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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

domingo, 16 de septiembre de 2012

La promesa del Vampiro, 1.

En vista de que por estos lares los vampiros son bastante queridos, me complace mucho publicar esta serie de capítulos de una historia que nunca llegó a ver la luz por inconclusa, pero que aspiró en su momento a ser mi primer libro. Se quedó sin terminar debido a que lo empecé en un arranque de rabia, un arrebato de sinceridad que necesitaba para desahogarme y no volverme loca por culpa de todo lo que estaba sufriendo. Aclaro que esta historia tiene unos cinco años, cuando yo tenía entre catorce y quince, por lo que seguramente tendrá alguna falta ya que decidí dejarlo tal y como estaba y declararlo como un principio de lo que la literatura iba a suponer para mí a partir de ese momento.

Y nada más, yo lo escribí y evidentemente a mí me gusta, pero vosotros sois los jueces. Espero que os guste ^^




"La Promesa Del Vampiro”

CAPÍTULO 1.

El inicio de este relato se posa sobre una mañana de invierno nevada, en la que se veían desde las ventanas a los niños jugar con la nieve y reírse a bocajarro sin poder parar. Corriendo de aquí para allá, con una energía y un espíritu aventurero propios de tal edad, compraban algunos también bolsitas de comida para darles a las palomas que, a pesar del frío, siempre había por allí.
De repente, una ráfaga de viento hizo que uno de los jovencitos se desviara de trayecto y lanzara la bola de nieve hacia otro lugar, yendo a parar a la puerta de una casa.
La mujer salió y les regañó mientras observaba sus caritas y, se daba cuenta, de que no lo habían echo a propósito, así que entró y salió con unas bolsas de caramelos. Los niños muy contentos por el regalo, dieron las gracias y se fueron corriendo igual que habían venido.
La mujer volvió a entrar y llamó a su hija para que bajase. Cuando ésta lo hizo, salieron y se pusieron en marcha hacia el cementerio.
Al llegar, la muchacha notó cómo a su madre le caían las lágrimas de sus claros ojos azules; en cambio a ella, el mero hecho de estar en aquel lugar le producía unas sensaciones de paz y de tranquilidad inmensas. Mientras sus padres se encaminaron hacia el sepulcro de sus abuelos, ella se quedó en la entrada, observando todo con infinita curiosidad y paciencia. A menudo le pasaba: su mente viajaba a otro mundo y se evadía del terrenal.
- Morgana, vamos- dijo su padre.
- Ya voy- respondió la muchacha.
Mientras caminaban en perfecto silencio, Morgana advirtió la presencia de otra familia cerca de la tumba de los padres de su madre. Se los quedó mirando con cara de extrañeza, pues nunca los había visto antes, y el chico jóven ( debía ser de su misma edad, es decir, unos diecisiete años ) le devolvió la mirada. Para su sorpresa, éste le hizo un gesto señalando que fuera donde él se encontraba antes de marcharse, al que ella respondió afirmativamente.
Antes de llegar a la tumba, Morgana le dijo a su padre en voz baja que no podía quedarse mucho tiempo, ya que tenía que marcharse para hacer un trabajo que debía entregar al día siguiente.
- No pasa nada, ve- le respondió- pero no te entretengas, acuérdate que hoy hace tres años del accidente, debes estar en casa.
- Tranquilo, allí estaré.
No pasó un cuarto de hora cuando se marchó despacio.
Al llegar al lugar, ya la estaba esperando. Desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, una llama nació con fuerza de ellas, como si hubiera estado dormida todo el tiempo buscando el momento oportuno para aparecer. Y ese momento había llegado.
- Hola - saludó Morgana.
El chico respondió con un gesto con la cabeza.
- ¿ Qué me querías decir antes ?- preguntó él.
- ¿ A qué te refieres ? No te he preguntado nada.
-Al entrar te has quedado mirando, y e supuesto que era porque querías decirme algo.
- Ah, eso... bueno... la verdad es que si, quería preguntarte algo. No eres de aquí ¿ verdad ?
- No, me he mudado hace poco.
- ¿ Y eso, por qué ?
- Mi padre y su dichoso trabajo...
- Ah, ya entiendo. ¿ Cómo te llamas ? ¿ De dónde eres ?
- Edgar, y soy del norte, de una ciudad llamada Corberna. ¿ Y tú ?
- Morgana, y yo también vengo del norte, de Espector.
- Vaya, me encanta tu nombre... es algo antiguo, pero hermoso.
- Vaya... gracias. A mi también me gusta el tuyo.
Estuvieron charlando un rato, luego se despidieron y cada uno se fue a su casa.
" Es un muchacho agradable -pensó-, y además no es el típico gracioso de turno. Tampoco es nada feo ".
Al llegar a su casa, Morgana subió a su habitación, se sentó en el escritorio y comenzó a hacer un " trabajo " para enseñárselo a sus padres y que no se dieran cuenta de que les había mentido, luego empezó a dibujar a Edgar. Aquel muchacho se le había metido en la cabeza y ahora no podía sacárselo: ni alto ni bajo, moreno de pelo largo a media espalda, ojos negros y pintados ambos de color azabache ( cosa que le sorprendió, pero al mismo tiempo gustó ), cara de niño pero con cierto toque adulto, labios gruesos y, aunque eso no podía dibujarlo, una voz grave pero suave que la encandiló. Su ropa era algo extraña, pero le encantó también: un pantalón largo negro con unas cadenas finas en plateado y una camisa negra y blanca de media manga que daba paso a unos brazos con apariencia robusta pero tierna al mismo tiempo.
Cuando acabó cogió el dibujo y lo guardó en una carpeta que solo ella conocía, detrás del escritorio en un hueco de la pared. Ahí también guardaba otras cosas: papeles con sus ideas y pensamientos, fotografías de su mundo, textos filosóficos, y muchas más cosas. Las tenía todas escondidas porque tenía miedo de que sus padres no la dejaran volver a tenerlas, ya que cuando la vieron vestida de negro la primara vez, ya empezaron a mirarla raro. No pudo soportarlo y juró guardar todo bajo secreto.
Aunque se seguía vistiendo de negro ya no le importaba lo que pensaran de ella: era su mundo, su vida, su manera de ser, su forma de hablar y de ver las cosas... todo. Nadie la había entendido nunca, pero aquella charla con Edgar en el cementerio le brindó confianza y cierta tranquilidad. Y era normal: siempre que hablaba con alguien que no conocía se apartaba rápidamente, como si le diera asco, en cambio, aquel muchacho no solo se había quedado con ella, sino que además, le gustaba su nombre.

Edgar pareció tener la misma idea. Se sentó en una mesa y empezó a dibujar a Morgana: también ni alta ni baja, piel blanca como la leche, un pelo larguísimo hasta la cintura y de color negro puro, tenía sus oscuros ojos pintados de negro que le daban un aire a una mujer más mayor, pero que al mismo tiempo transmitían toda su belleza, manos suaves aunque quebradas, labios finos y rojos como la sangre, y lo que más le llamó la atención, su ropa: una falda larga hasta los pies, de color negro con volantes y diferentes capas y un corsé precioso en color morado con encajes en forma de rosas negras.
Pero a diferencia de Morgana, Edgar no guardó su dibujo, sino que lo enmarcó en un marco plateado y lo colgó en el cabezal de su cama. Y ni siquiera supo por qué lo hizo, pero lo hizo y se acabó.

Morgana se pasó el resto de la tarde y parte de la noche pensando en Edgar. Ese muchacho tenía algo especial, algo que la atraía de una manera que no la dejaba ni dormir tranquila.
" ¿ Tendrá insomnio como yo o estará profundamente dormido ?" -pensaba-, " Podría llamarlo, pero... ¿ y si de verdad está dormido ? ¿ y si está con compañía? ".
Así estuvo hasta avanzadas horas de la madrugada, hasta que el sueño la venció.
Aquella noche tuvo un sueño muy extraño: estaban ella y otro muchacho a las puertas de un edificio antiguo llevando un libro entra las manos en el que podía verse claramente que era grueso, de hoja fina y estaba escrito en latín. No pudo verle la cara al muchacho, ya que todo estaba muy oscuro, y solo pudo distinguir estos pequeños rasgos gracias a la luz de la Luna, siempre hermosa.

Por la mañana intentó llamar a Edgar, pero pensó que quizás era demasiado pronto para verlo otra vez, aunque pareciera que éste pudiera leerle el pensamiento, ya que al poco rato llamaron a la puerta y era él.
- Hola.
- Hola, ¿ qué haces levantado tan temprano ?
- Eh, bueno, verás... Es que como ya te dije ayer me he mudado hace poco, y necesito conocer un poco todo esto, y como eres la única persona que conozco aquí, pues...
- No te preocupes, esto es grande pero no tanto como parece, ven, te lo mostraré.
Anduvieron por las calles durante un rato, luego pararon a descansar en los bancos de un parque y, como si fueran almas gemelas, ambos se quedaron mirando hacia ninguna parte, con la mirada perdida en el horizonte.
De repente, la voz de Morgana quebró el silencio:
- Sabes, ayer me dejaste muy intrigada. Quiero saber más sobre ti.
- No hay mucho que contar... supongo que soy un chico corriente como cualquier otro...
- Pero háblame de ti, qué te gusta, qué no, cómo te sentó mudarte, etc.
- Pues... donde yo vivía antes me decían que parecía un fantasma porque siempre estaba en todas partes pero nunca en el mismo lugar. Me gusta saber que es lo que piensan las personas, no soy muy de salir, no me gusta controlar nada, pero me gusta saber qué pasa a mi alrededor, soy bastante independiente, prefiero tener tres o cuatro amigos que un grupo grande, no suelo identificarme con mucha gente, más bien logro ser yo mismo cuando estoy con poca gente que sabe entender como soy, como pienso... y no se que más contar. Ahora te toca a ti, cuéntame como eres.
- La verdad, no sé. Siempre he sido la rara, nunca han sabido apreciar lo que pienso o lo que hago, me gusta mucho la soledad, tampoco me gustan los grupos grandes, me siento frustrada e incómoda. Es curioso... a mi también me dicen que parezco un fantasma, pero de otra manera: dicen que parezco una viuda negra, esperando siempre lo que nunca llega, anhelando mis deseos y pensamientos, aún sabiendo que nunca vendrán...
Al decir estas últimas palabras, Edgar advirtió que se le aguaban los ojos, con lo que la cortó para que no siguiera hiriéndose.
- ¿ Sabes qué ? La primera vez que me pinté los ojos sentí una especie de escalofrío, pero fue agradable, así que seguí haciéndolo, y no me importaba lo que la gente pensara, era yo, soy yo, y me siento bien así. No te derrumbes por cuatro comentarios de gente sin alma, pues son estas las personas que merecen pasarlo mal y darse cuenta de lo que de verdad es la vida, no tú ni yo. Sé fuerte.
A Morgana se le escapó una sonrisa de los labios.
- ¿ Sabes ? Tienes razón. No se puede vivir de lo que piense la gente, porque siempre van a estar ahí, esperando el momento para atacar. Muchas gracias Edgar, de verdad. Me has quitado una venda de los ojos que yo nunca me he podido quitar. Gracias, amigo mío.
Cuando escuchó estas palabras, se dio cuanta de que Morgana era diferente, no era como las demás que solo piensan en vivir la vida sin saber que es o lo que han venido ha hacer en ella, o pensar en su futuro.
- ¿ Amigo mío ?- repitió como un loro- me has llamado amigo...
- Si, lo he hecho. Oye lo siento si te ha molestado, yo no...
- No, no tranquila, es que no me han llamado así nunca, eso es todo...- y le sonrió-.
- Pero, ¿ qué dices ? ¿ Nunca has tenido amigos o qué ?
- No. Nunca me ha gustado la manera de ser de la gente de hoy en día, demasiado despreocupada y desentendida de todo…
- Por favor, parecemos hermanos, a mí tampoco me gusta. Pero tranquilo, que tengo suerte. Voy a poder ser la primera en algo.
Se miraron, sonrieron y se levantaron.
- Oye Edgar, va a ser mediodía, ¿ por qué no te quedas a comer en mi casa ?
- Eh, esto, pues, porque... no puedo, lo siento, me están esperando en casa, otro día, ¿ de acuerdo ?
- Bueno... está bien, pero esta tarde quedamos. ¿ En el cementerio a las cuatro te va bien ?
- Eh, si, claro.
- Perfecto, allí nos veremos, hasta luego.
- Hasta luego.
Cuando ella se alejó, Edgar le dio las gracias en voz baja por considerarlo su amigo y le respondió:
- De nada, amiga mía.

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