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Solitaria, pensativa, divertida en mayor o menor medida, gusto por escuchar, leer, escribir, escuchar música, imaginar, sentir.

jueves, 12 de diciembre de 2013

El arte según un ewahita

La muerte no es el precio que un artista paga por ser feliz. Un verdadero artista está condenado a vagar sin rumbo fijo aunque su día a día se resuma en una sencilla rutina. El corazón de un artista se duerme todas las noches apaciguado y se despierta cada mañana al borde de una taquicardia, eufórico. Su mente no descansa nunca. Incluso cuando no está, está. Siempre maquinando cosas nuevas, siempre creando, siempre innovando. De ahí que el mayor epicentro de creación radique en esa parte pueril de la sociedad conformada por infantes. Ellos, los inocentes. Los que no tienen límites, los que no conocen el miedo. Los que ponen su alma entera a la hora de intentar alcanzar un sueño. No como los adultos quienes, movidos por tantas preocupaciones que les roban la energía y el espíritu y que al final nunca suceden, se esconden tras una fachada de formalidad y monotonía que los asfixia. Pero es el precio que pagan para ser felices. Los artistas no. Los artistas no son felices. A ojos externos los artistas se dejan llevar por sus emociones y explotan sus sentimientos, y eso les hace felices porque hacen lo que les gusta. No, no. Nada más alejado de la realidad. Los artistas no son felices porque no pueden ser felices. ¿Cómo pueden ser felices si jamás logran satisfacer sus ansias de perfección? ¿Cómo sonreír plenamente si en realidad no hay motivos para sonreír? ¿Cómo pretender que un día de lluvia sea triste si en el corazón de un artista se está librando una batalla? Él después pintará un cuadro para desahogarse, pero quienes lo vean jamás llegarán a comprender la verdadera angustia que le oprimía el pecho mientras empuñaba el pincel y la paleta. El público jamás entenderá a los artistas, por eso precisamente son artistas. Porque crean, porque deben crear, porque necesitan crear. Los artistas jamás llegarán a nada porque jamás llegarán a ser nada. Un artista sabe que esa incomprensión, que ese rechazo, que esa locura que lo acompañarán toda la vida serán el precio a pagar por ser quienes quieren ser... Pero jamás lo conseguirán. Ése. Ése es el precio que un artista se ve obligado a pagar por ser feliz. La vida. No la muerte, sino la vida.

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