CAPÍTULO
4.
A
menudo las personas, como seres humanos que son, cometen errores.
Unos pueden ser rectificados. Otros no. Pero todos suceden por una
razón.
Y,
misteriosamente, los que más te hacen daño, los que más se acercan
a ti, son los más sinceros que hay y son los que de verdad te
quieren avisar de algo. Que lástima que casi nunca podamos ver el
mensaje que nos traen…
Edgar
se levantó antes del alba, ya que no había dormido. De hecho hacía
mucho que no lo hacía… y en cierta forma, era lo normal.
Se
bajó de la rama donde había descansado y cayó depié de una altura
de unos ocho metros, sin hacerse ningún daño. Incluso parecía que
que caía despacio…
De
repente, en su mente vio a Morgana camino del cementerio, así que se
dirigió a él, pero no con la intención de volver a besarla…
“Esto
no tendría que haber pasado… le estoy haciendo daño, si sigue
así, le haré daño, y si en un ataque de sed le hago daño, no me
lo perdonaría en la vida. O en lo que me quede de eternidad…”
Morgana
llegó y se sentó en el banco de piedra, que era el único que le
transmitía una sensación de naturalidad al no estar hecho de metal
como los demás.
Retrocedió
dos días en su memoria, porque dos días atrás fue cuando le
conoció, cerca de esa misma hora, y en aquel mismo lugar.
“Es
extraño, ¿ por qué la primara vez que le vi, aunque solo fue un
instante, sentí que le conocía de toda la vida ? ¿ Y por qué
cuándo me besó, no sentí necesidad de rechazarlo, en ved de
responderle como lo hice? Tengo miedo. Miedo de que sea lo que se
denomina con esa palabra, miedo de que vuelva a ocurrirme, otra vez…”
Inmersa
dentro de sus pensamientos como de costumbre se encontraba cuando por
desgracia, apareció una persona a la que ella, por razones pasadas,
no tenía el más mínimo cariño ni confianza:
-
Hola - era Bruno -
-
¿ Se puede saber qué haces tú aquí ? Haz el favor de largarte, ¿
quieres ?
-
No pienso irme hasta que no hayamos hablado.
-
Tu y yo no tenemos nada de qué hablar. Adiós.
-
Hey, hey , hey, no tan deprisa - Bruno empezó como siempre a adoptar
una posición dominante que ponía enfermo a cualquiera, y le agarró
los dos brazos con fuerza - he dicho que me vas a escuchar, y me vas
a escuchar.
-
¡ No quiero ! ¡ Suéltame !
-
¡ Morgana no quiero hacerte daño y lo sabes, pero tienes que
escucharme !
-
¿ Escuchar el qué, eh ? ¿ Qué me utilizaste, que me hiziste pasar
la vegüenza más grande de mi vida ?… ¿ O simplemente quieres que
te diga otra vez lo que ahora siento por ti ?
-
Pues no estaría mal…
-
Ya lo sabes: me das asco.
Al
oír esto, Bruno levantó una de las manos con el propósito de
hacerle ver a Morgana que con él no se jugaba.
-
¡¿ Pero qué haces ?! ¡ No !…
Pero
justo en aquél momento, alguien le agarró la mano, dejándola
suspendida en el aire, como un globo.
-
¿ Se puede saber qué haces ? - le preguntó por detrás -
-
¡ Edgar ! - dijo ella alegrándose de verlo, aunque fuese en aquel
momento -
-
¿ Y este quién es ? ¿ Tu nuevo amor ? - se burló Bruno -
-
Suéltala - respondió Edgar, sin alterar la voz lo más mínimo -
-
¿ Y quién eres tú para obligarme ?
-
Soy alguien que tú ya quisieras ser. Suéltala.
En
ese último “suéltala” se le notó como se le ponían rojos los
ojos, y su voz sonó como si un demonio de voz más grave que la suya
propia se hubiera introducido en su cuerpo. A Bruno le dio miedo y la
soltó enseguida. A ella también le sorprendió, porque hasta ahora
no lo había visto así nunca.
-
Joder, tío, vale… tu ganas, tranquilo - mustió, con aspecto
aterrado -
-
Vete, y no vuelvas a molestrala nunca más. ¿ Entendido ?
-
Si, si… entendido… ya… ya me voy…
-
¡ Largo ! ¡ Ya !
Se
alejó a toda prisa pegando zancadas que parecían de gacela,
balbuceando en una voz extorsionada que volvería, y que no sabían
con quien se habían metido.
-
¿ Estás bien ? - preguntó abrazándola -
-
Si, gracias otra vez, de menuda me he librado.
-
¿ Quién era ese ? Tenía pinta de ser el chulo de turno.
-
Lo es.
-
¿ Por qué te ha tratado así ?
-
Hace un tiempo, cuando me mudé, no conocía a nadie. No tenía
amigos, pero él se me acercó un día y me pidió que entrara en su
grupo. Al principio dudé, porque de no tener a nadie, a estar en un
grupo, y además con la confianza con la que me lo había pedido, no
me dio buena espina. Pero soy muy inocente, y buena, así que me
despejé las dudas y acepté. A lo primero todo iba bien: había buen
ambiente y no tenían pinta de ser malas personas. Bruno era el
cabezilla, y tenía que estar siempre con él. Yo empecé a
agobiarme, porque no quería ser la marioneta de nadie. Luego me
enteré de que uno de los chicos, Ángel, se había fijado en mí.
Hablé con él y me lo confirmó. Yo le dije que tenía pensado dejar
el grupo, porque cada vez se me hacia más pesado, pero que con esa
confirmación no me quedaba más remedio: si Bruno se enteraba, nos
mataba a los dos, ya nos lo había advertido justo el día en el que
entré yo. Para mi sorpresa, fue Ángel quien me pidió que
abandonase el grupo, porque tenía miedo de que Bruno se enterara y
me hiciera daño. Le pregunté que que pasaba con él mismo y me
respondió que no le importaba, que solo quería que yo estuviera
bien.
-
¿ Y qué pasó entonces ?
-
Unos dias más tarde, dejé el grupo. Y a Bruno no le hizo ninguna
gracia.
-
Así que desde ese día te hace la vida imposible.
-
Exactamente. Ya lo he mandado al infierno muchas veces, pero él
vuelve diciéndome que le perdone, que cambiará… que vuelva, que
me quiere…
-
Vas ha tener que hacer algo. Por esta vez he podido salvarte, pero, ¿
que ocurriría si un día yo no estoy allí, o no llego a tiempo ?
Acuérdate que ha estado a punto de pegarte.
-
Si, lo se. Pero es que ya no se que hacer…
-
No te preocupes. Mientras estés conmigo no te ocurrirá nada.
-
Lo se también.
Parecía
que sus ojos cada vez que coincidían se fusionaban, creando
alrededor de los dos una extraña pero acojedora atmósfera, repleta
de mensajes cifrados que solo el contrario sería capaz de descifrar.
Pero
pareciera que Edgar no lo tuviera del todo asumido: estaba dispuesto
a hacerlo, aunque le costase su miserable vida en eterno dolor…
pero debía hacerlo, por el bien de los dos, por el bien de Morgana…
-
¿ Te apetece ir a dar una vuelta ? - entró ella de repente -
-
De acuerdo, pero no muy larga, me están esperando en casa para hacer
unas reformas y bueno…
-
Está bien, tranquilo. Si quieres podemos quedarnos y andar por aquí,
el cementeio es grande.
-
Buena idea, vamos.
Que
ingenua es la vida aveces, ¿ verdad ? Aveces no… casi siempre. ¿
Por qué dos personas son tan parecidas pero tan diferentes al mismo
tiempo ? ¿ Por qué el portal que separa los dos mundos simpre está
cerrado, y solo se abre para albergar almas en pena ? Y la pregunta
que tantas personas se harán : ¿ Por qué muchas veces, para
conseguir algo, primero debes perderlo ? Eso no tiene sentido… lo
tendrás de todas formas. Eso solo traerá como consecuencia que
cuando la tengas, la protegas demasiado…
Edgar
no estaba nervioso. Pero tampoco estaba tranquilo. Sabía que de un
momento a otro debería decírselo, pero no se atrevía…
Los
vampiros son seres solitarios. Son criaturas de la noche que vagan en
soledad con las únicas compañías de la oscuridad y del silencio.
No están vivos, pero… ¿ acaso quiere decir eso que no pueden
entablar amistad con alguien que sí lo esté ? El pobre muchacho
tenía la cabeza llena de confusiones, de miedos y dudas. ¿ Por qué
simplemente no había clavado sus colmillos en su blanco cuello, la
primera vez que la vió ? ¿ Acaso se estaba sintiendo atraido hacia
ella ? Si era eso, podría explicarse lo del beso, pero no que lo
dejara tan marcado…
-
¿ Por qué te has levantado tan temprano ? - le preguntó él -
-
Tenía planeado venir a pensar tranquila. Este es mi hogar. Aquí me
siento bien, noto como este lugar me abraza cariñosa y suavemente
cada vez que entro en él.
-
Vaya… no sabía que le tenías tanto aprecio - quiso mostrarse
sereno, a pesar de su nerviosismo -
-
Bueno… oye, tal vez mi forma de hablar te parezca algo rara… pero
quiero que sepas que he sido así siempre. No puedo evitarlo. La
verdad es que no se hablar de otra manera.
-
No te preocupes. Yo también suelo hacerlo, pero cuando hay alguien
cerca… - Esto último lo susurró en voz muy baja. Sabía que cada
palabra que decía los únía más y más, pero no podía evitar
hablarle a aquel maravilloso ser que ella era… -
-
Oye, Morgana… hay algo que debes saber.
-
Claro, dime.
-
Es… es que… es algo muy serio… no creo que lo vayas a asimilar
bien…es…es que yo… ¡ yo soy un… !…
Por
suerte o por desgracia, no pudo terminar la confesión. Una presencia
se le introduzo en su cuerpo, y oyó una voz que le hablaba dentro
de su cabeza:
“Edgar,
no lo hagas. ¡ Edgar ni se te ocurra ! Ya sabes que ocurrirá si se
entera de la verdad… No volverás a verla nunca más. Nunca.”
Aquella
voz había puesto mucho énfasis en ese “nunca”. Tal vez tuviera
razón, y era mejor así…
“Vuelve
ahora mismo. Tenemos que hablar seriamente. El congreso te espera
donde siempre.”
-
¿ Te ocurre algo ? Te has quedado mudo. ¿ Qué eres ?
-
Esto… yo… yo soy un chico noraml y corriente… que se despista y
no se suele acordar de que prometió ayudar a su madre a limpiar el
trastero… tengo que irme princesa, lo siento.
-
¡ Eh, oye ! ¡ Espera !
-
¿ Qué pasa ?
-
¿ No me das un beso ?
Una
pregunta así, le destroza el corazón a cualquiera, y de todos modos
era algo que deseaba hacer. Así que hizo lo mismo que en el primero.
Aunque esta vez, entregándose todavía más, porque sabía que,
probablemente, esa fuera la última vez que se vieran…
“Adiós,
princesa…” - pensó -
Serias
eran las caras de todos cuantos estaban allí reunidos. Sabían que
algo no iba bien, pero no quisieron desvelarlo hasta que llegó el
último participante. Era Edgar.
-
Siento haber llegado tarde. He venido en cuanto he podido.
-
Tranquilo, hijo, siéntate - ofreció el mayor -
El
mayor Reving era, como su nombre indica, el mayor de todos los que
formaban el congreso. Era de carácter fuerte y estricto, pero
también era bueno, compasivo y comprensivo. Solía llevar barba y
pelo blancos y largos, pero éste último no se le veía por la
capucha de su vestidura.
-
A partir de este momento queda abierto el debate - anunció Tinzer,
el hijo del mayor Renvig -
Tinzer
y Edgar no eran especialmente amigos, pero no se llevaban del todo
mal.
El
único amigo que de verdad había conocido, era el que se sentaba
justo en frente de él. Era su amigo Almis. El mismo que lo había
avisado cuando se encontraba en el cementerio junto a Morgana.
La
discusión fue larga y difícil para algunos. Era evidente que no
todos estaban de acuerdo con la sustitución del mayor Renvig, pero
otros lo veían como el comienzo de una nueva era para el congreso y
su prosperidad. Evidentemente, el principal candidato al puesto de
líder, es el primojéntio del antiguo, es decir, en este caso,
Tinzer.
Tinzer
era emprendedor, pero la mayoría creía que era demasiado jóven,
pero la situación era crítica, y debían darse prisa en escoger.
-
¿ Tú que crees que harán, Edgar ? - preguntó Almis -
-
No lo se, pero me dolería mucho la marcha del mayor. Él ha sido
como un padre para mi, y si no fuera por él, seguramente no hubiera
sabido seguir adelante, y hubiera perdido la fe en todo lo que
existe…
-
Te entiendo… no se como, pero Tinzer tiene ahora a todo el congreso
de su parte y, evidentemente, eso repercute en cualquier paso que se
de.
-
Si, lo se. Yo tampoco se como, pero si se el porqué. Ahora Tinzer
tendrá el mando, podrá hacer lo que quiera, como quiera… sabiendo
que nadie tendrá derecho a cuestionarlo. Por culpa de eso tengo una
espina clavada en el pecho…
Permanecieron
en silencio un rato, hasta que Edgar lo rompió:
-
Almis… no era para avisarme de la reunión el que me hayas llamado
antes, ¿ verdad ?
-
No. Tu sabes el por qué, Edgar. Estás violando las leyes, yo te he
estado cubriendo como y cuanto tiempo he podido, pero si algún día
se enteran…
-
Gracias. Pero ya no hace falta. - lo cortó en seco - Nunca se
enterarán…
Diciendo
esto inició un gran salto que finalizó en la alta copa de un árbol.
-
Debes olvidar, Edgar. Si no, pasarás el resto de la eternidad
sufriendo.
-
Si alguien me busca, estaré donde siempre. O si prefieres llamarlo
de otra forma…: estaré donde recuerdo que empezó todo…