Consiguió arrastrarse hasta las escaleras; luego, murió. Por
el camino fue dejando un rastro de sangre al que se unían de vez en cuando
restos de su propia carne, deshecha. El
olor era insoportable. El ambiente estaba tan cargado que los vapores producidos
por los desechos orgánicos podía casi masticarse. Unas horas antes el joven
Matthew, ahora muerto a los pies de una escalera cuya cima le hubiese devuelto
la libertad, jamás hubiera pensado que una simple manzana le costaría tan cara.
Ya no había ni rastro de sus piernas. Lo que quedaba de ellas –si podían
llamarse así- se convulsionaban levemente cuando el borbotón de la poca sangre
que le quedaba en el cuerpo era expulsado hacia un exterior amargo. Cuando su
corazón dejó de recibir sangre que bombear, falló, provocándole la muerte; pero
Matthew ya llevaba muerto mucho rato antes de dejar de respirar. Sin saberlo había muerto en el instante en el
que la figura fantasmagórica que cubría su apariencia con una toga con capucha
hizo acto de presencia en la celda a la que había sido llevado tras ser
detenido por los guardias. La figura no hablaba, no emitía ni un solo sonido;
tan sólo portaba un cuchillo afilado y unos ojos plateados que solamente
podrían pertenecer a la mismísima Muerte. ¿Acaso esa figura era la Muerte? ¿O
era algo mucho peor, como un demonio? Tal vez, muy en el fondo, Matthew sabía
que sobraban las palabras y, tal vez también, la figura ya sabía de antes que
no habría preguntas. Matthew no dijo nada. Matthew solamente pudo entonar un
grito antes de que la figura se abalanzara sobre él y le cortara la lengua de
un tajo. Aún entre sus manos, la figura la observó, sonrió con dientes afilados
y le dio un bocado antes de tragar con gusto y lamer con alevosía la sangre del
cuchillo. Los ojos de Matthew se abrieron tanto que pronto sus órbitas
abandonaron sus respectivos cuencos para transformarse en dos semiesferas
demasiado suculentas para dejarlas ahí. La figura clavó su arma en el ojo
derecho del joven de repente. Matthew no lo vio venir y rompió a sangrar
manchando el suelo, su ropa, sus manos, su cara y hasta su cabello. En un
pequeño atisbo de lucidez, mientras la figura reía a carcajadas demoníacas con
su premio en la punta del utensilio, Matthew echó a correr sin saber bien cómo.
Tampoco sin saber cómo, cuando ya creyó haber dejado a la figura atrás, ésta
apareció en un hueco lateral de la pared y nuevamente se abalanzó sobre él,
esta vez mutilando sus piernas en un abrir y cerrar de ojos. Instantes después,
el joven ya no sentía ningún dolor. Lo que sentía era un pavor tan atroz que ni
muchos de los peores seres humanos sobre la faz de la Tierra se lo desearían a
su peor enemigo. Matthew creyó durante unos instantes en todas esas historias
de fantasmas y seres oscuros y malvados que le contaron de pequeño para
asustarlo. Todos los mitos parten de alguna leyenda, y todas las leyendas
parten de una verdad desfragmentada.
-Pog favogd, féjame magshag… gio no he egsho nagda –imploró
delirante con la poca voz que le quedaba.
Pero nada impidió que la figura siguiera destrozando su
carne hasta apurar el hueso entre carcajadas sacadas de la peor de las
pesadillas. La figura se levantó y miró dubitativa a Matthew con una mirada
apenada, como si el hecho de que él ya no llorara le quitara toda la diversión.
Pero sonrió, tomó parte de sus piernas y con una risa gutural maléfica lo dejó
marchar cruelmente, ya que sabía que no sobreviviría. Y así, mientras Matthew
exalaba sus últimos alientos y caía a los pies de la escalera, la figura
recorrió una serie de pasillos hasta llegar a una sala apartada donde lo
esperaban una caldera de agua y más cosas hirviendo sobre una fogata de
abundante leña. A la entrada, dos antorchas custodiaban quién entraba y quién
salía. Arrojó la carne dentro y entre risotadas y susurros en otro idioma y de
otro mundo removió con un gran palo de madera gris. Pasaron varios minutos
antes de que el hechizo empezara a cobrar forma, olor y color. Pronto el agua
bermeja se tornó amarillenta y el humo gris se tornó verde moho. Sin embargo,
la figura maldijo a regañadientes la interrupción, pues unos pasos comenzaron a
oírse a lo lejos. Alguien debió haber escuchado los escasos alaridos de
Matthew. Maldiciendo, la figura continuó removiendo hasta el final. Sin
embargo, cuando quienesquiera que estuviesen allí llegaran a la habitación, ya
no habría nadie.