“Él miraba hacia arriba y esperaba con su copa de vino en una mano, mientras que la otra yacía suspendida en el aire, cuales ramas y hojas de un sauce llorón.
Su corazón aguardaba impaciente el momento para poder despertar y desbocarse, haciendo surgir en el resto del cuerpo un escalofrío placentero que culminaría con la embriaguez absoluta de todos y cada uno de sus sentidos.
Imaginaba, planificaba qué harían cuando estuvieran el uno frente al otro, intercambiando sus miradas y fusionándolas, haciendo que no sólo sus ojos fuesen uno, sino que sus cuerpos enteros también lo fueran.
Recordaba la primera vez que la vio sonreír. Aquel que a primera vista parecía un simple gesto le devolvió las ganas de vivir. Su mente volvió a funcionar de nuevo la primera vez que escuchó su dulcísima voz, casi en un susurro. Tan convencido se hallaba de ello, que arriesgó su propia vida con el fin de demostrarle que la amaba; que cada vez que pensaba en ella un sinfín de imágenes atropellaban sus retinas haciéndolas dar a luz a unas vacías pero rabiosas lágrimas, o por el contrario, le obligaban a mover sus labios quedando el movimiento finalizado con éstos en forma de media luna con apariencia de cuna; que su cuerpo y mente se evadían del entorno terrenal para trasladarse a otro sobrenatural en el que la pasión era la reina, y el amor, el esclavo.
Mientras su amado aguardaba su aparición, ella se mostraba a si misma frente a un espejo, observando su delicada y pálida imagen cubierta por sus oscuros y hermosos cabellos.
En su interior, su corazón ya sin fuerzas y cansado, le gritaba rogándole su decisión, pues no le quedaba mucho tiempo. Ella, sin saber qué hacer, observó su rostro por última vez y al levantarse comenzó su corto camino hacia las escaleras con paso lento, pero decidido.
Él había bajado la cabeza, y al levantarla de nuevo, allí estaba ella: erguida en una fina y linda figura, y su cuerpo oculto bajo un hermoso vestido negro y blanco se encontraba. Ella así lo había querido: blanco para destacar la poca vida que le quedaba, y negro para darle la bienvenida a la Muerte.
Sujeta a la baranda de las escaleras, inició su descenso por ellas, mientras él su copa de vino en una bandeja dejó para situarse frente a las descendientes, y esperar a tenerla a ella por fín entre sus brazos.
Cuando el momento llegó, él la besó en la frente y le propuso salir al jardín, donde estuvieron bailando una lenta pero hermosa música que hacía las veces de soporte con el esperado buen fin, y la preparación para saber y poder afrontar las desgracias que llegarían de un momento a otro.
Pasado un tiempo tras aquella hermosa noche en la que ambos forjaron su destino, las puertas de la Muerte se abrieron para llevársela a ella, y las del Dolor para acoger el alma de él, rota por este mismo y sangrante por la impotencia.
Carente de fuerzas, decidió pasar el resto de la eternidad junto a su amada, ahora convertida en un blanco y puro ángel que con toda seguridad, sería quien velara por él.
Tomó el frasco entre sus manos. El mismo frasco que se llevó a los labios y cuyo contenido, que era el puente hacia un lugar que carecía de retorno, empezó a caer por su garganta. No tardó en protagonizar la extrema agonía sintiendo cómo la poca y sin sentido vida que le quedaba en su cuerpo, se le escapaba entre llantos y lamentos que se vieron algo apaciguados gracias a las cálidas manos que sostuvieron su cuerpo, mientras poco a poco iba quedando seco por dentro.
Debe suponerse que ahora yacen en algún lugar. Al fin juntos. Por fin felices. Para siempre.”