CAPÍTULO
5.
Aquella
noche Morgana volvió a tener el extraño sueño: se encontraba a las
puertas de un viejo edificio, junto a un muchacho de rostro
desconocido y el viejo libro entre sus manos. Pero esta vez pudo
distinguir perfectamente el débil sonido de una voz femenina que la
llamaba. Le estaba pidiendo ayuda. ¿ Le pedían ayuda en un sueño ?
¿ Qué significaba todo aquello ?
Cuanto
más parecía que soñaba, menos entendía la situación.
Antes
de entrar en el edificio, se giró y el muchacho todavía seguía
allí, pareciéndole a ella que la estaba esperando. Pero no se
movía, ni decía nada. Únicamense se limitaba a observar. Mientras,
la voz seguía vigente, y a medida que avanzaba, se iba haciendo más
fuerte.
Caminó
hasta llegar a un oscuro pasillo en el que pudo percivir la presencia
de la llama de una vela. Si dirigió hacia ella, y a medida que se
acercaba, ésta más se alejaba.
Al
final se detuvo delante de una gran puerta de madera con encajes
metálicos y un gran candado. Pero no había llave… Tomó el
candado en sus manos para observarlo y descubrió que la llave que
necesitaba tenía forma de flecha.
No
pudo averiguar más, puesto que un ruido la despertó. Era el sonido
que causan los nudillos de la mano al llamar a una puerta.
-
Morgana, ¿ estás despierta ?
-
¡ Ahora sí ! ¿ Qué quieres ?
-
Abre, hija. Tenemos que hablar.
-
¿ Otra vez ? ¿ Qué pasa ahora ?
Se
acercó a la puerta y abrió. Ricardo tenía una expresión de
tristeza en el rostro, pero a la vez de satistfacción.
-
Hay una buena noticia, hija.
-
Me das miedo…
-
Tranquila. Tu madre y yo hemos estado meditando y hemos decidido
acerte caso: nos vamos al hospital.
Morgana
se quedó de piedra. ¿ Por qué esa decisión de repente ?
-
¿ Y cómo que habéis cambiado de opinión así, de pronto ?
-
Ya te lo he dicho… estuvimos meditando.
-
¿ Sólo eso ? ¿ Y esperas que me lo crea ? ¿ Seguro que no es otra
de vuestras salidas de excursión turística por sepa quién dónde
?
-
No. Esta vez es en serio. Pero solo hay un pequeño problema: no
puedes venir.
-
De todas formas no iba a ir…
-
Morgana…
-
Lo siento. ¿ Por qué ?
-
Porque eres menor de edad, ya te conté que los tratamientos suelen
ser muy largos, y aparte tienes que estudiar.
-
De acuerdo. Que os lo paséis bien.
-
Pero hay otra cosa… esta vez no podrás quedarte en casa. Te vas
con tu tía.
-
¿ Qué ? ¿ Tu hermana ? ¡ Imposible !
-
Ella te quiere mucho, cariño, te tratará tan bien que no querrás
volver.
-”
Eso no hace falta que lo jures, papá…” - pensó - No hay otro
remedio ¿ verdad ?
-
Me temo que no, hija. Prepara las maletas. Te vas mañana por la
mañana.
“¿
Mañana por la mañana ? ¿ Tan pronto ? Pero… ¿ por qué ?… no
entiendo… ¿ Qué va a pasar con Edgar ? ¿ Que pasa con él ? ¿
Dónde está ?…”
No
podía hacer nada. La única solución sería escaparse, pero… ¿ a
dónde iría ?
“Por
mucho que insista, no voy a conseguir nada, mejor lo dejo así y que
sea lo que el destino quiera…”
Pasó
casi todo el día haciendo las maletas, eran muchas las cosas que
debía llevarse, no podía olvidarse nada… nada. Tras abrir la
quinta, se quedó inmóbil mirando la pared, la pared que estaba
detrás del escritorio. Cogió su carpeta, a la que ella adoraba. La
cubrió con una funda para que no dañarla, y la metió en la maleta.
Le costó bastante soltarla.
Terminó
de empaquetar y se sentó en su mercedora, que estaba situada mirando
hacia la ventana, y se quedó mirando el paisaje todavía nevado.
“Antes
de nada, tengo que hacer algo…”
Salió
a la calle en dirección a la biblioteca. Cuando llegó, Lucrecia
todavía estaba en el mostrador.
-
Hola Lucrecia.
-
Hola, Morgana. ¿ Cómo estás ? Ya hace tiempo que no vienes. - la
saludó dedicándole una cálida sonrisa -
-
Lo se, perdóname. He estado en mi casa, ya sabes… Esto… venía a
despedirme. - dijo Morgana agachando la cabeza -
-
¿ A despedirte ? ¿ Por qué ? - Lucrecia se quitó las gafas y
adoptó una expresión rota -.
-
Me voy. Me voy con mi tía por una quizás, larga temporada.
Morgana
le contó la historia sobre la enfermedad de su madre.
-
No me lo puedo creer, ¿ De verdad estaba tan mal ?
-
Eso parece, y como según ellos, no puedo ir, me mandan fuera. Que
fastidio… Aquí por lo menos tendría esto…
-
Lo cierto es que si, pero míralo por el lado bueno: alhomejor allí
conoces gente nueva, gente que se parezca a ti, con la que tu te
sientas agusto y puedas conversar o hacer algo.
-
Si te digo la verdad me da igual, tengo una maleta y media solo llena
de libros. Aunque… no se, puede que tengas razón.
-
Ya verás como si. - diciendo esto Lucrecia derramó unas pocas
lágrimas -
-
¿ Por qué lloras ? Ni que me fuera para siempre…
-
Ya lo se, pero… es que me caes bien, se que no tienes amigos y no
se porqué, porque eres una bellísima persona… Te echaré de
menos. Y la biblioteca también.
-
No sabía que yo era esto para ti ¿ por qué no me lo habías dicho
?
-
No se… suponía que si no tenías amigos era porque no los querías,
así que pensé que tal vez era mejor callarlo.
Morgana
se sintió fatal. Había tenido una amiga ahí, delante de sus ojos y
no había sido capaz de verla.
-
Gracias, Lucre, de verdad. Yo también os echaré de menos.
Morgana
también empezó a llorar y se abrazaron.
Cuando
se despidieron y se fue, lo primero que hizo fue intentar buscar a
Edgar, no podía irse sin hablar con él.
No
lo dudó un instante: debía ir al cementerio, donde siempre se
habían visto. Llegó y se sentó en su banco de piedra. Pero aquella
vez Edgar no apareció.
Morgana
esperó bastante tiempo, pero no hubo ni rastro de él. Supuso que
quizá el hecho de ir allí y que de pronto apareciera, podía haber
sido simple casualidad. Pero no lo era…: Edgar si se encontraba en
el lugar, pero escondido tras unos arbustos.
Pasó
un rato observándola, pero no se atrevía a salir… Al final, tras
darle muchas vueltas, lo hizo, y se colocó delante de ella.
-
Hola - saludó -
-
Hola… - respondió Morgana, con evidente tristeza en el tono -
-
Es increíble, cada vez que venimos nos encontramos…
-
Si… ¿ será casualidad ?
-
Puede ser… - “o quizás no”, pensó - ¿ Qué te pasa ? ¿
Estás triste ?
-
Si. Tenía que hablar contigo sobre algo, algo importante.
-
¿ De qué se trata ?
Morgana
tuvo que contarle a él también todo lo que había pasado (
ignorando, por supuesto, que ya lo sabía ).
-
Madre mía… es sorprendente, ¿ y dices que no te lo contaron
porque sabían que los odiabas ?
-
Así es. Al principio me quedé helada, pero luego ya comprendí que
era inevitable.
-
Bueno, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado y me has contado, si,
lo es.
-
Pero aún queda lo peor… quieren que me vaya.
Edgar
podía ver algunas cosas que estaban ocurriendo en ese mismo momento
en cualquier lugar, pero no todo, y esa confesión no había podido
conocerla, hasta que ella se la contó. De no ser por culpa de su
secreto, seguramente le habría dicho que se marchara con él, pero
desgraciadamente no podía…
-
Es… no puede ser, ¿ por qué esa decisión tan drástica ? ¿ No
hay otra forma ?
-
Según mi padre, no. Y no puedo llevarle la contraria cuando se pone
así de testarudo, es capaz de imponerme unas reglas más severas
aún.
-
Tu padre es un hombre de cuidado, después de todo.
-
Si, nunca lo había visto tan decidio como hoy.
Se
sentó junto a ella y se cogieron la mano, quedándose mirando al
frente con la mirada perdida y sin decir una sola palabra que pudiera
asesinar el silencio.
Estaba
ella tan agobiada por su marcha que, inevitablemente, sus ojos
empezaron a dar a luz a unas lágrimas que nacían con apenas
fuerzas, se fortalecían en una corta cascada, y morían cayendo al
abismo. Pero sin llanto.
Él
no podía llorar. Así que se limitó a dejarla desahogarse en su
pena, pero haciéndola sabedora de que la estaba acompañando.
Entonces,
aunque le costó mucho trabajo convencerse de ello, Edgar creyó que
aquel momento, era el adecuado:
-
Morgana, tal vez no sea este el momento más propicio, pero yo
también tengo algo que contarte.
-
Habla, te escucho.
-
Antes de nada, quiero que sepas que eres muy importante para mi, y
que lo seguirás siendo pase lo que pase. Me ha resultado muy
complicado llegar a esta decisión, pero es lo mejor para los dos,
creeme… No podemos volver a vernos.
Silencio.
Silencio siguió habiendo. Silencio hubo porque ninguno de los dos
tuvo valor para decir nada. Solo Morgana tuvo fuerzas para
intentarlo:
-
¿ A qué te refieres ? ¿ Por qué ?
-
No puedo decírtelo.
-
Ya entiendo. ¿ Tú también vas a venirme con el “fué bonito
mientras duró” ?
A
Morgana se le echaron sus propias lágrimas a reír. ¿ Qué
significaba aquello ?
-
Lo único que puedo decirte es que debo guardar un secreto, y contigo
no podría, porque tu… eres para mi, algo muy grande, y no
soportaría la idea de engañarte.
-
Confiaba en ti, ¿ sabes ? Tuve razón sin saberlo. Debí haberle
echo caso a mi intuición cuando me advirtió que me estaba
enamorando… no lo hice, y ahora voy a pagar por ello.
-
No quiero que pienses así, ya te he dicho que me ha costado mucho
trabajo llegar hasta esta decisión. Yo tampoco quiero separarme de
ti, pero prefiero ser yo quien lo haga, a esperar a que sea otro.
-
¿ Qué quieres decir con “otro” ?
-
No puedo explicártelo. Por favor, debes conformarte con saber que
nunca te dejaré, aunque acabemos uno de los dos en el fin del mundo…
-
Bonitas palabras, caballero. Pero creo que es la primera vez en mi
vida, que no entiendo nada.
-
Por favor, perdóname. Te parecerá egoísta, pero quiero pedirte una
última cosa: ten siempre presente que no lo hago por voluntad
propia, y recuerda, que nunca te olvidaré.
Edgar
se levantó y se colocó frente a ella. Morgana no podía levantar la
cabeza, no tenía fuerzas.
-
Perdóname otra vez. Adiós…
Habiendo
dicho tales palabras, se alejó caminando despacio, hasta que llegó
a una esquina y al tomarla, desapareció.
Morgana
quedó inmóvil bastante rato, hasta que se cansó de remover el
asunto y alzó porfin la cabeza, mirando esta vez hacia el cielo.
“Perdóname
tú a mi. - pensó - Lo siento, pero no puedo perdonar algo que no se
lo que es, ni por qué está causado. Adiós…”
Se
levantó llena de rabia e impotencia y empezó a caminar con rumbo al
que por desgracia, tenía que llamar su hogar.
Con
los ojos aún húmedos se dispuso a entrar en la casa. De repente, se
percató de algo bastante peculiar: esa fachada, esas ventanas, esa
antigua puerta… no era por el echo de haber estado viviendo allí
tantos años, pero la imagen externa de aquel habitáculo le
resultaba familiar…
Entró
y descubrió a sus padres sentados en el sofá, pero de una manera
algo extraña: cada uno estaba en un extremo, dejando el espacio de
en medio vacío. Comprendió en seguida lo que significaba, aunque no
le hubieran dicho nada.
Cuando
se sentó, pasó un rato hasta que hablaron. Morgana emepzó a
mirarlos alternativamente y a ejecutar pequeños suspiron que daban a
conocer el pésimo estado de ánimo que en aquellos momentos la
acompañaba.
-
Morgana, - empezó su padre - sabemos que esto te duele, o como
mínimo te incomoda, pero tambie´sabemos que es lo mejor para todos.
Nadie
respondió, nadie dijo nada, nada se oyó, salvo el sonido del reloj
de cuco que estaba colocado en la pared, algo más elevado que la
estantería. Sonaba porque sus agujas marcaban las ocho de la noche.
-
¿ Sabéis ya cuánto tiempo vais a estar fuera ?
-
Estuvimos esta mañana echando cuentas - intervino por fin su madre -
y solo el primer tratamiento, el de antes de la operación, puede
llegar a durar como mínimo, dos años.
-
¿ Y qué pasa ? ¿ No es mejor así ? - preguntó, pero mirando solo
a su padre - Por lo menos estaréis seguros de que todo sale bien y
acaba definitivamente.
-
Pero es mucho tiempo, hija. Acuérdate que después habrá que
iniciar el tratamiento de recuperación.
-
¿ Cuánto tiempo puede durar ?
-
Tal vez igual, o incluso más que el primero…
Meditó
unos momentos antes de responer. Sabía que aquello era la bandera de
tregua que le brindaba una oportunidad de escapar de aquel Infierno
en el que vivía, pero al mismo tiempo echaría de menos a Lucre. Y,
siendo consciente también de que no podría arrancárselo jamás del
corazón, a Edgar.
-
No importa. No te preocupes por mi, estaré bien. Ahora… si me
disculpais, tengo que revisra el equipaje, no quiero olvidarme nada.
-
Está bien cariño, iré a verte más tarde.
Subió
de nuevo a su habitación y cerró la puerta con llave. Aunque le
hubiesen mostrado verdaderamente que lo que querían era lo mejor
para ella, ya no confiaba en nadie.
Era
una sensación de miedo mezclada con dolor y rencor, sobretodo el que
sentía hacia su madre. Había entendido siempre la situación y sus
reacciones a todo y a todos. Pero nunca la actitud que tomó hacia
ella.
-
Quizás vaya siendo hora de que nos hagamos a la idea… - susurró
para sus adentros -.
Mientras
tanto, abajo en el salón, todo seguía igual que los últimos diez
minutos: cada uno sentado en un extremo del sofá, mirándose de vez
en cuando, y preocupados.
-
¿ Crees que deberíamos decírselo antes de su marcha ? - preguntó
Ricardo -
-
No, no, aún no. Es demasiado pronto, y ella muy jóven. No sabría
entenderlo.
-
Tampoco debemos esperar mucho. Recuerda que si se enteraran antes que
ella, su vida correría peligro…
-
Si, lo sé… Pero es que tengo la sensación de que todo está bien,
tranquilo. Nunca nos ha dado ningún disgusto y ha confiado siempre
en nosotros, hasta que tuvimos que hacerle creer aquello…
-
No puedes basarte solo en eso, Érika, no olvides que a pesar de su
verdad, también es humana… y tiene sentimientos.
-
Supongo que el hecho de que me vea como una madre, no significa que
yo haya sabido adoptar ese cargo…
-
Querida, lo has hecho muy bien, has hecho lo que has podido, y yo
también.
-
Sabes bien que no. Me he introducido tanto en el papel que me
otorgaron, que se me olvidó que solo era eso, un papel.
-
Pero ten en cuenta que es mejor así… ahora tal vez no lo
entendería, pero estoy seguro de que a la larga sabría apreciar
porqué lo hicimos.
-
Ojalá, Ricardo. Ojalá…
El
reloj de su muñeca marcaba casi las once de la noche. Había pasado
ese rato repasando todo el equipaje y asegurándose de que no se
olvidaba nada. Pero de repente se acordó de algo…: el collar, su
collar.
Era
una joya hermosísima que había adquirido de una forma un tanto
extraña: hacía cosa de dos meses, una noche se fue a dormir. Soñó
que estaba a orillas de un gran lago que era el resultado de la
caída final de una enorme cascada que caía tres veces. De ella
caían unas aguas cristalinas extremadamente bellas. Estaba mirando
aquel divino paisaje cuando de repente notó unas suaves manos que le
rodeaban el cuello y le hacían entrega de un objeto. También una
voz le susurró al oído, diciéndole:
“No
tengas miedo. Y sé fuerte, muy fuerte…”
Al
despertar, lo tenía colgando.
No
sabía que era lo que había ocurrido, ya que supuestamente solo se
trataba de un sueño, pero no sintió nada negativo hacia él, y optó
por no contárselo a nadie.
“ ¿
Para qué ? Si nadie creerá la historia…”
Lo
sacó de un cofre que estaba situado en el centro de la mesita de
noche. A amobs lados de éste y al filo de los bordes de ésta, había
dos velas blancas, posadas sobre unos candiles sencillos de plata,
con el soporte trenzado y el saliente en forma de flor. No se lo
ponía nunca, puesto que ya llevaba uno, su cruz egipcia, pero le
tenía cariño.
Sentada
en la cama lo estubo observano en silencio. A pesar de todo, no
lograba distinguir qué era o qué quería representar: era una
especie de rombo estirado con la parte inferior y las dos laterales
acabadas en punta, y la superior, por donde pasaba la cadena que iba
al cuello, más redondeada.
Cerró
la mano y la apretó con fuerza. Lo volvió a guardar en el cofre y
éste lo introdujo en la maleta.
Miró
de nuevo su reloj, eran casi las doce y media. El tren salía a las
ocho de la mañana, así que bajó sin hacer ruido y se preparó un
vaso de leche. Cuando se lo terminó subió de nuevo, y se acostó.
Tardó un rato en dormirse, pero al final lo hizo.
Ya
en el coche de camino a la estación, Ricardo le explicó de nuevo
una y mil veces el porqué de aquel viaje. También le recordó que
si necesitaba algo, no tenía nada más que pedrírselo a su tía.
Morgana
creía que aquello iba a ser algo temporal, sencillo. Pero en
realidad iba a cambiar, para bien o para mal, el resto de su vida
para siempre…
Cuando
llegaron, el tren aún no se encontraba en la estación. Estubieron
un rato esperando, hasta que lo vieron llegar a lo lejos.
-
¿ Sigues enfadada, verdad ?
-
No estoy enfadada. Simplemente, no entiendo nada.
-
Hija, recuerda que te dije que ha sido todo muy repentino… Ni yo
mismo podía imaginar que esto llegaría a tal extremo.
-
Y como no sabéis solucionarlo me enviáis fuera, para tener el
camino más despejado.
Mientras
decía esto, el tren iba poco a poco frenando frente al andén lleno
de gente, con otras tantas personas más en su interior que se
disponían a apearse.
-
Morgana, lo siento, de veras. - suspiró bajando la cabeza -
-
Pues yo no.
Ricardo
se aproximó a su hija con el propósito de despedirse de ella
dándole un fuerte abrazo, pero Morgana lo rechazó girándole la
cabeza al ver venir su intención.
-
Tengo que irme. Voy a perder el tren.
Ricardo
se quedó petrificado, ahí depié, como una estatua, dolido y al
mismo tiempo agradecido.
“Menos
mal que no lo sientes, hija. Menos mal…”
Morgana
por su parte, se había acomodado en un asiento al lado de la
ventana. Le gustaba ver el paisaje. En aquel momento, veía como poco
a poco se iba alejando de Velturn, el pueblo donde había vivido
desde hacía seis largos años, y del que ahora se marchaba por culpa
de un error adoptado por sus padres.
Velturn
fue menguando cada vez más, hasta que llegó un momento en el que
solo se veían los tejados de las casas más altas, y del que más
tarde, no quedó rastro visible.
De
repente, del vagón de al lado, entró una muchacha con una gran
maleta y una bolsa de mano. Entonces vio que el asiento compañero de
Morgana estaba libre.
-
Perdona… - preguntó - ¿ te importa si me siento a tu lado ? Si te
molesta no claro, pero es que el tren está lleno.
-
Claro, siéntate. No me importa. - respondió ella con la voz apagada
y pausada que tenía. -
-
Gracias. Esto de viajar en fiestas es un suplicio.
Morgana
sonrió, pero sin apartar la vista de la ventana.
-
Por cierto, me llamo Águeda. ¿ Y tú ?
-
Morgana. Me encanta tu nombre.
-
Gracias… no suelen decírmelo a menudo. A mi también el tuyo, es
precioso.
-
Gracias tu también. No me lo dicen mucho tampoco. “De echo, esta
es la segunda vez…”
-
Por cierto, ¿ puedo preguntarte a dónde te dirijes ?
-
Claro. Voy a pasar una temporada con mi tía, en Ivendor.
-
¡ Estarás de broma !
-
¿ Por qué iba a estarlo ?
-
Porque yo también me dirijo hacia allí.
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