La muerte no es el precio que un
artista paga por ser feliz. Un verdadero artista está condenado a vagar sin
rumbo fijo aunque su día a día se resuma en una sencilla rutina. El corazón de
un artista se duerme todas las noches apaciguado y se despierta cada mañana al
borde de una taquicardia, eufórico. Su mente no descansa nunca. Incluso cuando
no está, está. Siempre maquinando cosas nuevas, siempre creando, siempre
innovando. De ahí que el mayor epicentro de creación radique en esa parte
pueril de la sociedad conformada por infantes. Ellos, los inocentes. Los que no
tienen límites, los que no conocen el miedo. Los que ponen su alma entera a la
hora de intentar alcanzar un sueño. No como los adultos quienes, movidos por
tantas preocupaciones que les roban la energía y el espíritu y que al final
nunca suceden, se esconden tras una fachada de formalidad y monotonía que los
asfixia. Pero es el precio que pagan para ser felices. Los artistas no. Los
artistas no son felices. A ojos externos los artistas se dejan llevar por sus
emociones y explotan sus sentimientos, y eso les hace felices porque hacen lo
que les gusta. No, no. Nada más alejado de la realidad. Los artistas no son
felices porque no pueden ser felices. ¿Cómo pueden ser felices si jamás logran
satisfacer sus ansias de perfección? ¿Cómo sonreír plenamente si en realidad no
hay motivos para sonreír? ¿Cómo pretender que un día de lluvia sea triste si en
el corazón de un artista se está librando una batalla? Él después pintará un
cuadro para desahogarse, pero quienes lo vean jamás llegarán a comprender la
verdadera angustia que le oprimía el pecho mientras empuñaba el pincel y la
paleta. El público jamás entenderá a los artistas, por eso precisamente son
artistas. Porque crean, porque deben crear, porque necesitan crear. Los
artistas jamás llegarán a nada porque jamás llegarán a ser nada. Un artista
sabe que esa incomprensión, que ese rechazo, que esa locura que lo acompañarán
toda la vida serán el precio a pagar por ser quienes quieren ser... Pero jamás
lo conseguirán. Ése. Ése es el precio que un artista se ve obligado a pagar por
ser feliz. La vida. No la muerte, sino la vida.
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