Datos personales

Mi foto
Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

miércoles, 11 de enero de 2012

El Poeta Muerto. (Borrador)

Sois vos la belleza personificada. Decidme... ¿Será vuestra sangre igual de hermosa cuando yo le haya dado forma sobre un papel?

   Esta es la frase con la que Russell (o el Poeta Muerto, como prefiere llamarse) siempre firma sus acciones. Da igual las que sean. Siempre llevarán su sello, al igual que él lleva marcado muy dentro el sello de la eternidad...

* * *

   Era un frío invierno londinense de 1322. Fuera, en la calle, la nieve cubría el empedrado que dificultaba el tráfico de carruajes y caballos, de cuyos cascos se escuchaba el repiqueteo contra el suelo de vez en cuando, cuando encontraban una zona sin nieve que lo amortiguaba. El cielo era gris, triste y provocaba escalofríos con tan sólo mirarlo, aunque uno se encontrara en un lugar cálido. No había pájaros ese día. Tampoco animales callejeros. Los único que se veían eran los caballos que aguardaban congelados, únicamente cubiertos por una manta mientras la nieve caía, a que algún transeúnte pidiera ser llevado a alguna parte. Pero ese día apenas había nadie, absolutamente nadie. Y todo lo inundaba un silencio sepulcral, como si aquel día Londres se tratase de una ciudad abandonada. Pero, en pleno corazón de la ciudad, en una casa humilde pero bien cuidada, una mujer profería gritos de dolor a causa del parto que estaba teniendo. La comadrona la miraba desde abajo y le daba ánimos mientras que su ayudante se dedicaba a secar el sudor de su frente y de su rostro en general, hablándole también para intentar calmarla y distraerla. El padre aguardaba fuera, con los nervios carcomiendo sus entrañas y caminando de un lado hacia el otro. Los gritos duraron casi cuatro horas pero, finalmente, se escuchó el llanto de un bebé que vino al mundo con una fuerza increíble. El padre entró y vio a su mujer con el niño en brazos. A pesar de estar ésta despeinada, llena de sangre y sudorosa, con su hijo en el regazo le pareció la mujer más hermosa del mundo. Se acercó a conocer a su pequeño y la besó en los labios antes de cargar con el niño. Sonrió y ambos supieron que a partir de ese momento serían felices para siempre. Cuan equivocados estaban, pero eso ellos nunca lo sabrían...

* * *

   Pasaron quince años desde el nacimiento de Russell, como llamaron al pequeño. Desde muy pequeñito Rush siempre mostró un alto interés por la literatura, ya que veía a su padre, Richard, siempre con algún libro en las manos. Pero, a pesar de eso, Russell llevaba el sentimiento dentro como quien lleva sangre por sus venas. Aquéllo simplemente incentivó su interés a temprana edad.
   Richard se dio cuenta en seguida de que su hijo no era como los demás niños. Le gustaba salir a la calle, jugar, comer dulces y mancharse la ropa lanzándose al barro de después de las lluvias y chapotear en los charcos provocados por ella. Pero, sin embargo, siempre volvía a casa temprano y se encerraba con algún libro entre las manos. Lo que más le gustaba era la poesía, aunque no desechaba una buena prosa. Le encantaban los rompecabezas mentales a la hora de buscar y asignar un significado a las rimas, con sus ironías y su humor negro escondido tras apariencia. En el colegio, siempre aprobaba con la máxima nota en este campo.
   Un día, con unos diez años, escribió sus primeros versos. Decían así:

Hace frío en la calle,
pero mi interior arde
cual león que posee
un feroz corazón.

   Richard quedó maravillado y a Sue, su madre, se le saltaron las lágrimas, así que decidieron enmarcarlo. Lo colocaron en el salón, para que todo el mundo lo viera. Y así, Russell Aaron Turner, comenzaba su, aunque no lo sabía por aquel entonces, carrera como buscador de la máxima belleza.
  
   Unos días después de cumplir los dieciséis años Richard se quedó sin trabajo y la economía familiar fue mermando poco a poco. Al ser una familia de clase media las necesidades hicieron estragos muy pronto ya que Sue enfermó a causa de la mordedura de una rata que se le infectó. Paulatinamente los ánimos de todos se fueron yendo a pique pero, a pesar de eso, Russell no dejó de leer y de escribir, hecho que comenzó a enfrentarlo con su padre que le exigía buscar trabajo para ayudar a la familia. Tiempo después, Sue se encontraba tan mal que empezó a enloquecer al verse demacrada por su enfermedad, sufriendo ataques de histeria al no verse hermosa. Sue medio loca, Rush casi pasando de todo y Richard hasta el cuello de deudas. Esa era la familia Turner dieciocho años después de creer que serían felices de por vida.

   Un año después Sue murió. A la infección comenzaron a añadírsele intentos de suicidio y cuidados mínimos para la salud. Richard se entristeció tanto que su reacción fue montar en cólera en contra de su hijo, al que acusó de no haber hecho nada por la familia, ni tan siquiera intentarlo. La respuesta de Rush fue una rima dedicada a su madre. Decía así:

¿Para qué tanta parafernalia superficial y juvenil
cuando para lo único que aspiramos realmente es a morir?

   La respuesta de su padre, fue echarlo de casa. Le prohibió volver a ella y le deseó lo peor. Le cerró la puerta en las narices. Desde entonces vagó por las calles y conoció lo peor de los bajos fondos. Durante unos años el nombre de Russell Aaron Turner desapareció de la faz de la Tierra junto con su dueño.

* * *

   Pasaron cerca de cinco años. Una noche aquel olvidado poeta recorría las calles solitarias cuando se topó con la fémina más hermosa que jamás había visto. Ésta lo encadiló con su mirada llena de luz y su mortífera sonrisa y se acercó a su oído para susurrarle sensualmente:
   -Te conozco, sé quién eres, poeta... Y quiero que escribas algo para mí. Hazlo, y te prometo que pondré el mundo a tus pies.
   Ante estas palabras Russell no pudo contestar otra cosa que afirmando sin dudar un instante:
   -Milady, yo escribiré para vos lo que mi corazón no ha querido darme nunca a mí...
   Y ella sonrió. Se lo llevó a su casa y allí lo encerró en contra de su voluntad en una celda en cuya única compañía se encontraban solamente otro desgraciado como él y el silencio. Bueno, y una mesa con un puñado de hojas y una pluma con su tintero al lado.
   -Hasta que no seas capaz de provocarme lágrimas de emoción permanecerás aquí encerrado. Y más vale que te des prisa... Tu belleza es demasiado monumental como para que se marchite encerrada dentro de estas cuatro paredes, y tu objetivo no será nada fácil. Puedes preguntarle al muermo de tu compañero.

   Y con su inseparable sonrisa, se marchó de allí. Entonces Rush se acercó al otro hombre y le preguntó quién era, qué hacía allí y quién era ella.
   -Soy alguien como tú. Un poeta extinto que nunca fue capaz de hacerla llorar y que se pudre día tras días en esta celda a la espera de que la muerte se apiade de él.
   -Pero, ¿por qué no escapas? Si nunca lo has logrado, ¿por qué no renuncia a que lo consigas?
   -¿Bromeas? ¿Es que no la has escuchado? “Hasta que no seas capaz de provocarme lágrimas de emoción”. ¿Cómo puedes emocionar al demonio, eh?
   Y tras unos minutos de conversación, Jason, el otro poeta, le reveló que la mujer sin nombre era un ser de la noche, que se alimentaba con sangre y que no tenía corazón.
   -¿Pero qué...? -susurró el inglés sin poder creérselo. Había escuchado antes hablar de los vampiros, pero nunca había visto uno de verdad  -Por eso, por eso el encandilamiento y mi falta de sentido...

   Minutos más tarde, cuando por fin logró reponerse, decidió que sería él, pero Jason le dijo algo que lo marcó. ¿O fue lo que vio después?
   -Chico, no te esfuerces, otros lo intentaron antes que tú y que yo -y señaló con su delgado brazo una pila de huesos que se cubrían por las sombras de la estancia.
   Russell tragó saliva y apretó los puños.
   -Si hacerla llorar es el único modo de salir de aquí, la haré llorar. Lo lograré o dejaré de llamarme Russell Aaron Turner, el poeta olvidado. -Esto último lo susurró en voz baja.

   Y pasaron años después de esa noche, pero Russell perdió la noción del tiempo.

* * *

   Su relación con Jason se fue estrechando con el paso de los años. Él siempre trataba de ayudarlo lo mejor que podía, pero la mujer, que los visitaba por las noches, siempre rompía los papeles en pedazos. “¿Os estáis riendo de mí?”, era siempre la frase de la noche. Después se iba y no volvía, pero de vez en cuando venía algún esbirro para entregarles más papel.
   Una noche, después de que ella se fuera, Russell sintió unas ganas tremendas de llorar porque cada vez se venía más abajo. Y sus sentimientos afloraron, saltándosele las lágrimas sin poder contenerlas. Jason entonces se le acercó e inconscientemente le pasó el pulgar por la mejilla para limpiarle una lágrima. Sus miradas coincidieron y desde aquel momento comenzaron a ponerse nerviosos. Pero no se apartaron el uno del otro, es más, se acercaron tanto que ni el mismísimo aire pudo cruzar por entre ellos. Y, poco a poco, no sólo se unieron sus torsos, sino también sus labios. Y despacio, muy despacio, los dos poetas que había estado reprimiéndose durante años se liberaron finalmente una noche de tormenta en la que los truenos retumbaban en la pequeña celda. Tras besos, caricias e incluso mordiscos terminaron los dos en el suelo y más tarde en la pared, sin ropa, sin barreras, tan sólo dando rienda suelta a su pasión. Y nunca nadie, salvo ellos dos, supo nada debido a que los roncos gemidos se mezclaron con la tronada de la tempestad.
   Tras esa noche, a pesar de la situación en la que se encontraban, los años que la siguieron fueron los más felices de sus vidas para ambos.

 * * *

   Increíblemente, una tarde Russell terminó su enésimo poema convencido de que también sería desechado aquella vez. Lo había terminado forzando en un arranque de rabia por no saber ya qué hacer. Pero, sin embargo, logró lo que otros no habían logrado en casi siglos. Por la noche, cuando Mrs. Smily (apodo “cariñoso” que le habían puesto a la vampiresa) fue a la celda y tomó el papel entre sus manos, sufrió una desfiguración en su rostro, que se tornó triste y melancólico. Y sí, un par de lágrimas se escaparon de sus ojos. ¿Qué decía el papel, que fue capaz de arrancarle emociones a la sin corazón? Pues así decía:

Dentro de mí mismo y atrapado en una prisión
que es mi propio ser me lamento,
huyo de la luz de la vida.
Sin embargo, huelga decir que anhelo comprensión
del Sol padre y un mínimo intento
de regresar por fin a la vida querida.

No me esperes, oh flor de cerezo que florece en primavera,
pues ya nunca más volveré a verte como la vez primera.
Me robaste el aliento con tu color y tu majestuosidad,
pero por siempre encerrado estaré entre remaches de metal.
Añoro la calidez de la tierra que se caldea en verano,
como también echo de menos el abrazo de mis hermanos.
Tan sólo me queda esperar a que la misma luz que me vio nacer
me quite la vida, pues es ella la única capaz de concederme el placer
de morir tranquilo y dejarme curar mis heridas.

   Sorprendente. Esta fue la palabra que utilizó ella para definir todo lo que estaba sucediendo. Sorprendente. Después de unos segundos de gimoteos sonrió, dejó el papel sobre la mesa y se acercó a Russell.
   -Una promesa es una promesa. Aquí tienes tu premio. -Y con un fuerte y rápido movimiento lo cogió por el cabello, le echó la cabeza hacia atrás y mordió su cuello clavando sus colmillos en su carne. Su grito de dolor se mezcló con el grito de horror de Jason, quien intentó separarla de Rush. Pero ella respondió lanzándolo contra la pared y dejándolo semiinconscinete. Russell gritó su nombre, pero las palabras de la inmortal ahogaron su llanto:  -Este es tu premio por haberme hecho llorar. Y ahora tu premio será también tu condena, por haberme hecho llorar. -Y se mordió la muñeca y lo obligó a beber de su sangre lo suficiente como para que su legado arraigara perfectamente.
   Entonces Russell perdió el conocimiento, pero lo último que vio en vida y de manera borrosa, fue a la mujer acercándose lentamente a Jason mientras susurraba algo parecido a un, “Y en cuanto a ti...”, y después, cerró los ojos para siempre.

* * *

   Cuando despertó, aún era de noche. Estaba solo en la misma celda, pero Jason y la mujer habían desaparecido. Entonces comenzó a recordar y se puso en pie de inmediato, pero se tambaleó y cayó de bruces contra el suelo. Estaba débil. Necesitaba algo, necesitaba... sangre. Como pudo se levantó y se encaminó hacia la puerta, en la que agraciadamente se encontraba uno de los guardias. Russell sólo dejó que sus instintos actuaran y en menos que canta un gallo una nueva vida había sido arrebatada para alimentar otra que acababa de nacer.
   Y se puso en marcha y y buscó a Jason y a la mujer por todas partes, por el inmenso laberinto que eran las mazmorras, por lo que pudo de la enorme mansión, lúgubre como un cementerio, e incluso por los alrededores. Llamándolo sin descanso. Pero Jason nunca apareció. Ni nunca más volvió a verlo. Tampoco a la mujer. Entonces, harto de todo, con el corazón roto, regresó a la celda para, con la sangre del cadáver del guardia, escribir algo en la pared. Un sencillo aunque jurado “Volveré”.
   Y desde aquel momento, Russel Aaron Turner pasaría a ser conocido como el Poeta Muerto, aquél que una vez compartió su corazón y que nunca pudo terminar de amar al otro porque se rompió, dejando una estela de dolor perpetuo en su condenada alma que solamente podía apaciguar el recuerdo.
   Desde esa fatídica noche Russell se juró a sí mismo que a partir de ese momento siempre escribiría lo más macabro que se le ocurriera y con sangre, sin renunciar nunca, a pesar de todo, a la belleza que las palabras se merecen. Porque, al fin y al cabo, eso era Jason también: un amante de las palabras. Dos amantes de las palabras que terminaron tan enamorados que nunca pudieron dejarse de amarse el uno al otro, pero eso nunca lo supieron.
 
    Russell se fue. Y siempre se preguntó dónde estaría Jason. Pero, con el paso del tiempo, se formuló otra pregunta. ¿Dónde estaba él?

No hay comentarios:

Publicar un comentario