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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Promesa del Vampiro, 5.


CAPÍTULO 5.

Aquella noche Morgana volvió a tener el extraño sueño: se encontraba a las puertas de un viejo edificio, junto a un muchacho de rostro desconocido y el viejo libro entre sus manos. Pero esta vez pudo distinguir perfectamente el débil sonido de una voz femenina que la llamaba. Le estaba pidiendo ayuda. ¿ Le pedían ayuda en un sueño ? ¿ Qué significaba todo aquello ?
Cuanto más parecía que soñaba, menos entendía la situación.
Antes de entrar en el edificio, se giró y el muchacho todavía seguía allí, pareciéndole a ella que la estaba esperando. Pero no se movía, ni decía nada. Únicamense se limitaba a observar. Mientras, la voz seguía vigente, y a medida que avanzaba, se iba haciendo más fuerte.
Caminó hasta llegar a un oscuro pasillo en el que pudo percivir la presencia de la llama de una vela. Si dirigió hacia ella, y a medida que se acercaba, ésta más se alejaba.
Al final se detuvo delante de una gran puerta de madera con encajes metálicos y un gran candado. Pero no había llave… Tomó el candado en sus manos para observarlo y descubrió que la llave que necesitaba tenía forma de flecha.
No pudo averiguar más, puesto que un ruido la despertó. Era el sonido que causan los nudillos de la mano al llamar a una puerta.
- Morgana, ¿ estás despierta ?
- ¡ Ahora sí ! ¿ Qué quieres ?
- Abre, hija. Tenemos que hablar.
- ¿ Otra vez ? ¿ Qué pasa ahora ?
Se acercó a la puerta y abrió. Ricardo tenía una expresión de tristeza en el rostro, pero a la vez de satistfacción.
- Hay una buena noticia, hija.
- Me das miedo…
- Tranquila. Tu madre y yo hemos estado meditando y hemos decidido acerte caso: nos vamos al hospital.
Morgana se quedó de piedra. ¿ Por qué esa decisión de repente ?
- ¿ Y cómo que habéis cambiado de opinión así, de pronto ?
- Ya te lo he dicho… estuvimos meditando.
- ¿ Sólo eso ? ¿ Y esperas que me lo crea ? ¿ Seguro que no es otra de vuestras salidas de excursión turística por sepa quién dónde ?
- No. Esta vez es en serio. Pero solo hay un pequeño problema: no puedes venir.
- De todas formas no iba a ir…
- Morgana…
- Lo siento. ¿ Por qué ?
- Porque eres menor de edad, ya te conté que los tratamientos suelen ser muy largos, y aparte tienes que estudiar.
- De acuerdo. Que os lo paséis bien.
- Pero hay otra cosa… esta vez no podrás quedarte en casa. Te vas con tu tía.
- ¿ Qué ? ¿ Tu hermana ? ¡ Imposible !
- Ella te quiere mucho, cariño, te tratará tan bien que no querrás volver.
-” Eso no hace falta que lo jures, papá…” - pensó - No hay otro remedio ¿ verdad ?
- Me temo que no, hija. Prepara las maletas. Te vas mañana por la mañana.
¿ Mañana por la mañana ? ¿ Tan pronto ? Pero… ¿ por qué ?… no entiendo… ¿ Qué va a pasar con Edgar ? ¿ Que pasa con él ? ¿ Dónde está ?…”
No podía hacer nada. La única solución sería escaparse, pero… ¿ a dónde iría ?
Por mucho que insista, no voy a conseguir nada, mejor lo dejo así y que sea lo que el destino quiera…”

Pasó casi todo el día haciendo las maletas, eran muchas las cosas que debía llevarse, no podía olvidarse nada… nada. Tras abrir la quinta, se quedó inmóbil mirando la pared, la pared que estaba detrás del escritorio. Cogió su carpeta, a la que ella adoraba. La cubrió con una funda para que no dañarla, y la metió en la maleta. Le costó bastante soltarla.
Terminó de empaquetar y se sentó en su mercedora, que estaba situada mirando hacia la ventana, y se quedó mirando el paisaje todavía nevado.
Antes de nada, tengo que hacer algo…”

Salió a la calle en dirección a la biblioteca. Cuando llegó, Lucrecia todavía estaba en el mostrador.
- Hola Lucrecia.
- Hola, Morgana. ¿ Cómo estás ? Ya hace tiempo que no vienes. - la saludó dedicándole una cálida sonrisa -
- Lo se, perdóname. He estado en mi casa, ya sabes… Esto… venía a despedirme. - dijo Morgana agachando la cabeza -
- ¿ A despedirte ? ¿ Por qué ? - Lucrecia se quitó las gafas y adoptó una expresión rota -.
- Me voy. Me voy con mi tía por una quizás, larga temporada.
Morgana le contó la historia sobre la enfermedad de su madre.
- No me lo puedo creer, ¿ De verdad estaba tan mal ?
- Eso parece, y como según ellos, no puedo ir, me mandan fuera. Que fastidio… Aquí por lo menos tendría esto…
- Lo cierto es que si, pero míralo por el lado bueno: alhomejor allí conoces gente nueva, gente que se parezca a ti, con la que tu te sientas agusto y puedas conversar o hacer algo.
- Si te digo la verdad me da igual, tengo una maleta y media solo llena de libros. Aunque… no se, puede que tengas razón.
- Ya verás como si. - diciendo esto Lucrecia derramó unas pocas lágrimas -
- ¿ Por qué lloras ? Ni que me fuera para siempre…
- Ya lo se, pero… es que me caes bien, se que no tienes amigos y no se porqué, porque eres una bellísima persona… Te echaré de menos. Y la biblioteca también.
- No sabía que yo era esto para ti ¿ por qué no me lo habías dicho ?
- No se… suponía que si no tenías amigos era porque no los querías, así que pensé que tal vez era mejor callarlo.
Morgana se sintió fatal. Había tenido una amiga ahí, delante de sus ojos y no había sido capaz de verla.
- Gracias, Lucre, de verdad. Yo también os echaré de menos.
Morgana también empezó a llorar y se abrazaron.

Cuando se despidieron y se fue, lo primero que hizo fue intentar buscar a Edgar, no podía irse sin hablar con él.
No lo dudó un instante: debía ir al cementerio, donde siempre se habían visto. Llegó y se sentó en su banco de piedra. Pero aquella vez Edgar no apareció.
Morgana esperó bastante tiempo, pero no hubo ni rastro de él. Supuso que quizá el hecho de ir allí y que de pronto apareciera, podía haber sido simple casualidad. Pero no lo era…: Edgar si se encontraba en el lugar, pero escondido tras unos arbustos.
Pasó un rato observándola, pero no se atrevía a salir… Al final, tras darle muchas vueltas, lo hizo, y se colocó delante de ella.
- Hola - saludó -
- Hola… - respondió Morgana, con evidente tristeza en el tono -
- Es increíble, cada vez que venimos nos encontramos…
- Si… ¿ será casualidad ?
- Puede ser… - “o quizás no”, pensó - ¿ Qué te pasa ? ¿ Estás triste ?
- Si. Tenía que hablar contigo sobre algo, algo importante.
- ¿ De qué se trata ?
Morgana tuvo que contarle a él también todo lo que había pasado ( ignorando, por supuesto, que ya lo sabía ).
- Madre mía… es sorprendente, ¿ y dices que no te lo contaron porque sabían que los odiabas ?
- Así es. Al principio me quedé helada, pero luego ya comprendí que era inevitable.
- Bueno, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado y me has contado, si, lo es.
- Pero aún queda lo peor… quieren que me vaya.
Edgar podía ver algunas cosas que estaban ocurriendo en ese mismo momento en cualquier lugar, pero no todo, y esa confesión no había podido conocerla, hasta que ella se la contó. De no ser por culpa de su secreto, seguramente le habría dicho que se marchara con él, pero desgraciadamente no podía…
- Es… no puede ser, ¿ por qué esa decisión tan drástica ? ¿ No hay otra forma ?
- Según mi padre, no. Y no puedo llevarle la contraria cuando se pone así de testarudo, es capaz de imponerme unas reglas más severas aún.
- Tu padre es un hombre de cuidado, después de todo.
- Si, nunca lo había visto tan decidio como hoy.
Se sentó junto a ella y se cogieron la mano, quedándose mirando al frente con la mirada perdida y sin decir una sola palabra que pudiera asesinar el silencio.
Estaba ella tan agobiada por su marcha que, inevitablemente, sus ojos empezaron a dar a luz a unas lágrimas que nacían con apenas fuerzas, se fortalecían en una corta cascada, y morían cayendo al abismo. Pero sin llanto.
Él no podía llorar. Así que se limitó a dejarla desahogarse en su pena, pero haciéndola sabedora de que la estaba acompañando.
Entonces, aunque le costó mucho trabajo convencerse de ello, Edgar creyó que aquel momento, era el adecuado:
- Morgana, tal vez no sea este el momento más propicio, pero yo también tengo algo que contarte.
- Habla, te escucho.
- Antes de nada, quiero que sepas que eres muy importante para mi, y que lo seguirás siendo pase lo que pase. Me ha resultado muy complicado llegar a esta decisión, pero es lo mejor para los dos, creeme… No podemos volver a vernos.
Silencio. Silencio siguió habiendo. Silencio hubo porque ninguno de los dos tuvo valor para decir nada. Solo Morgana tuvo fuerzas para intentarlo:
- ¿ A qué te refieres ? ¿ Por qué ?
- No puedo decírtelo.
- Ya entiendo. ¿ Tú también vas a venirme con el “fué bonito mientras duró” ?
A Morgana se le echaron sus propias lágrimas a reír. ¿ Qué significaba aquello ?
- Lo único que puedo decirte es que debo guardar un secreto, y contigo no podría, porque tu… eres para mi, algo muy grande, y no soportaría la idea de engañarte.
- Confiaba en ti, ¿ sabes ? Tuve razón sin saberlo. Debí haberle echo caso a mi intuición cuando me advirtió que me estaba enamorando… no lo hice, y ahora voy a pagar por ello.
- No quiero que pienses así, ya te he dicho que me ha costado mucho trabajo llegar hasta esta decisión. Yo tampoco quiero separarme de ti, pero prefiero ser yo quien lo haga, a esperar a que sea otro.
- ¿ Qué quieres decir con “otro” ?
- No puedo explicártelo. Por favor, debes conformarte con saber que nunca te dejaré, aunque acabemos uno de los dos en el fin del mundo…
- Bonitas palabras, caballero. Pero creo que es la primera vez en mi vida, que no entiendo nada.
- Por favor, perdóname. Te parecerá egoísta, pero quiero pedirte una última cosa: ten siempre presente que no lo hago por voluntad propia, y recuerda, que nunca te olvidaré.
Edgar se levantó y se colocó frente a ella. Morgana no podía levantar la cabeza, no tenía fuerzas.
- Perdóname otra vez. Adiós…
Habiendo dicho tales palabras, se alejó caminando despacio, hasta que llegó a una esquina y al tomarla, desapareció.
Morgana quedó inmóvil bastante rato, hasta que se cansó de remover el asunto y alzó porfin la cabeza, mirando esta vez hacia el cielo.
Perdóname tú a mi. - pensó - Lo siento, pero no puedo perdonar algo que no se lo que es, ni por qué está causado. Adiós…”
Se levantó llena de rabia e impotencia y empezó a caminar con rumbo al que por desgracia, tenía que llamar su hogar.

Con los ojos aún húmedos se dispuso a entrar en la casa. De repente, se percató de algo bastante peculiar: esa fachada, esas ventanas, esa antigua puerta… no era por el echo de haber estado viviendo allí tantos años, pero la imagen externa de aquel habitáculo le resultaba familiar…
Entró y descubrió a sus padres sentados en el sofá, pero de una manera algo extraña: cada uno estaba en un extremo, dejando el espacio de en medio vacío. Comprendió en seguida lo que significaba, aunque no le hubieran dicho nada.
Cuando se sentó, pasó un rato hasta que hablaron. Morgana emepzó a mirarlos alternativamente y a ejecutar pequeños suspiron que daban a conocer el pésimo estado de ánimo que en aquellos momentos la acompañaba.
- Morgana, - empezó su padre - sabemos que esto te duele, o como mínimo te incomoda, pero tambie´sabemos que es lo mejor para todos.
Nadie respondió, nadie dijo nada, nada se oyó, salvo el sonido del reloj de cuco que estaba colocado en la pared, algo más elevado que la estantería. Sonaba porque sus agujas marcaban las ocho de la noche.
- ¿ Sabéis ya cuánto tiempo vais a estar fuera ?
- Estuvimos esta mañana echando cuentas - intervino por fin su madre - y solo el primer tratamiento, el de antes de la operación, puede llegar a durar como mínimo, dos años.
- ¿ Y qué pasa ? ¿ No es mejor así ? - preguntó, pero mirando solo a su padre - Por lo menos estaréis seguros de que todo sale bien y acaba definitivamente.
- Pero es mucho tiempo, hija. Acuérdate que después habrá que iniciar el tratamiento de recuperación.
- ¿ Cuánto tiempo puede durar ?
- Tal vez igual, o incluso más que el primero…
Meditó unos momentos antes de responer. Sabía que aquello era la bandera de tregua que le brindaba una oportunidad de escapar de aquel Infierno en el que vivía, pero al mismo tiempo echaría de menos a Lucre. Y, siendo consciente también de que no podría arrancárselo jamás del corazón, a Edgar.
- No importa. No te preocupes por mi, estaré bien. Ahora… si me disculpais, tengo que revisra el equipaje, no quiero olvidarme nada.
- Está bien cariño, iré a verte más tarde.
Subió de nuevo a su habitación y cerró la puerta con llave. Aunque le hubiesen mostrado verdaderamente que lo que querían era lo mejor para ella, ya no confiaba en nadie.
Era una sensación de miedo mezclada con dolor y rencor, sobretodo el que sentía hacia su madre. Había entendido siempre la situación y sus reacciones a todo y a todos. Pero nunca la actitud que tomó hacia ella.
- Quizás vaya siendo hora de que nos hagamos a la idea… - susurró para sus adentros -.

Mientras tanto, abajo en el salón, todo seguía igual que los últimos diez minutos: cada uno sentado en un extremo del sofá, mirándose de vez en cuando, y preocupados.
- ¿ Crees que deberíamos decírselo antes de su marcha ? - preguntó Ricardo -
- No, no, aún no. Es demasiado pronto, y ella muy jóven. No sabría entenderlo.
- Tampoco debemos esperar mucho. Recuerda que si se enteraran antes que ella, su vida correría peligro…
- Si, lo sé… Pero es que tengo la sensación de que todo está bien, tranquilo. Nunca nos ha dado ningún disgusto y ha confiado siempre en nosotros, hasta que tuvimos que hacerle creer aquello…
- No puedes basarte solo en eso, Érika, no olvides que a pesar de su verdad, también es humana… y tiene sentimientos.
- Supongo que el hecho de que me vea como una madre, no significa que yo haya sabido adoptar ese cargo…
- Querida, lo has hecho muy bien, has hecho lo que has podido, y yo también.
- Sabes bien que no. Me he introducido tanto en el papel que me otorgaron, que se me olvidó que solo era eso, un papel.
- Pero ten en cuenta que es mejor así… ahora tal vez no lo entendería, pero estoy seguro de que a la larga sabría apreciar porqué lo hicimos.
- Ojalá, Ricardo. Ojalá…

El reloj de su muñeca marcaba casi las once de la noche. Había pasado ese rato repasando todo el equipaje y asegurándose de que no se olvidaba nada. Pero de repente se acordó de algo…: el collar, su collar.
Era una joya hermosísima que había adquirido de una forma un tanto extraña: hacía cosa de dos meses, una noche se fue a dormir. Soñó que estaba a orillas de un gran lago que era el resultado de la caída final de una enorme cascada que caía tres veces. De ella caían unas aguas cristalinas extremadamente bellas. Estaba mirando aquel divino paisaje cuando de repente notó unas suaves manos que le rodeaban el cuello y le hacían entrega de un objeto. También una voz le susurró al oído, diciéndole:
No tengas miedo. Y sé fuerte, muy fuerte…”
Al despertar, lo tenía colgando.
No sabía que era lo que había ocurrido, ya que supuestamente solo se trataba de un sueño, pero no sintió nada negativo hacia él, y optó por no contárselo a nadie.
¿ Para qué ? Si nadie creerá la historia…”
Lo sacó de un cofre que estaba situado en el centro de la mesita de noche. A amobs lados de éste y al filo de los bordes de ésta, había dos velas blancas, posadas sobre unos candiles sencillos de plata, con el soporte trenzado y el saliente en forma de flor. No se lo ponía nunca, puesto que ya llevaba uno, su cruz egipcia, pero le tenía cariño.
Sentada en la cama lo estubo observano en silencio. A pesar de todo, no lograba distinguir qué era o qué quería representar: era una especie de rombo estirado con la parte inferior y las dos laterales acabadas en punta, y la superior, por donde pasaba la cadena que iba al cuello, más redondeada.
Cerró la mano y la apretó con fuerza. Lo volvió a guardar en el cofre y éste lo introdujo en la maleta.
Miró de nuevo su reloj, eran casi las doce y media. El tren salía a las ocho de la mañana, así que bajó sin hacer ruido y se preparó un vaso de leche. Cuando se lo terminó subió de nuevo, y se acostó. Tardó un rato en dormirse, pero al final lo hizo.

Ya en el coche de camino a la estación, Ricardo le explicó de nuevo una y mil veces el porqué de aquel viaje. También le recordó que si necesitaba algo, no tenía nada más que pedrírselo a su tía.
Morgana creía que aquello iba a ser algo temporal, sencillo. Pero en realidad iba a cambiar, para bien o para mal, el resto de su vida para siempre…

Cuando llegaron, el tren aún no se encontraba en la estación. Estubieron un rato esperando, hasta que lo vieron llegar a lo lejos.
- ¿ Sigues enfadada, verdad ?
- No estoy enfadada. Simplemente, no entiendo nada.
- Hija, recuerda que te dije que ha sido todo muy repentino… Ni yo mismo podía imaginar que esto llegaría a tal extremo.
- Y como no sabéis solucionarlo me enviáis fuera, para tener el camino más despejado.
Mientras decía esto, el tren iba poco a poco frenando frente al andén lleno de gente, con otras tantas personas más en su interior que se disponían a apearse.
- Morgana, lo siento, de veras. - suspiró bajando la cabeza -
- Pues yo no.
Ricardo se aproximó a su hija con el propósito de despedirse de ella dándole un fuerte abrazo, pero Morgana lo rechazó girándole la cabeza al ver venir su intención.
- Tengo que irme. Voy a perder el tren.

Ricardo se quedó petrificado, ahí depié, como una estatua, dolido y al mismo tiempo agradecido.
Menos mal que no lo sientes, hija. Menos mal…”

Morgana por su parte, se había acomodado en un asiento al lado de la ventana. Le gustaba ver el paisaje. En aquel momento, veía como poco a poco se iba alejando de Velturn, el pueblo donde había vivido desde hacía seis largos años, y del que ahora se marchaba por culpa de un error adoptado por sus padres.
Velturn fue menguando cada vez más, hasta que llegó un momento en el que solo se veían los tejados de las casas más altas, y del que más tarde, no quedó rastro visible.
De repente, del vagón de al lado, entró una muchacha con una gran maleta y una bolsa de mano. Entonces vio que el asiento compañero de Morgana estaba libre.
- Perdona… - preguntó - ¿ te importa si me siento a tu lado ? Si te molesta no claro, pero es que el tren está lleno.
- Claro, siéntate. No me importa. - respondió ella con la voz apagada y pausada que tenía. -
- Gracias. Esto de viajar en fiestas es un suplicio.
Morgana sonrió, pero sin apartar la vista de la ventana.
- Por cierto, me llamo Águeda. ¿ Y tú ?
- Morgana. Me encanta tu nombre.
- Gracias… no suelen decírmelo a menudo. A mi también el tuyo, es precioso.
- Gracias tu también. No me lo dicen mucho tampoco. “De echo, esta es la segunda vez…”
- Por cierto, ¿ puedo preguntarte a dónde te dirijes ?
- Claro. Voy a pasar una temporada con mi tía, en Ivendor.
- ¡ Estarás de broma !
- ¿ Por qué iba a estarlo ?
- Porque yo también me dirijo hacia allí.

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