Por muy imposible que
parezca, apenas recuerdo nada de cómo llegué a este mundo. Todo
estaba tranquilo y en paz hasta que de pronto, y sin venir a cuento,
el jefazo de arriba inició la Creación y me estampé contra el
suelo. Oh, bueno, espera... Esa es la versión chachi. En realidad
eso sucedió, porque lo recuerdo, pero no me desperté en medio de un
bonito valle con flores y unicornios rosas por doquier siendo como
soy ahora. Tras la famosa Creación pasé un tiempo en estado inerte,
siendo consciente de mi existencia pero sin poder hacer absolutamente
nada. No tenía un “cuerpo” propiamente dicho, hasta que un día,
nací. Vagamente recuerdo nada de ese momento, pero sé que hacía
frío, mucho frío, hecho que me enfureció terriblemente por primera
vez como ser carnal.
Vine al mundo en una
pequeña tribu de las poquísimas que habían logrado llegar al norte
de lo que después sería Europa. Siempre me miraron con extrañeza
porque su apariencia era parecida a la de unos seres salvajes, llenos
de pelo por todas partes y con facciones duras y prehistóricas; yo,
en cambio, no tenía pelo apenas y mis cabellos eran claros, además
de que mis ojos eran azulados. Francamente, esas miradas casi de
desprecio hacia mí, me irritaban. Ese sentimiento naciente de la
mezcla de rabia y odio me dominaba, siempre estaba ahí, día y noche
sin descanso.
Debieron creer con el
paso del tiempo que yo era maligno (acertado, ciertamente), porque
una mañana, muy temprano, con todo el suelo cubierto de algo blanco
muy frío, me sacaron a rastras de la cueva donde dormitábamos y me
lanzaron a las heladas aguas de un caudaloso río. La corriente me
arrastró varios kilómetros abajo, pero una fuerza dentro de mí me
impulsó a seguir con vida. En una curva conseguí agarrarme a las
raíces de un gran árbol y salí del agua tiritando como nunca más
he vuelto a hacerlo. Ahora en mi cabeza sólo existía un algo a lo
que no le pude poner nombre, porque entonces no existía, pero que
ahora llamaríamos venganza. Sí... recuerdo cómo mis ojos ardían y
cómo su color había cambiado cuando miré mi reflejo en un charco.
Eran rojos. Dejándome llevar por mí mismo, por la ira, caminé y
caminé hasta que volví a la cueva donde estaban todos. Tomé una
piedra del suelo que servía para curtir pieles y empecé a abrir
pechos y a rebanar cabezas hasta que sólo quedé yo. Estaba empapado
en sangre. El líquido rojo me resbalaba por la cara y goteaba de mi
cabello. Cuando llegó a mis labios, la lamí y su sabor fue algo que
me atrapó por completo. La hice entonces mi única amiga y me marché
de aquel lugar envuelto en un manto carmesí aún caliente. Aprendí
a sobrevivir por mi cuenta y empleé lo aprendido en la tribu acerca
de matar animales y, en caso de poderse, arrancar pieles para
abrigarme. Empero, ese sentimiento de rabia y de odio jamás me
abandonó. Jamás.
Un día conocí a Guerra
y desde entonces, por compartir tantas cosas, nos hicimos
inseparables y juntos recorrimos la Historia del Mundo. He visto
pasar por delante mis ojos todas y cada una de las civilizaciones que
han existido en este planeta, sus auges, sus guerras y sus
desapariciones ¿Qué me vas a contar que no sepa yo ya?