Tengo ganas de gritarle al mundo lo que en mi pecho se esconde, que es aquello que mis labios callan. ¿Vergüenza? Es posible. ¿Pero por qué? Yo me quiero, me siento, estoy orgullosa de pertenecer a este mundo que me acoge en sus brazos mientras el mío propio me desprecia. Dejando que la música penetre en mis oídos y corra por mis venas me siento bien, estar triste me hace estar bien y sonreír de felicidad. Paradójico, pero no imposible, porque es cierto.
Necesitar de un impulso como la música es algo que adoro fervientemente. ¿Qué sería de mí sin ese transporte que me guía hasta las profundidades de la oscuridad y del alma, dejándome volar y entregarme a mis sueños y mis ilusiones? Es bello conocerse a uno mismo, y no tener a nadie igual que tú para poder compartirlo es duro, pero existente. Nunca he logrado verme reflejada en el alma de otra persona, ni mucho ni poco. He podido ver destellos que se reflejaban en ese alma, destellos de mí misma y de mi vida, pero no los reflejos que necesito para saber que lo he encontrado. Me llaman loca, demente, insegura, hipócrita, masoquista. Yo me llamo yo, mía, miedosa, llena de incertidumbre y con ganas de sonreír estando rodeada de tristeza y de melancolía para que me abriguen y me arropen como una manta en el más frío de los inviernos que mi piel sintiere. Quizá el dejarme llevar por las notas que mi corazón transforma en sensaciones sea el mejor camino para poder plasmar algo que después leeré y que me hará sonreír de nuevo, porque fue algo expresado en el momento de yo necesitar hacerlo. Sin condiciones, sin reproches, sin injurias y sin trabas o calumnias.
Lo amo, amo embriagarme de sombras lujuriosas que sólo buscan su placer a cambio de mi placidez. Son sombras que me abrazan y me aman en una danza que al bailarla me hace descubrir recovecos de mí misma y de mi alma que yo no conocía. Y sonrío cada vez que encuentro un pedacito mío perdido que vuelve a mí, aunque para ello tenga que dedicar mi existencia a caminar cabizbaja y falta de metas.
Sí, presa del miedo. ¿Y qué? ¿Acaso tendría vida sin miedo? Aunque cierto es que en el mundo coexisten diferentes tipos de miedos. Están los provocados por uno mismo, que son los que nunca deben abandonarnos. Y están los provocados por todo lo que no seamos nosotros mismos y que sólo busquen dañarnos para hacernos caer. El secreto para no caer es mantenernos fuertes. ¿Pero cómo, si hasta los ángeles, que son seres puros y magistrales, lloran a menudo de corrompida impotencia? Buscar un apoyo sería la solución, pero es difícil encontrarlo cuando todo lo que tus pies y manos tocan es ceniza que se transforma en polvo con apenas el contacto de una inocente y frágil mirada.
Nadie, absolutamente nadie entenderá el mensaje de unas letras que han sido engendradas desde la unión del miedo y la fantasía, del la incertidumbre y la melancolía, del desespero y el sentimiento puro. ¿Es tan difícil entender que en el mundo hay tantísimos caminos que uno no puede andarlos todos a no ser que viva eternamente, y que sin ni si quiera con esa seguridad sería tangible la idea de acercarse a lograrlo?
Aprender a ser fuerte como un niño que está creciendo, es fácil, sencillo, hermoso de imaginar. ¿Pero qué ocurre cuando ya hemos crecido y nos hemos dado cuenta de que ni si quiera unos pocos de los sueños que teníamos antaño son, al menos, realizables en nuestra mente? ¿Por qué un ideal para ayudarnos a vivir si por más que se idealiza siempre se acaba volviendo a la realidad? Es normal que el ser humano sienta nostalgia por sus recuerdos, pero si se sabe que no se puede volver al pasado que el corazón dejó atrás, ¿por qué el empeño en querer hacerlo perdurar? Un corazón podrido y lleno de gusanos, no sanará jamás, porque estando muerto no volverá a sufrir, a sentir miedo, a aprender a ser fuerte y a seguir. En cambio, uno malherido tiene la oportunidad de por lo menos intentarlo. ¿Pero cómo saber si tu corazón no es el podrido cuando sólo sientes los latidos en tus palabras y en tus actos, y no en el pecho? ¿Cómo ser capaz de ponerte una mano en el pecho y decir que lo sientes cuando no hay nada que sentir? ¿Qué es sentir algo si no lo comprendes? Volvemos a dejarnos llevar… Y cada vez que lo hacemos es completamente diferente a la anterior. Pero igual de hermosa, respetable, digna de ser vivida y encantadoramente adorable a los ojos de los querientes de respuestas. ¿Ignorancia? No. ¿Ganas, incluso ansias, de saber? Sí. ¿Dónde radica entonces el problema del alma cuando sangra y el puñal no sale? En que quizá es mejor dejarlo así, porque tal vez si quitamos el puñal, sangre la herida más que antes. Eso significa que deberemos dejar la herida abierta por siempre, porque ni el regazo de la esperanza podrá sanar algo que no dará pie a poder buscar y encontrar una solución que pueda servir como paño de lágrimas a la tristeza del momento vivido.
Que te arranquen del pecho algo muerto también duele, igual o incluso más que si te lo dejaran ahí y eso hiciera que se pudriera lo de alrededor. Teniéndolo, al menos podrías ir muriendo poco a poco. En cambio, sin él, estás vacío por completo. No hay nada que te mate, ni que te haga vivir. Quedas inerte en medio de un valle de lágrimas que te ofrece solamente pañuelos para secártelas pero que no construye el puente hacia el otro lado de la amargura que no se sabe en qué lugar se encuentra. Quizá podamos saber de dónde venimos, pero, ¿a dónde vamos? Eso no lo sabe ni la misma vida, pues ella es la primera en cambiar y en hacernos cambiar a todos mientras nos maneja con sus manos e hilos de hechos cuales títeres en medio de un teatro. Se va agotando. El corazón se agota y la inspiración muere enterrada en una tumba de tierra cuya sepultura es de fría, resistente y eterna piedra. Ahí permanecerá muerta hasta que vuelva a resucitar un día en el que alguien vuelva a necesitarla para poder plasmar sobre papel o cualquier otra superficie todo lo que ese corazón moribundo necesita confesar y gritar a los cuatro vientos antes de entregarse a los plácidos y cómodos, aunque fríos y mortíferos brazos de la dama que todo lo cura y que todo lo sana, la muerte. Entonces vendrán los ángeles y los demonios de los sueños y de las pesadillas que nos relajan y que nos atormentan. Uno y otro. Unos porque van, otros porque vienen. Unos porque nacen, otros porque mueren. Todos juntos en un nuevo amanecer de gritos y desgarros de garganta ante el imploro de un nuevo día.
Las despedidas son crueles, por mucho que se quiera ocultar esa verdad. Se llora al dejar escapar algo que, aunque sabemos debe ser libre, siempre lo querremos con nosotros pase lo que pase. Y ese pequeño aunque gran recuerdo de haberlo tenido por poco tiempo, seguirá inerte pero latente cuando el corazón ya haya agotado sus últimas fuerzas existentes para poder rendirse él también, presa del agotamiento de soportar la vida y de hacer seguir adelante las vidas que él mismo otorga. Pero, es inevitable que ocurran. Como sucede una vez más entre mis dedos que se entrelazan sobre este mar de letras que ya hacía tiempo clamaban por ser pulsadas con este sentimiento que ahora me invade. Empero no pararía nunca de escribir si nunca me detuviera. ¿Será malo? Todo lo contrario. Pero prefiero guardar pequeñitas muestras de mi maestría con ellas y de ir emprendiendo un viaje hacia le biblioteca de mis vivencias, que acabar abandonando algo poco fructífero y de poca trascendencia al no ser terminado nunca.
Es increíble lo que una canción, unida a sentimientos puros y sinceros, sean cuales sean, es capaz de hacer.