Mientras llegaba, todo parecía igual. Mientras me apeaba de mi caballo
logré recordar. Cuando me hallé frente a mi tumba, frente a mi verdad,
supe que todo había cambiado. Ya no resultaba difícil. Solamente debía
desearlo, y podía pasar de un lado a otro con solamente cerrar los ojos y
echar a andar. Con desearlo, me refiero a desearlo de corazón.
Cada vez que miro la lápida, es como si leyera un nombre diferente,
porque nunca consigo acordarme.
Recuerdo, en cambio, una vez que estaba frente a la tumba, sentada,
observando y vi llegar a alguien. No sé por qué me escondí tras el árbol,
al fin y al cabo ya no podía verme.
Se arrodilló justo en el lugar en el que me había sentado yo, y empezó a
mover los labios, pero yo ya no le entendía. Después, comenzó a llorar.
No sé por qué, pero en ese momento sentí un escalofrío. ¿Estaba
llorando por mí? ¿Qué o quién era yo para esa persona?
Me quedé de piedra, cuando me di cuenta de que pude entender sus
palabras.
Aunque fueron entre sollozos, las palabras decían algo así: “Te echo de
menos”.
Comprendí que debía hacerle saber que estaba bien, de modo que llamé
al viento, y le pedí que le rodeara con algo que yo amara y esa persona
supiera.
Viento, cargó con mi esencia, y luego bajó hasta el suelo para hacer
remolinos de aire con tierra y hojas secas. Luego los llevó hasta él. Pude
ver que era un chico cuando levantó el rostro al percibir el aire y la
fragancia que traía. De repente, recordé: él era el chico que fue mi
primer amor. Con lágrimas en mis ojos traspasé más segura que nunca
la frontera entre vivos y muertos y me coloqué detrás de él. Él pareció
darse cuenta, y se volvió. Al principio puso ojos como platos, pero luego
se relajó. Su sollozo calló, y dio paso al silencio. Segundos más tarde, se
acercó y nos abrazamos. Con ternura acarició mi espalda, y luego mis
alas.
Aquello, si no fuese porque estoy muerta, me hubiera matado.
Recordaba cada uno de sus besos, pero no me atrevía a darle otro, por
miedo a quedar desterrada de ambos mundos, y entonces no volver a
verle, sabiendo ahora que él existía.
Pero a él eso no pareció importarle, (hago referencia a lo que él sabía,
me introduje en su mente) y me besó.
Yo no podía creer que volvería a sentir.
Y estaba preocupada porque yo ya no podía volver a vivir, pero él,
seguro de lo que hacía, me pidió aquello que tanto yo temía, y que tanto
deseaba.
Nos abrazamos de nuevo, y una luz resplandeciente nos envolvió. Noté
nacer sus alas. Noté su espíritu liberándose.
Comenzamos a ascender y nos convertimos en aires, pero en aires entrelazados, tranquilos, de esos que da gusto que te acaricien el rostro.
Eso fue hace mucho tiempo.
Ahora, estamos siempre volando, viajando y conociendo lugares
nuevos, de ambos mundos. Somos felices. Y así, hasta que el final
venga, será.