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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

domingo, 4 de marzo de 2012

Ascenso


Ya faltaba poco, muy poco. Los hombres eran jodidamente subnormales, aparte de una cerdos de mierda. Un simple “¿Qué hay, William?” junto a un coqueto guiño bastó para que al cabrón se le salieran los ojos de órbita y se le activara la palanca de mano. “No puedo”, decía fingiendo ser buen tío, pero en el fondo ella sabía que acabaría por ceder ante sus atributos. Odiaba a las niñas pijas a muerte, pero debía reconocer que algunas de sus gilipolleces valían la pena... como aquella fina lencería que dejaba entrever bajo su ropa. Puercos... Y pensar que alguna vez se planteó enamorarse. Bueh... Esa noche empezaría su ascenso al trono, y ningún estúpido plebeyo se interpondría en su camino. Y... William estaba atravesado justo en el más suculento de los pasos. Era la mano derecha de John, su padrastro e instructor. “¿De verdad te pensabas que era tan cacho pan, papi? No sabes lo que te espera... Ninguno sabe lo que os espera. Acabaré con todos vosotros, lo juro por Dios.”

Esa noche iba ser épica, memorable, digna de ser narrada en la más grande obra del más grande autor, y Rose lo sabía. Ella ya había planeado su ataque minuciosamente, hasta el más mínimo detalle, y no iba a esperar un segundo más para ejecutarlo. Pobre Willy... Con lo posesivo que era John y lo agresivo que se ponía cuando se emborrachaba o cuando sentía peligro cerca, podía, casi con total seguridad, adivinar qué iba a suceder. Estaba terminando de arreglarse frente al espejo, con los ojos ya maquillados y repasándose los labios con carmín. Sí... Un buen polvo era la hostia, pero se disfrutaba mucho más si su antesala era tentadora. Enfundada en cuero, de ese que apretaba y lo marcaba todo, como a la mayoría de los tíos les gustaba... ¿Seguro que el bueno de Willy iba a resistírsele con un par de copas de más? Nah, por supuesto que no. Estaría loco si lo hiciese.
La fiesta ya había comenzado cuando ella terminó de arreglarse, eso también estaba pensado: en ese tiempo, William ya habría podido tomarse un par de birras. ¿Qué? ¿Acaso era malo utilizar sus armas de mujer? ¿Para qué estaban entonces sino?

Bajó las escaleras haciendo un ruido sordo, provocado por los tacones de sus espectaculares botas. Evidentemente, a más de uno de le fue la vista, y sí... incluído William. “Madre de Dios...”, balbuceó casi en un susurro cuando Rose puso un pie en el último escalón y comenzó a andar hacia él. Lo había visto mientras bajaba. Sabía que estaría allí... Los hombres eran tan fáciles de predecir...

-Hola, Will. ¿Me echabas de menos? -le preguntó arrimándose demasiado a él y con voz infantil, más pornosa que coqueta.

El pobre Will miraba a todos lados esperando no encontrarse con la cara de desaprobación de John, pero éste estaba demasiado ocupado trabajándose a Charlotte. La lata en la mano le temblaba, al igual que el resto de su cuerpo. Estaba nervioso, y con tantos mimos y miraditas por parte de Rose llegó un momento en el que ya no supo si estaba cachondo, o tenía miedo. Pero lo cierto era que la tenía más dura que una tabla.

-Oye, Will... He estado pensando, ¿sabes? -lo miró con ojitos de cordero degollado y le susurró sensualmente en el oído algo así como -Y creo recordar que te gustaba jugar con cuerdas. ¿Te confieso un secreto? A mí también... Y mucho.

Y aquí fue donde William perdió la cabeza del todo. Desafortunadamente para él esa noche, lo duro le iba demasiado. Y mandar también, no podía evitarlo. Era pensar en estar entre las piernas de una tía con las manos atadas y se encendía como el mismísimo fuego del averno. Estaba borracho, cachondo y con una buenorra delante, ¿qué iba a hacerle el pobre hombre?

Se le empezó a escapar la típica risita infantil que delata tantas intenciones y le susurró a Rose que aceptaba el juego, así que se lo llevó a su habitación. Quizá alguien pudiese haberlos visto, pero todos estaban demasiado borrachos como para fijarse precisamente en una pareja que se iba a follar. Habría sido... incongruente.

Empezaron a morrearse como posesos en el pasillo, y una vez en la habitación Rose se aseguró de echar el pestillo mientras William se quitaba la camiseta con el logo de la banda. “Qué lástima que estés tan bueno, so cabrón... Y que lástima que no vayas a volver a ponértela.”

William estaba demasiado borracho como para hacerse preguntas, pero también lo suficientemente lúcido como para centrarse en Rose y olvidarse de todo lo demás, incluida su amistad con John. Sabía que podría hacerse preguntas mañana, pero ahora no. “Ahora no, mañana... Cuando despierte de este sueño...” Y es que en realidad, Rose era escandaolsamente hermosa. Tenía un cabello y una figura envidiables, así como unos ojos hipnotizantes de un profundo color azul oscuro. Si hubiese sido diferente, podría haber sido perfectamente la princesa de cualquier cuento de hadas. Pero las princesas no sueñan ni con poder, ni con dinero, ni con fama, ni con gloria. Ella sí. Y más que interesarle y soñar con ello, esas eran sus prioridades.

Cuando los dos se despelotaron Rose saltó a la cama de forma sutil, como una gatita jguetona. Así, mientras William gateaba para llegar hasta donde estaba, ella tuvo tiempo de meter la mano bajo la almohada y sacar unas cuerdas. Con una sonrisa pícara se las tendió a William, quien las tomó lentamente y las desenredó despacio, haciéndose de rogar. Él quería jugar, pero acababan de empezar y Rose ya estaba comenzaba a aburrirse. “Pero venga ya, cojones”, así que en un fingimiento de desesperación se lanzó hacia él y le comió la boca “haciéndole ver” que estaba tan cachonda como él. William respondió instantáneamente y la estampó contra el cabezal, no tardando ni treinta segundos en atarla a las barras. Rose sonrió.

-Uh, así que Billy el niño es también el hermano perdido de Daniel el travieso... Y me lo has estado ocultando todo este tiempo. Mal, Billy malo. La de cosas que podríamos haber hecho desde hace mucho... -.

Y mientras ella hablaba William se calentaba cada vez más y más, llegando a ver borroso y no precisamente por el alcohol en la sangre. Ciertamente, todo él ardía, todo su cuerpo se había cubierto de un suave color rojizo.

-Pues lo vamos a compensar ahora mismo, cariño... -susurró, y antes de que ella pudiese decir algo más la empotró soltando el grito de su vida.

Para su sorpresa, Rose también gritó. Y fuerte. “Oh, joder...”. William comenzó a moverse e inesperadamente la chicha se percató de que lo hacía de forma magistral. Por un momento llegó a pensar que no quería que aquello terminase. “Oh, Dios... No pares, por favor...”. Pero tenía que seguir con el plan. Aunque... eso no significaba que no pudiese disfrutar mientras tanto, ¿verdad? Se regaló unos minutos de intenso placer, retorciéndose como una loca, pero al final comenzó a notar humedad en su zona baja, y entonces, todo comenzó.

-Pégame... -le susurró roncamente. -Vamos, pégame...

William, al creer que era morboso, lo hizo y le asestó dos hostias de las buenas en la cara. Rose echó unas lágrimas por el dolor. “Maldito hijo de puta, no hacía falta que doliera tanto, maricón.” De la misma rabia, se puso a chillar como una condenada. Comenzó a pedir socorro y a sacudirse violentamente, gritando “suéltame” con cada golpe de voz. William se quedó de piedra y no supo qué hacer.

-¿Pero qué cojones estás haciendo? ¿Estás loca? ¡Cállate! -le respondía de igual modo, a gritos.

Y con eso se completó el círculo. Los gritos traspasaron las paredes y llegaron a oídos de varias personas que acudieron de inmediato, entre ellas John, que estaba dormido con Charlotte en una habitación cercana.

-¡Rose! ¡Rose! -gritaban todos, y mientras la susodicha mostraba una sonrisa triunfal a William se le subieron a la garganta. En apenas un segundo se dio cuenta de que todo había sido una trampa, se maldijo por haber sido tan estúpido y supo que aquello no terminaría bien. Rose atada a la cama, golpeada, llorando y pidiendo ayuda. Él, empalmado perdido, sin condón y ordenándole que se callara.

-Serás zorra... ¡Serás zorra! -le chilló desde los pies de la cama y agachándose a coger lo que pudiera de su ropa. Justo en ese momento se escuchó un disparo y acto seguido se abrió la puerta, que echaba humo por la zona del pestillo. El pistolero era John, quien enfundaba su arma con fuerza. Cuando entró, se quedó petrificado.

-No... No, no, no... ¡NO! ¡Tú no! ¡Maldito bastardo! -y le pegó a William un tiro en el estómago haciéndole caer estrepitosamente al suelo y vociferando maldiciones por el dolor.

Todos los congregados se llevaron las manos a la boca y a la cabeza, horrorizados con la escena. Pero aquello aún no había terminado. La zorra de Rose seguía llorando y se incorporó lo que su amarre le permitió para dirigirse a su padrastro.

-Pa papá... Pa... Mira lo que me ha hecho... ¡Mira lo que me ha hecho! ¡Mátalo! ¡Mátalo papá! -.
John titubeó unos instantes. El que estaba en el suelo, agonizando, era su mejor amigo, el fiel, el buenazo, mirándolo con rostro de súplica. En la cama, atada, magullada y llena de rabia, su hija. ¿Qué debía hacer? ¿A quién debía creer? Entonces dejó que fuese su corazón el que decidiera, y sus pasos avanzaron hasta quedar al lado de William. Su pistola apuntó hacia abajo y le voló la cabeza a su camarada de un disparo. La sangre salpicó toda la estancia, lo que más, la mano y el rostro neutro de John.

Pasaron unas semanas en las que Rose fingió afrontar lo sucedido y reponerse. John le dedicó todas las atenciones que pudo y Charlotte pasó varias noches con ella. Fuera como fuese, Rose “pareció” superarlo bastante bien y pronto volvió a la carretera. Lo de aquella noche quedó entre unos pocos que juraron silencio bajo amenaza de muerte. Así, la dignidad de la pequeña no se vería manchada. “Ay, papá... Si supieras que todo esto no ha hecho sino empezar...”.
John la nombró mano derecha de la banda, sustituyendo al capullo de Bill y así fue como Rose comenzó su expansión, lo había conseguido.
La vida era dura, sí, pero nada como una buena dosis de ausencia de escrúpulos para combatirla.

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