responder, unos pasos se oyeron a su espalda y una voz fémina y jóven que se dirigieron a la puerta.
- Matilde, ¿ quién es ? - preguntó la voz -
- Una muchacha que pregunta por usted, señora.
- ¿ Cómo… ? ¿ Una muchacha ? No será… ¡ Morgana !
Al ver a su sobrina se le iluminó la cara y en ella se dibujó una gran sonrisa de oreja a oreja, y salió inmediantamente para abrazarla.
- ¡ Cómo has crecido, parece mentira ! ¿ Cómo estás ?
- Bien, gracias.
- ¿ Cómo están tus padres, bien también ?
Tardó unos momentos en responder.
- Van haciando, ya sabes…
- Ah, ya… - la sonrisa se borró de su rostro y bajó unos centrímetros la mirada, como si supiese algo que Morgana ignoraba -.
- ¿ Cómo estás tú, tía ?
- Ahora que has llegado, mucho mejor. Pero anda, pasa, ya me contarás más adelante.
Entraron. Si Morgana se había enamorao del exterior de la casa, el interior la había embrujado: el largo pasillo era oscuro con cuatro puertas, dos a cada lado; éste se bifurcaba en dos: por un lado seguía su curso y por el otro se acababa en una sala grande donde había dos estanterías llenas de libros, dos sofás, una mesa con sus respectivas cuatro sillas, otra mesa de mayor alzada con una televisión en lo alto, y el suelo de tercipelo.
Siguieron el pasillo que ahora se erguía en unas anchas escaleras, de las cuales brotaba una alfombra de color rojo apagado, que iba subiendo conforme lo hacían las escaleras. Éstas terminaban la primara planta, la cual Silvia describió a su sobrina.
- ¿ Ves el primer pasillo ? Conduce a las habitaciones de los empleados y a dos habitaciones para invitados. El segundo pasillo lleva a una jardín con una pequeña fuente en medio.
Morgana escuchaba, pero también estaba prestando especial atención a una puerta vieja, la más vieja quizás de todas las que había visto hasta ahora en toda la casa.
- ¿ Qué hay detrás de esa puerta, tía ?
- Oh, esa puerta… em… nada. Nada de interés turístico, la verdad. - y rió por lo bajo como si esperase que su sobrina lo hiciese también - Bueno sigamos…
Continuaron subiendo y llegaron a la segunda planta, aunque las escaleras no acababan ahí. Tenía ésta un solo pasillo, que se alejaba y después daba la vuelta y regresaba al punto de partida. Caminaron por él y se detuvieron en la primera puerta.
- Esta la tenía reservada para ti - informó Silvia - la he mantenido limpia y ordenada para cuando llegase este momento.
La chica se sorprendió al escuchar eso, no entendía que quería decir con aquello.
- ¿ A qué te refieres con “para este momento” ? - preguntó intrigada -
- Pues… para… para cuando decidieses venir a visitarme, claro está…
Lo que sí estaba claro era que la tía Silvia o estaba algo loca, o sabía algo que no debía saber
Morgana pero que a menudo se le escapaba.
Abrieron la puerta. Era una habitación enorme, con una ventana y uno de los balcones. Junto a la ventana estaba situada la cama, que parecía de ensueño: como la de una princesa, un colchón a media altura que, sostenido por cuatro baldas, mostraban en lo alto un baldaquino hecho de madera, del cual caían unas bambalinas de color negro con los bordes blancos, y bajo ellas, unas finas cortinas que llegaban al suelo también del mismo color. Morgana no podía apartar la vista de aquel maravilloso mueble, pero se volvió a ver el resto de la habitación: junto al balcón se alzaba una gran vitrina con estantes vacíos que pedían a gritos que los libros los ocupasen, al lado de ésta un armario de madera brillante cuyo interior no era nada pequeño, y finalmente, lo que parecía un escritorio con su correspondiente silla corredera.
Morgana creyó estar en el paraíso.
- Es… - intentó decir sin poder pronunciar palabra - …es preciosa tía, no he visto nada igual en mi vida… Gracias.
- No hay de que, cielo. Sabía que te gustaría.
- Gracias, de verdad.
- Ahora acomódarte, llamaré a Matilde para que te ayude.
- De acuerdo.
Cuando la anciana Matilde llegó, encontró que Morgana ya había llenado medio armario.
Estuvieron poco rato, ya que la habitación permanecía limpia y ordenada como ya había dicho tía Silvia, así que solo colocaron la ropa que quedaba y adornaron un poco la estancia con objetos de Morgana.
- Niña Morgana, creo que ya es sufuciente.
- Si, yo también. Gracias.
La anciana le dedicó una leve reverencia y se marchó. Cuando lo hizo, Morgana sacó de la maleta el dibujo de Edgar, y lo colocó debajo de la almohada. Se quedó sentada en la cama un rato y después se tumbó. Intentaba no pensar en él, pero le resultava imposible. Apenas no lo habíha visto desde el día anterior, y ya sentía que algo le oprimía el pecho lo bastante como para hacerle daño, pero no lo suficiente como para matarla. Se le perdió la mirada y empezó a llorar.
- “¿ Por… qué… ?”. - suspiraba - ¿ Por… qué…?

Pasada una hora, Silvia, al ver que su sobrina no volvía, decidió subir a inspeccionar. Cuando entró en la habitación, la encontró en la cama dormida en posición fetal, protegiendo algo entre sus brazos apretados contra el pecho. Sin hacer ruido, se aproximó y se sentó en el borde. Comenzó a observarla, y se dio cuenta de lo que estrechaba. Al hacerlo, se percató que los óvulos inferiores de sus ojos estaban negros, lo que solo podía significar una cosa…. Con cuidado lo extrajo y lo miró. Lo comprendió al momento.
- Tranquila cielo, tranquila… - susurró mientras le acariciaba la cabeza suavemente con sus frías manos - …verás como todo sale bien.
Se levantó y salió de la habitación sin hacer ruido.

Morgana volvió a tener aquel sueño… pero esa vez la imagen no le llegaba desde sus ojos, sino que se veía a ella misma como si fuese otra persona quien la mirara. Era como si estuviera en el cuerpo de otra pesona que la estuviese mirando a ella.
Se vio entrar a la casa desde una ventana pequeña con barrotes en los que pudo distinguir que estaban retorcidos como escaleras de caracol. Se volvió y empezó a caminar hacia la puerta de la habitación, que estaba vacía, únicamente habitada por ella y una vieja silla con la anea rota y descolocada. Avanzó hasta llegar a ella e intentó abrirla, pero al parecer estaba cerrada con llave. Miró a un lado y a otro en busca de otra salida, pero en vano. De repente, como si de una alucinación se tratase, la imagen comenzó a retorcerse, las paredes se iban estrechando y todo daba vueltas cada vez más deprisa. Súbitamente cayó al suelo y justo antes de golpearse la cabeza, se despertó. Estaba cansada y le costaba respirar y al llevarse una mano a la cabeza descubrió que tenía la cara empapada en sudor. Intentó tranquilizarse y se fue al baño a echarse un poco de agua.
Al levantar la cabeza vio en el espejo reflejada, una delgada figura que no se movía. Asustada se dio la vuelta rápidamente, pero allí no había nadie. Estaba completamente sola, con las únicas compañías del sonido del agua cayendo del grifo y el batir de alas de algunos pájaros fuera. Trató de explicarse que sucedía y llegó a la conclusión de que todo era producto de su imaginación, alterada aún por el extraño sueño.
En aquel momento llamaron a la puerta y Morgana abrió. En el pasillo depié se encontraba el cuerpo de un hombre de unos cuarenta o cuarenta y tantos años que inclinó la cabeza en cuanto abrió. El hombre, mostrando todos sus respetos, se presentó:
- Señorita Morgana, soy Paul, el mayordomo de esta casa. La señora Silvia me manda decirle que baje a la sala de estar, alegando que desea hablar con usted.
- Me agrada conocerle señor Paul. Dígale a mi tía que bajo enseguida.
- Como guste la señorita.
Cuando el señor Paul se alejó unos pasos:
- Señor Paul - éste se giró para atenderla -, por favor, no me llame “señorita”, se me hace muy cursi…
- Gusta más que la llame “niña Morgana” ?
Morgana se lo pensó unos segundos, pero al final respondió afirmativamente con la cabeza.
- Si, eso está mejor. Gracias.
El señor Paul siguió su camino y no pudo evitar que se le escapase un sonrisa de los labios, ya que era la primera vez que alguien lo llamaba “señor Paul” y que lo hacía con educación, y también era la primera vez que le decían “gracias” por haber contentado a otra persona. Mientras bajaba las escaleras, soltó una corta y traviesa carcajada.

Morgana encontró a Silvia sentada en uno de los sofás de la sala. Tenía una sonrisa dibujada, pero no sabía muy bien por qué, tenía la pinta de ser forzada. Llamó a la puerta y Silvia le hizo un gesto para que pasara dentro. Cuando lo hizo, sintió algo extraño: notó como una brisa cálida la rodeaba, pareciendo una mano de alguien querido que le estaba dando la bienvenida. Avanzó unos pasos, se sentó en frente de ella, y la miró fijamente a los ojos.
- Buenos días - bromeó tia Silvia -
- Buenos días - respondió Morgana - El señor Paul me ha dicho que querías hablar conmigo.
- Así es, quería disculparme.
- ¿ Por qué ?
- Por no ir a recogerte a la estación, de verdad, lo siento, no he podido.
- No pasa nada, un descuido lo tiene cualquiera.
- Supongo que si… - Esto último lo dijo bajando la cabeza, en señal de que iba a continuar hablando, aunque su expresión y tono de voz pasaron a más serios - Morgana… también quería hablar contigo acerca de algo. Posiblemente las normas de esta casa no sean a las que estás acostumbrada en la tuya.
- Eso me lo había imaginado, sé que voy a tener que amoldarme.
- Está bien que pienses así, pero… puede que algunos aspectos del día a día aquí te parezcan extraños, tal vez creas que son sobrenaturales.
- Sobrenaturales - repitió estupefacta -
- Sé que no suena cuerdo, pero es la verdad. Muchas cosas que para ti son lo más normal del mundo, no lo son aquí, incluso puede que algunas de ellas nisiquiera se conozcan.
- No entiendo - aclaró moviendo la cabeza, confusa -
- Esa es una de las principales y más básicas normas de este lugar: no prestes atención a lo que a primera vista te impresione.
- ¿ Puedo saber por lo menos a qué se debe tanto misterio ?
Silvia separó los labios para decir algo, pero quedaron abiertos sin que de ellos proviniese el menor sonido. Al fin se cerraron con una lentitud moderada y unos minitus más tarde volvieron a despegarse para esta vez sí decir algo.
- Verás… no es fácil para nadie vivir así, ¿ sabes ? Siempre en tensión, con los nervios a flor de piel, sin poder tener seres queridos cerca porque sabes que en cualquier momento puedes hacerles daño…
- Tía, ahora ya no se ni de qué me estás hablando - la muchacha parecía alo enfadada -
- Te estoy hablando de aquello a lo que tú deberías tener… - no concluyó la frase. Era algo que percibió en la cara de su sobrina nada más comenzarla. No sabía a qué se estaba refiriendo - ¿ qué no sabes de qué te estoy hablando ? - su voz ahora se volvió casi un susurro, incapaz de ser reconocido -
- Lo siento, pero no, no lo sé.
Titubeó unos instantes. Acto seguido se levantó y se dirigió al armario, y de él extrajo un cajón que parecía lleno de papeles.
- Acércate un momento - pidió a su sobrina -
Morgana lo hizo y se colocó al lado del cajón. Efectivamente: estaba lleno de papeles, pero también había fotografías. Silvia pasó la mano dando vueltas por encima de todos aquellos papeles, como si buscara uno en concreto. Finalmente la detuvo encima de un sobre blanco, en cuya parte delantera podía leerse la palabra “Bathblood”. Silvia abrió el sobre y de él extrajo tres fotografías que, a pesar de su supuesta antigüedad, se conservavan en perfecto estado.
Hizo una seña a Morgana para que se sentara a su lado en el sofá de nuevo, y antes de cedérselas para que las examinara ella misma, le fue explicando algo de cada una.
- Ya que no sabes de qué trata todo esto, cielo, trataré de irte aclarando lo que no sepas. Y si tienes alguna duda, no dudes en preguntarme.
- De acuerdo.
- ¿ Ves esta ? - preguntó mostrándole la primera de las fotografías - Aquí se ve la casa desde una perspectiva algo más alta de la que podría ver una persona. Eso es porque la tomaron desde un árbol. - Morgana no recordaba haber visto ningún árbol, por lo menos no uno que estuviese tan cerca -
- ¿ Quién es la niña de la foto ? - preguntó. En la puerta de la casa, había una niña pequeña vestida con lo que parecían un vestido y una chaqueta. No sabía de que color, puesto que la foto era en blanco y negro -
- Esa soy yo, cuando tenía cinco años. ¿ No te parece ridículo ese lazo de la cabeza ? - Morgana advirtió que efectivamente, su tía tenía rodeada en el cabello una especie de cinta con un lazo enorme en lo alto de la cabeza. Y no pudo contenerse…
- Me parece horroroso.. - dijo con voz ronca y cortante -
- ¡ Menos mal ! A mi también.
- Aunque… mirándolo mejor, estás muy mona - ambas riéron a la vez -
Morgana se sorprendió, pero no dijo nada. Acababa de darse cuenta de algo: era la primera vez que se reía desde hacía mucho tiempo.
- ¿ Po… podemos pasar a la siguiente foto ? Me ha picado la curiosidad…
- Claro, mira. Aquí salimos tu madre y yo en nuestro cumpleaños - olvidé mencionar que tanto Silvia como Érika, aunque no eran gemelas, nacieron el mismo día -
- ¿ Todos esos paquetes eran regalos ? - preguntó asombrada, apuntando la foto con el dedo -
- Algunos. Otros eran solo adornos para la foto y la fiesta.
- ¿ Y cómo sabíais cuéles eran los que podíais abrir ?
- No lo sabíamos. Muchas veces, tu madre o yo cogíamos uno y lo abríamos, y a menudo nos llevávamos la sorpresa, nunca mejor dicho.
- ¿ Y por qué hacían eso los abuelos ?
Silvia permaneció pensativa unos momentos, después contestó.
- La verdad, nunca lo pregunté.
Se sorprendieron riendo de nuevo.
- Pasemos a la última foto, es mi favorita - advirtió Silvia -
- ¡ Pero si soys las dos ! Pero… ¿ estáis en un evento especial ?
- Em, si. Era la boda de un primo nuestro y bueno… - aparecían las dos hermanas vestidas con una faldita lisa con los bordes en flores y una camisa con cuello de pico y botones en forma de estrella - creeme: prefiero ésta a la de la fiesta.
- Si: creo que yo también. - Y rieron por tercera vez -
Cuando terminaron de verlas volvieron a guardarlas en el sobre, pero esta vez Morgana tuvo que preguntar.
- Tía Silvia, perdona la curiosidad, pero… ¿ qué es esa palabra del sobre ?
Silvia enmudeció de repente. Se quedó sin saber qué decir, no supo responder.
- Morgana… - respondió con voz pausada - ya te he dicho antes que algunas de las normas que deberás acatar aquí serán diferentes.
- Si, lo recuerdo.
- Pues bien. Entre esas nuevas normas se encuentra la siguiente: no preguntar, investigar o curiosear sobre nada de lo que no te hayas enterado por mi misma. ¿ Entendido ?
Morgana palideció aún más tras escuchar a su tía. ¿ Qué le ocurría ? ¿ Estaban riéndose, conociéndose un poco más la una a la otra y de repente, le hablaba así ?
- Yo… lo siento tía, no pretendía… no pretendía ser indiscreta, ni molestar, yo solo… lo siento…
- Si yo lo considero oportuno te enterarás de algunas cosas, sino, no. ¿ Queda claro ?
- Si, claro… - la pobre muchacha se había quedado parada de tal modo que incluso se le olvidó que estaba allí sentada. En cuanto volvió en si se levantó y empezó a andar y dudó si girarse para decirle algo a Silvia, pero prosigió su camino -

4 comentarios:

  1. ¿En serio es el último? Pero al final me quedo sin saber qué pasa. ¿A qué viene el secretismo? ¿Qué es lo que la tía y sus padres quieren esconder? ¿Qué hay en el cuarto cerrado? ¿Qué pasa con Águeda? ¿Por qué los ojos negros? ¿Al final Edgar pasa de ella? ¡¡No me dejes asíiii!! T_T

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  2. xDDDDDDDDDD
    Si te soy sincera, ya ni me acuerdo ^^U

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  3. Oish, qué mala eres ¬¬ ¡Pues echa mano de tu inventiva, mujer!

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