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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

miércoles, 25 de julio de 2012

Discurso en defensa de las Humanidades


Las Humanidades.


   De hace un tiempo a esta parte el campo de la cultura en general se está viendo afectado por un desinterés y un desconocimiento alarmante, y la situación actual, la de ahora mismo, la de estos años, no ayuda precisamente mucho a que eso cambie. Últimamente las personas que deberían apostar por una buena educación y una buena formación son los que menos están apoyando esta idea, dedicándose a nombrar a dedo qué es lo importante y qué no lo es, según qué beneficios obtengan de ello.

   Una de estas personas es, precisamente, la que dentro de un gobierno concreto y de una sociedad avanzada como la nuestra debería poner más ímpetu y más ahínco en la difusión de una cultura honesta, verdadera y de fácil transmisión que pudiese llegar a todo el mundo, abriendo los ojos de la gente ante todo y ante todos. Pero esa persona se remite a, como ya he dicho, obrar según le convenga. Y esa persona es nada más y nada menos que nuestro Ministro de Cultura, José Ignacio Wert. Sí, usetd.  Usted ha logrado en poco más de cinco meses que todo el mundo, estudiantes en su mayoría, se revelen contra un sistema educativo anacrónico y obsoleto. Ha logrado que salte la alarma entre todos los futuros trabajadores (hermosa utopía) al querer reducir gastos en educación, dando menos que antes y recortando en todo lo que ha podido y más. Huelga decir que las más afectadas por estas sutiles reformas son las Humanidades, marcadas erróneamente de “inservibles” o “poco útiles”. ¿De verdad cree usted eso, señor Ministro? ¿De verdad lo cree? Porque si es así, usted tiene un problema. Y no precisamente de los que se curan con medicamentos o rezando. 
Déjeme decirle algo, porque todos los españoles queremos decirle lo mismo. 


   Hay ocasiones en las que uno necesita decir algo pero no puede porque las palabras se le agolpan en la garganta y no pueden salir. Hay ocasiones, también, en las que uno necesita escribir algo pero el bolígrafo, la pluma o lo que sea que tenga, no se mueve, porque no encuentra las palabras. Sin embargo, hay veces en las que las palabras salen solas y las letras se dibujan a sí mismas sin que nadie tenga que intervenir para nada, porque cuando uno cree verdaderamente en algo no tiene que pararse a pensar en qué va a decir. Somos humanos y tenemos sentimientos, guste más o guste menos, y aquí nadie se salva de sonreír cuando se está contento ni de llorar cuando se está triste.  

   Las Humanidades han estado junto al ser humano (de ahí su nombre) desde que el mundo es mundo, y siempre le han permitido a los hombres mejorar como personas, desahogarse, expresarse y llegar adónde nada más podría hacerlo, como a lo imposible. Parece mentira que ese respeto que antes se les tenía se haya desmoronado en unos pocos años. Es cierto que gracias a la tecnología hemos avanzado mucho, muchísimo, pero ¿de qué sirve avanzar si no se disfruta de ello? ¿De qué sirve tener todo lo que tenemos si no valoramos nada? La gente sólo está pendiente de las modas, de lo nuevo, de “estar a la última”; la mayoría de los chicos sólo se preocupan por parecerse al icono del momento y la mayoría de las chicas de no cometer la “aberración” de llevar lo mismo que otra. Se tiene tan inculcada la idea de que tenemos que ser diferentes, perfectos, que nos hemos olvidado de que, aunque parezca que no, todos somos iguales. Todos tenemos unos derechos y unos deberes que apenas conocemos pero que reclamamos en seguida en cuanto nos son arrebatados. Cuando nos son arrebatados, pero no los defendemos día a día. Casi no se tiene en cuenta ya ese valor que poseemos como personas, sea cual sea nuestra labor.

   Que no se valore a los Humanistas ya es triste, pero que encima se nos denigre argumentando que “no somos importantes” o que “lo nuestro no da para comer” es, cuanto menos, preocupante. Ya me gustaría ver a mí cómo los papás y las mamás pedían a gritos maestros que cuidaran de SUS hijos mientras ellos trabajan, o cómo se piden profesores porque no hay nadie que “eduque/enseñe” a las futuras generaciones, o filólogos y traductores que tradujeran todos esos libros, videojuegos o incluso canciones que tanto gustan. Parece mentira que se haya olvidado que sentir no cuesta dinero y que para ser alguien “importante” lo que se tenga que hacer sea ganar ingentes cantidades de dinero. ¿Cuándo hemos dejado atrás esa capacidad de lucha que siempre hemos tenido? ¿Es que ya no nos importa conseguir algo por el mero hecho de sentirnos orgullosos y satisfechos cuando lo hemos logrado?

   La sociedad está perdida entre, básicamente, dinero, prestigio y poder. Una buena educación, una buena sanidad, parecen haber sido relegadas a un segundo plano debido a que lo realmente importante es tener un buen cargo directivo o incluso tener el poder suficiente para poder elegir por y para los demás. Da pena, mucha pena, ver cómo nos destruimos entre todos. Que un día en medio de una conversación alguien te suelte algo como “bueno, pero un médico puede leer todo lo que quiera, mientras que une escritor o un pintor jamás podrá operar a nadie” es absolutamente patético. Pero parece ser que es eso lo que hay. ¿Qué más me dará a mí el resto del mundo mientras yo tenga mi colchón de billetes y mi puro, no?

   Como ya he dicho, una sociedad basada en esos pilares no puede, evidentemente, tener un buen sistema educativo, tanto porque no se valora como se debería como porque está destinado a “crear” trabajadores que van a “producir mucho” ya que hay un gran consumo. Esto, en la Revolución Industrial, era comprensible. Ahora ya no. 

   Hace poco (históricamente hablando), en el Renacimiento, el prototipo de hombre culto era aquél que cultivaba todas las áreas del saber, es decir, ciencias, letras, artes, salud, astronomía, música, filosofía, poesía... El planeta entero es un gran crisol en el que conviven día a día miles de lenguas, culturas, formas de ver la vida y de entender el mundo. Una intervención quirúrgica puede hacerse aquí, en EEUU, en Rusia y donde se quiera. Pero ni García Lorca es Dostoievsky, ni Dostoievsky es Salinger. Es esa diversidad, multiculturalidad y formas de entender el mundo la que nos permite establecer lazos con otras culturas. Y es así cómo esa idea de unión, de que todos pertenecemos a la misma especie y de que todos merecemos una oportunidad es obra del Humanismo, de esa necesidad de los seres humanos de relacionarse con su entorno y desarrollar así una vida plena. La medicina puede estar muy avanzada, pero de nada sirve seguir viviendo si no somos felices. No tendría ningún sentido levantarse cada mañana.

   Todos los saberes son necesarios, sin excepción, y decir que las Humanidades no sirven para nada es un completo disparate. Sin las Humanidades no podremos definirnos como pueblos, como personas que somos. Desde aquí hago un llamamiento para que se las vuelva a valorar como se merecen, porque está demostrado que SON necesarias para todos. Sino, murámonos todos por dentro y después vaguemos como seres inertes intelectualmente, movidos sólo por la codicia. Porque nos podrán llamar “letrasados”, pero apuesto lo que sea a que más de uno debería concienciarse bastante más. Pero eso sí, que se dé por aludido quien quiera. 


   Señor Ministro, no hace falta que diga que a todos nos gustaría llevar la vida que usted lleva, viviendo en su torre de marfil y sin preocupaciones, pero por suerte, por fortuna, hay gente verdaderamente seria y con dos dedos de frente que sabe que eso NO puede ser, que es impensable, que es injusto y que no lleva a ninguna parte. Quiero creer que ha entendido mi mensaje, pero sino, se lo resumo muy brevemente: como ya se ha dicho por ahí, “esto es una wertgüenza.” 

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