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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

viernes, 21 de septiembre de 2012

La Promesa del Vampiro, 2.


CAPÍTULO 2:

Cuando Morgana llegó a su casa fue a ver a su madre, que desde el día anterior no levantaba cabeza:
- Mamá, ¿ estás bien ?
- Si, hija, no te preocupes. Son los recuerdos, que cuando vuelven es por un largo tiempo...
- Pero no te atormentes más, no fue culpa tuya ni de nadie, simplemente pasó y ya está.
- ¿ Y ya está ? ¡¿ Crees eso de verdad ?! ¡ Acaso piensas que no se podría haber evitado !
- Bueno, tranquila, yo solo quería...
- ¡ Lárgate a tu habitación ahora mismo ! No quiero verte... ¡ Bruja !
Al escuchar estas palabras, Morgana rompió a llorar, inundando toda la casa con sus lágrimas y su llanto. Su padre, que lo escuchó todo, subió a ver a su hija:
- Eh, Morgana, tranquila hija, tranquila...-decía él entre lágrimas y abrazos-.
- Papá... ¿ por qué me odia tanto ? ¿ tan mala hija he sido que ni siquiera ya puedo hablar ?
Ricardo era un hombre correcto de pies a cabeza, pero había situaciones, como en este caso, que no podía controlar y se le iban de las manos, dando lugar a consecuencias como esa.
- Cariño, no te odia.. Es simplemente... está irritada, eso es todo.
- No me vengas tu también con la lástima - el tono de voz de la muchacha cambió repentinamente de pena a rencor -, no quiero la lástima de nadie ¿ me oyes ? de nadie. Y menos la tuya, que si supieras llevar la situación no pasarían estas cosas. Ojalá hubiera muerto ella y no los abuelos...
- ¡ Morgana !
- Grita todo lo que quieras, no conseguirás que cambie de opinión. Lo que si voy a decirte, es que tengáis cuidado: a este paso lo más seguro es que un día os levantéis y me haya largado lejos, muy lejos, tanto que ni yo misma sabré donde estoy.
Dichas estas palabras, salió de la habitación pegando un portazo, bajó las escaleras deprisa y pegó otro portazo al salir a la calle.
" Cielos, Edgar... ¿ dónde estás ? te necesito... "- pensó mientras echaba a andar-
Ricardo por su parte, bajó al salón y le dijo a su mujer:
- Érika, tenemos que hablar.

Miró su reloj y todavía quedaban veinte minutos para las cuatro. Se compró un refresco por el camino, pero tenía el estómago cerrado y no se lo pudo beber, así que lo tiró. Caminó hasta llegar a la biblioteca, que después del cementerio, era su segundo hogar.
- Hola, Lucrecia -saludó-.
- Hey, Morgana, ¿ qué tal estás ? - respondió ésta, que era la recepcionista-
- Bien, bueno... acabo de tener una bronca con mis viejos, pero nada importante.
- Vaya, si que ha tenido que ser fuerte, nunca te había oído llamarlos así...
- Da igual, déjalo pasar, es lo que hago yo.
- Tu madre sigue frustrada por lo del accidente, ¿ no ?
- Exacto, y ya me estoy empezando a cansar de tanto drama.
- Mujer, tranquila... piensa que tuvo que ser difícil para ella.
- Pues si se vuelve loca de dolor que se vaya a un manicomio, donde debe estar. No aquí, amargándonos la vida a todos...
- Madre mía... - hubo unos momentos de silencio - esto, cambiando de tema, ¿ sabes que hay un chico nuevo por aquí ?
- Si, lo conocí ayer.
- ¿ Y como es ?
- Pues la verdad, es la mejor persona que he conocido nunca. Se llama Edgar, y es agradable, simpático, culto, sabe hablar, sabe escuchar, y lo más importante: sabe comprender y siempre adivina como me encuentro.
- Vaya, vaya, cuanto sabes para haberle conocido ayer... cualquiera que te oiga diría que te gusta...
- Tonterías, aunque la verdad, feo no es, pero no se...
Al bajar la mirada se dio cuenta de que el reloj marcaba las cuatro menos cinco, así que se despidió de Lucrecia y salió disparada.
- Oye, tengo que irme, lo siento. Ya nos veremos.
- Adiós chica, adiós.

Morgana no sabía como lo hacía, pero siempre que llegaba, Edgar ya la estaba esperando.
- Hola, ¿ qué te ha pasado ?
- ¿ El qué ? ¿ qué pasa ? - Morgana descubrió que en su mano izquierda tenía un morado grande que le ocupaba gran parte de ésta y también de la muñeca - Ostras... pues, no se... debe de haber sido cuando he salido, lo he hecho deprisa y...
- ¿ Has salido deprisa, por qué ?
- La estúpida de mi madre y el orgulloso de mi padre... he tenido una bronca y he salido corriendo y pegando portazos, supongo que será de eso...
- Pues sí que has cerrado fuerte, trae, déjame ver.
Edgar le cogió la mano para examinarla. Morgana de repente sintió que su cuerpo se relajaba y se llenaba de fuerza, al mismo tiempo que notaba cómo se elevaba hacia un mundo sobrenatural, un mundo que ya había visitado antes, aunque solo en sueños.
- No parece grave, pero de todas maneras véndatelo y descansa unos días.
- Gracias, Edgar... menos mal que te conocí, no se que haría yo ahora si no te tuviera...
- Chica vas ha hacer que me salgan los colores... si me conociste ayer...
- Te conocí ayer, es cierto. Pero es increíble: en un día me has dado mucho más que la gente de mi alrededor durante toda mi vida.
Otra vez empezaron a mirarse. Cada vez que lo hacían, un mar de historias cabalgaba de unos ojos a otros llevando con ellas la esencia del cariño, de la comprensión, y la del amor.
- El problema es que no tengo ninguna venda aquí, tendría que volver a mi casa y no tengo ganas...
- No te preocupes, yo siempre llevo una, esta vez me sirve para algo.
- Vaya, gracias, pero no tienes por qué molestarte, solo es un golpe...
- Shhh, calla, déjame que te la ponga, no quiero que se convierta en algo más grave.
Para ponérsela, tuvieron que acercase. No mucho, pero lo suficiente como para que sintieran uno el aliento del otro. Empezaron a mirarse de reojo con miradas cortas y rápidas, como si quisieran hacerlo pero no se atrevieran.
De repente, cuando acabó de ponérsela, Edgar subió la mirada y la fijó en su boca, mirándola con ternura y repentino deseo. Morgana posó poco a poco sus manos en su cintura, y empezaron ambos a respirar cada vez más y más deprisa.
- Edgar, yo no puedo, no quiero estropear nuestra amistad, yo no...
Y mientras Morgana decía estas palabras, Edgar le cogió dulcemente la cara entre sus manos, e instantes más tarde, las dos bocas estaban unidas. Unidas en un deseo y unas ganas imposibles de describir, tan grandes que no cabían en el pecho.
Siguieron besándose durante bastante rato, no podían separarse, no querían separarse. Aquella pasión desenfrenada era tan pura, tan hermosa, que ni el más poderoso hechizo de odio o rencor podría haberle afectado en aquel momento...
Al poco empezó a llover y se mojaron pero no les importó, ellos solo querían estar juntos, sin que nada ni nadie los interrumpiese...
Edgar bajó las manos de la cara hasta que las condujo a su cintura sin levantarlas de su cuerpo, y Morgana las subió hasta que le rodeó el cuello con sus brazos. Todo ello, con la más exquisita y profunda ternura.
La lluvia no cesaba, era como si quisiera estar presente durante aquellos momentos de interminable amor, como si quisiera ser testigo de un nuevo amor que estaba naciendo de la unión de dos adolescentes que por caprichos del destino sabían ya quiénes eran el dolor y el sufrimiento. No cesaba porque sentía que no molestaba, y que en cierta forma, ayudaba a que siguieran pegados el uno al otro para transmitirse mutuamente el calor...
Lo cierto es que, aquella maravillosa estampa, era digna de admiración, porque tan solo la valentía de demostrarle a otra persona lo que se siente por ella, ya es un gran paso para poder quizás, en un futuro, contarle al mundo que un día existieron, que una nueva historia de amor sobrevivió a todos los obstáculos que la vida le interpuso.
Y esa información, desde el momento en que sus labios apenas se rozaron, se les quedó grabada en sus mentes.
Cuando al rato se separaron, volvieron a besarse, pero fue un beso fugaz, como una bonita despedida. Se miraron y finalmente, se abrazaron.
- ¿ Cómo volvemos a casa ahora ? -preguntó ella-
- No te preocupes, nos refugiaremos debajo de ese árbol - respondió él-
Se tumbaron a los pies del ciprés y cerraron los ojos. Escuchaban el sonido de la lluvia caer, hermosa lluvia siempre sonriente, fenómeno natural perfecto, capaz de hacer llorar tanto de alegría como de pena y tristeza y cuyo bello sonido es música para los oídos.
Todo, absolutamente todo en aquel momento, era perfecto.
Y lo siguió siendo incluso cuando se dieron cuenta de que el anochecer estaba llamando a la puerta del día.
- Se hace tarde - comentó él -
- No me importa, así estoy bien. - respondió ella -
- Ya pero tus padres se preocuparán …
- Esos dos me dan igual, por mi que se tiren de un puente …
- No seas así, dales una oportunidad, seguro que sabrán aprovecharla.
- Una oportunidad … como se nota que no los conoces. Tendría que contarte una larga historia para que supieses el porqué y lo entendieras …
- Soy todo oídos.
- De acuerdo, si eso es lo que quieres … :“Hace unos años por navidad fuimos de vacaciones a visitar a mis abuelos con la idea de pasar allí al menos un par de semanas ya que no los veíamos desde hacía mucho tiempo. Al llegar todo parecía normal, de hecho era normal. Mi abuela tenía la costumbre de prepararme chocolate por las tardes y calentarlo en el fuego de la chimenea. Pero dio la casualidad de que cuando llevábamos allí unos cinco o seis días mis padres y mi abuelo bajaron al pueblo a comprar unas cosas y en ese momento no había leña en la casa, así que tuvo que salir ella a buscarla. Podría haber ido yo, pero no me avisó y yo tampoco me di cuenta de que había salido porque estaba en mi habitación, leyendo. Cuando mis padres y mi abuelo volvieron, me preguntaron donde estaba y claro, no pude responder, pero para que no se preocuparan les dije que hacía poco que había salido.
Pasó un buen rato y ya no pudieron más y salieron a buscarla, pero no la encontraron. Siguieron hasta avanzadas horas de la noche, pero sin resultado. A la mañana siguiente denunciaron su desaparición y el pueblo entero se volcó en la búsqueda, pero otra vez fue en vano. Mi abuelo no se rindió y cuando ya estaba empezando a anochecer salió de nuevo en su busca sin hacer caso a mis padres de que era mejor esperar al día siguiente.
Pasó mucho rato y no volvía, así que se fueron a buscarlo. En esta ocasión no tuve que esperar tanto: a lo lejos en la colina se oyó un grito, un grito de dolor en el que pude reconocer la voz de mi madre. Salí corriendo guiándome por el sonido del llanto que le siguió y llegué a una explanada donde había un árbol caído y a sus pies estaban mi madre arrodillada llorando y mi padre de pié con las manos en la cabeza. Me acerqué despacio y comprendí cual era el horror y el motivo de la pena:
Mi abuela estaba debajo del árbol caído. Había muerto aplastada”- Morgana se detuvo para coger aliento y retener las lágrimas que amenazaban con aparecer y caer de sus ojos.
- No llores, si no quieres seguir no sigas, pero por favor, no llores …- intentó consolarla -
- Ahora ya debo acabar, no te preocupes, estoy bien: “ En aquel momento mi madre se giró y me vio, y si no llega a ser por mi padre que la vio venir y la sujetó me hubiera asesinado.
- ¡ Por tu culpa maldita ! ¡ Mira lo que has hecho, maldita y mil veces maldita !
- ¡ Érika tranquilízate ! ¡ Ella no tiene la culpa !
- ¡ Maldita, maldita, maldita niña caprichosa !
- ¡ Morgana, vuelve a la casa, corre !
Salí disparada sin comprender todavía lo que había sucedido. Cuando llegué, no se me ocurrió otra cosa que llamar a la policía y algunos vecinos, estaba tan asustada que casi no pude explicarles lo que había sucedido.
Llegaron inmediatamente y se dirigieron hacia donde yo les había indicado. Después de mucho ajetreo, llegó el pobre de mi abuelo muy decepcionado porque no la había encontrado. Yo me tiré a sus brazos y rompí a llorar.
-¡ Abuelo por favor, perdóname ! ¡ Perdóname por favor !…
- Eh, eh, eh, tranquila chica, tu no tienes la culpa de nada, ya verás como vuelve pronto.
- ¡ No va a volver ! No volverá nunca más…
- ¿ A qué te refieres ?
En ese momento llegó la policía y le dio la mala noticia, a la cual el pobre hombre solo pudo reaccionar diciendo:
- No es posible … no es posible …
Acto seguido entraron mis padres, y mi madre ni me miró. Me ignoró por completo, haciéndome sentir aún más culpable. Mi padre fue el único que se dignó a decirme que hiciera la maleta, que me iba al día siguiente. Yo me quedé de piedra, pero reflexioné y vi que era lo mejor para todos, incluso para mi.
No se que pasó esa noche, porque me enviaron al hotel nada más salir y decir que ya estaba lista, lo que si recuerdo es que mientras mi padre conducía no levantó ni un instante la vista de la carretera ni dijo nada, como si fuese un fantasma.
Por la mañana me despertó el conserje y me dijo que mi tren estaba listo para partir. Me subí a él y llegué a mi casa al medio día. Lo único que hice fue colocar la ropa en el armario y después me senté a leer otra vez.
Durante dos días más estuve yo sola, haciendo lo que quería. Yo misma me sorprendí de mi falta de tristeza, incluso me daba igual todo. Me sorprendí más aún cuando mi padre me telefoneó para decirme que mi abuelo se había suicidado, y no sentí nada queriéndolo como lo quería.
Días después volvieron y tuve que hacer la maleta otra vez: nos mudábamos”-
- Y así fue como acabaste aquí, ¿ no ?
- Así es, pero en mi casa todo sigue igual: mi madre todavía cree que fue por mi culpa, mi padre no sabe que hacer, y yo vivo como quiero sin que me importe lo que piensen.
- Eso tuvo que ser duro …
- Lo fue en su momento, pero pasó hace tres años. ¿ No crees que debería haberse dado cuanta ya de que está equivocada ?
- Alhomejor ya no cambia de opinión durante el resto de su vida.
- Si es así, entonces tendré que hacer la maleta pronto de nuevo.
Edgar le apretó la mano y adoptó una postura un tanto protectora.
- Yo jamás permitiría que algo malo te sucediese.
- Lo se, y te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mi, aunque solo nos conozcamos desde hace un día - bromeó -.
- De todas formas, mi princesa negra, hazme caso y vuelve. No tienes que hacerles caso, pasa de ellos hasta que todo vuelva a su cauce, verás como se arregla.
-¿ Cómo me has llamado ?
- Mi princesa negra, ¿ te ha molestado ?
- Que va - dijo con una sonrisa- al contrario: creo que es lo más bonito que me han dicho en mi vida …- notó como se le subían los colores-.
- Bueno, es así como yo te veo, como una princesa. Como mi bella princesa negra.
Se acercó y la besó.
- Gracias otra vez - y pensó para ella sin darse cuenta: “mi amor”-.
Se estuvieron riendo hasta que al final Morgana le hizo caso y volvió. Edgar la acompañó y se despidieron con otro beso en la puerta. Él se alejó y desapareció en la oscuridad. Ella, tras las puertas de su prisión.

domingo, 16 de septiembre de 2012

La promesa del Vampiro, 1.

En vista de que por estos lares los vampiros son bastante queridos, me complace mucho publicar esta serie de capítulos de una historia que nunca llegó a ver la luz por inconclusa, pero que aspiró en su momento a ser mi primer libro. Se quedó sin terminar debido a que lo empecé en un arranque de rabia, un arrebato de sinceridad que necesitaba para desahogarme y no volverme loca por culpa de todo lo que estaba sufriendo. Aclaro que esta historia tiene unos cinco años, cuando yo tenía entre catorce y quince, por lo que seguramente tendrá alguna falta ya que decidí dejarlo tal y como estaba y declararlo como un principio de lo que la literatura iba a suponer para mí a partir de ese momento.

Y nada más, yo lo escribí y evidentemente a mí me gusta, pero vosotros sois los jueces. Espero que os guste ^^




"La Promesa Del Vampiro”

CAPÍTULO 1.

El inicio de este relato se posa sobre una mañana de invierno nevada, en la que se veían desde las ventanas a los niños jugar con la nieve y reírse a bocajarro sin poder parar. Corriendo de aquí para allá, con una energía y un espíritu aventurero propios de tal edad, compraban algunos también bolsitas de comida para darles a las palomas que, a pesar del frío, siempre había por allí.
De repente, una ráfaga de viento hizo que uno de los jovencitos se desviara de trayecto y lanzara la bola de nieve hacia otro lugar, yendo a parar a la puerta de una casa.
La mujer salió y les regañó mientras observaba sus caritas y, se daba cuenta, de que no lo habían echo a propósito, así que entró y salió con unas bolsas de caramelos. Los niños muy contentos por el regalo, dieron las gracias y se fueron corriendo igual que habían venido.
La mujer volvió a entrar y llamó a su hija para que bajase. Cuando ésta lo hizo, salieron y se pusieron en marcha hacia el cementerio.
Al llegar, la muchacha notó cómo a su madre le caían las lágrimas de sus claros ojos azules; en cambio a ella, el mero hecho de estar en aquel lugar le producía unas sensaciones de paz y de tranquilidad inmensas. Mientras sus padres se encaminaron hacia el sepulcro de sus abuelos, ella se quedó en la entrada, observando todo con infinita curiosidad y paciencia. A menudo le pasaba: su mente viajaba a otro mundo y se evadía del terrenal.
- Morgana, vamos- dijo su padre.
- Ya voy- respondió la muchacha.
Mientras caminaban en perfecto silencio, Morgana advirtió la presencia de otra familia cerca de la tumba de los padres de su madre. Se los quedó mirando con cara de extrañeza, pues nunca los había visto antes, y el chico jóven ( debía ser de su misma edad, es decir, unos diecisiete años ) le devolvió la mirada. Para su sorpresa, éste le hizo un gesto señalando que fuera donde él se encontraba antes de marcharse, al que ella respondió afirmativamente.
Antes de llegar a la tumba, Morgana le dijo a su padre en voz baja que no podía quedarse mucho tiempo, ya que tenía que marcharse para hacer un trabajo que debía entregar al día siguiente.
- No pasa nada, ve- le respondió- pero no te entretengas, acuérdate que hoy hace tres años del accidente, debes estar en casa.
- Tranquilo, allí estaré.
No pasó un cuarto de hora cuando se marchó despacio.
Al llegar al lugar, ya la estaba esperando. Desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, una llama nació con fuerza de ellas, como si hubiera estado dormida todo el tiempo buscando el momento oportuno para aparecer. Y ese momento había llegado.
- Hola - saludó Morgana.
El chico respondió con un gesto con la cabeza.
- ¿ Qué me querías decir antes ?- preguntó él.
- ¿ A qué te refieres ? No te he preguntado nada.
-Al entrar te has quedado mirando, y e supuesto que era porque querías decirme algo.
- Ah, eso... bueno... la verdad es que si, quería preguntarte algo. No eres de aquí ¿ verdad ?
- No, me he mudado hace poco.
- ¿ Y eso, por qué ?
- Mi padre y su dichoso trabajo...
- Ah, ya entiendo. ¿ Cómo te llamas ? ¿ De dónde eres ?
- Edgar, y soy del norte, de una ciudad llamada Corberna. ¿ Y tú ?
- Morgana, y yo también vengo del norte, de Espector.
- Vaya, me encanta tu nombre... es algo antiguo, pero hermoso.
- Vaya... gracias. A mi también me gusta el tuyo.
Estuvieron charlando un rato, luego se despidieron y cada uno se fue a su casa.
" Es un muchacho agradable -pensó-, y además no es el típico gracioso de turno. Tampoco es nada feo ".
Al llegar a su casa, Morgana subió a su habitación, se sentó en el escritorio y comenzó a hacer un " trabajo " para enseñárselo a sus padres y que no se dieran cuenta de que les había mentido, luego empezó a dibujar a Edgar. Aquel muchacho se le había metido en la cabeza y ahora no podía sacárselo: ni alto ni bajo, moreno de pelo largo a media espalda, ojos negros y pintados ambos de color azabache ( cosa que le sorprendió, pero al mismo tiempo gustó ), cara de niño pero con cierto toque adulto, labios gruesos y, aunque eso no podía dibujarlo, una voz grave pero suave que la encandiló. Su ropa era algo extraña, pero le encantó también: un pantalón largo negro con unas cadenas finas en plateado y una camisa negra y blanca de media manga que daba paso a unos brazos con apariencia robusta pero tierna al mismo tiempo.
Cuando acabó cogió el dibujo y lo guardó en una carpeta que solo ella conocía, detrás del escritorio en un hueco de la pared. Ahí también guardaba otras cosas: papeles con sus ideas y pensamientos, fotografías de su mundo, textos filosóficos, y muchas más cosas. Las tenía todas escondidas porque tenía miedo de que sus padres no la dejaran volver a tenerlas, ya que cuando la vieron vestida de negro la primara vez, ya empezaron a mirarla raro. No pudo soportarlo y juró guardar todo bajo secreto.
Aunque se seguía vistiendo de negro ya no le importaba lo que pensaran de ella: era su mundo, su vida, su manera de ser, su forma de hablar y de ver las cosas... todo. Nadie la había entendido nunca, pero aquella charla con Edgar en el cementerio le brindó confianza y cierta tranquilidad. Y era normal: siempre que hablaba con alguien que no conocía se apartaba rápidamente, como si le diera asco, en cambio, aquel muchacho no solo se había quedado con ella, sino que además, le gustaba su nombre.

Edgar pareció tener la misma idea. Se sentó en una mesa y empezó a dibujar a Morgana: también ni alta ni baja, piel blanca como la leche, un pelo larguísimo hasta la cintura y de color negro puro, tenía sus oscuros ojos pintados de negro que le daban un aire a una mujer más mayor, pero que al mismo tiempo transmitían toda su belleza, manos suaves aunque quebradas, labios finos y rojos como la sangre, y lo que más le llamó la atención, su ropa: una falda larga hasta los pies, de color negro con volantes y diferentes capas y un corsé precioso en color morado con encajes en forma de rosas negras.
Pero a diferencia de Morgana, Edgar no guardó su dibujo, sino que lo enmarcó en un marco plateado y lo colgó en el cabezal de su cama. Y ni siquiera supo por qué lo hizo, pero lo hizo y se acabó.

Morgana se pasó el resto de la tarde y parte de la noche pensando en Edgar. Ese muchacho tenía algo especial, algo que la atraía de una manera que no la dejaba ni dormir tranquila.
" ¿ Tendrá insomnio como yo o estará profundamente dormido ?" -pensaba-, " Podría llamarlo, pero... ¿ y si de verdad está dormido ? ¿ y si está con compañía? ".
Así estuvo hasta avanzadas horas de la madrugada, hasta que el sueño la venció.
Aquella noche tuvo un sueño muy extraño: estaban ella y otro muchacho a las puertas de un edificio antiguo llevando un libro entra las manos en el que podía verse claramente que era grueso, de hoja fina y estaba escrito en latín. No pudo verle la cara al muchacho, ya que todo estaba muy oscuro, y solo pudo distinguir estos pequeños rasgos gracias a la luz de la Luna, siempre hermosa.

Por la mañana intentó llamar a Edgar, pero pensó que quizás era demasiado pronto para verlo otra vez, aunque pareciera que éste pudiera leerle el pensamiento, ya que al poco rato llamaron a la puerta y era él.
- Hola.
- Hola, ¿ qué haces levantado tan temprano ?
- Eh, bueno, verás... Es que como ya te dije ayer me he mudado hace poco, y necesito conocer un poco todo esto, y como eres la única persona que conozco aquí, pues...
- No te preocupes, esto es grande pero no tanto como parece, ven, te lo mostraré.
Anduvieron por las calles durante un rato, luego pararon a descansar en los bancos de un parque y, como si fueran almas gemelas, ambos se quedaron mirando hacia ninguna parte, con la mirada perdida en el horizonte.
De repente, la voz de Morgana quebró el silencio:
- Sabes, ayer me dejaste muy intrigada. Quiero saber más sobre ti.
- No hay mucho que contar... supongo que soy un chico corriente como cualquier otro...
- Pero háblame de ti, qué te gusta, qué no, cómo te sentó mudarte, etc.
- Pues... donde yo vivía antes me decían que parecía un fantasma porque siempre estaba en todas partes pero nunca en el mismo lugar. Me gusta saber que es lo que piensan las personas, no soy muy de salir, no me gusta controlar nada, pero me gusta saber qué pasa a mi alrededor, soy bastante independiente, prefiero tener tres o cuatro amigos que un grupo grande, no suelo identificarme con mucha gente, más bien logro ser yo mismo cuando estoy con poca gente que sabe entender como soy, como pienso... y no se que más contar. Ahora te toca a ti, cuéntame como eres.
- La verdad, no sé. Siempre he sido la rara, nunca han sabido apreciar lo que pienso o lo que hago, me gusta mucho la soledad, tampoco me gustan los grupos grandes, me siento frustrada e incómoda. Es curioso... a mi también me dicen que parezco un fantasma, pero de otra manera: dicen que parezco una viuda negra, esperando siempre lo que nunca llega, anhelando mis deseos y pensamientos, aún sabiendo que nunca vendrán...
Al decir estas últimas palabras, Edgar advirtió que se le aguaban los ojos, con lo que la cortó para que no siguiera hiriéndose.
- ¿ Sabes qué ? La primera vez que me pinté los ojos sentí una especie de escalofrío, pero fue agradable, así que seguí haciéndolo, y no me importaba lo que la gente pensara, era yo, soy yo, y me siento bien así. No te derrumbes por cuatro comentarios de gente sin alma, pues son estas las personas que merecen pasarlo mal y darse cuenta de lo que de verdad es la vida, no tú ni yo. Sé fuerte.
A Morgana se le escapó una sonrisa de los labios.
- ¿ Sabes ? Tienes razón. No se puede vivir de lo que piense la gente, porque siempre van a estar ahí, esperando el momento para atacar. Muchas gracias Edgar, de verdad. Me has quitado una venda de los ojos que yo nunca me he podido quitar. Gracias, amigo mío.
Cuando escuchó estas palabras, se dio cuanta de que Morgana era diferente, no era como las demás que solo piensan en vivir la vida sin saber que es o lo que han venido ha hacer en ella, o pensar en su futuro.
- ¿ Amigo mío ?- repitió como un loro- me has llamado amigo...
- Si, lo he hecho. Oye lo siento si te ha molestado, yo no...
- No, no tranquila, es que no me han llamado así nunca, eso es todo...- y le sonrió-.
- Pero, ¿ qué dices ? ¿ Nunca has tenido amigos o qué ?
- No. Nunca me ha gustado la manera de ser de la gente de hoy en día, demasiado despreocupada y desentendida de todo…
- Por favor, parecemos hermanos, a mí tampoco me gusta. Pero tranquilo, que tengo suerte. Voy a poder ser la primera en algo.
Se miraron, sonrieron y se levantaron.
- Oye Edgar, va a ser mediodía, ¿ por qué no te quedas a comer en mi casa ?
- Eh, esto, pues, porque... no puedo, lo siento, me están esperando en casa, otro día, ¿ de acuerdo ?
- Bueno... está bien, pero esta tarde quedamos. ¿ En el cementerio a las cuatro te va bien ?
- Eh, si, claro.
- Perfecto, allí nos veremos, hasta luego.
- Hasta luego.
Cuando ella se alejó, Edgar le dio las gracias en voz baja por considerarlo su amigo y le respondió:
- De nada, amiga mía.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Cacería


Era extremadamente curioso cómo la vida podía tener tantas caras. ¿Yo? Yo sólo tenía una, pero utilizaba todas las máscaras y mentiras que hicieran falta con tal de alcanzar lo que me proponía. Llevaba un par de días encerrada leyendo e investigando sobre mi amada Escandinavia y sobre su historia tras mi partida y había descubierto cosas muy interesantes. Pero tanto estudio había hecho que me olvidase por completo de que yo no era inmortal porque sí, y que debía alimentarme. Mi estómago rugía y tenía la boca seca, por lo que al salir a la calle comencé a escuchar latidos por todas partes, pero me aventuré por las zonas poco transitadas para asegurar mi éxito y mi sigilo. Los callejones, el cementerio o las afueras de la ciudad siempre eran un blanco perfecto: solitarios y silenciosos. Un golpe rápido, sólo un golpe seco y tenía la sangre que necesitaba. 

Esa noche decidí vestirme para la ocasión y me puse un vestido rojo ceñido que ayudaba a resaltar mis dotes, y me perfilé los labios con carmín del mismo color, pero de tonalidad más oscuro. Con mi piel blanca y ese resalto, era propiamente una dama de la noche. Perfecta.

Salir a cazar siempre había tenido una parte buena y otra mala. La buena, era que me había terminado gustando asustar a las personas y morderlas hasta dejarlas secas; la mala, que me acordaba vez sí vez también del bastardo que me transformó en esto. Pero yo era optimista, así que me olvidaba rápido de él y me dedicaba a saborear el precioso líquido escarlata que una vez habitó caliente dentro de mí. 

Yo llevaba tacón, pero gracias a mi sigilo los zapatos no eran más que un adorno que sólo sonaba si yo así lo deseaba. Sin embargo, sí que escuché unos a lo lejos gracias a mi oído desarrollado. Y también capté un olor, y la presencia de la que provenía ese olor... una mujer, pero había algo más, otra presencia y otro olor... otro vampiro. Aspiré hondo y me dirigí hacia ella utilizando toda mi agudeza sigilosa. Con un poco de suerte, me dejaría el camino libre. Sino... Ay, sino. 

Me oculté tras un saliente de una casa y allí observé, disimulando mi olor con el de una caja de frutas podridas que tenía delante. No me convenía que el otro supiese que yo estaba allí, porque de lo contrario las cosas podían ponerse feas hasta el punto de que tendría que matarlo. Vi cómo tropezaban y escuché cómo él farfullaba, pero siguió adelante sin menor problema y una sonrisa triunfal de oreja a oreja se plantó en mis labios. Festín a la vista, y podría beber cuanto quisiera: por su ropa y su aroma era una simple prostituta, así que nadie la echaría de menos.

Cuando el otro se hubo alejado lo suficiente (suficiente para mi olfato y mi oído) salí de donde me encontraba y me acerqué a ella por detrás, despacio, con mucho cuidado y sigilo, hasta que me coloqué justo detrás de su espalda y aspiré profundamente el olor de su cuello.

-Bú... -susurré, y rápidamente cubrí su boca con mi mano, impidiéndole gritar. -Más te vale quedarte calladita si quieres volver a ver el amanecer... -amenacé, y comencé a arrastrarla hacia detrás de unas maderas.

Entonces, inevitablemente, él acudió a mi mente. Dioses, lo juro por lo más sagrado... Por Thor y por todos los ángeles caídos, juro que se arrepentirá de haberme hecho lo que me hizo.